domingo, 29 de marzo de 2009

El contramaestre al que no entendieron los españoles del Mary Rose

EMILI J. BLASCO LONDRES. ABC.es, 29-03-09

Lo que la Armada Invencible no pudo conseguir 43 años después lo lograron en parte un grupo de mercenarios españoles: hundir el buque insignia de la flota inglesa. Una de las teorías sobre por qué el 15 de julio de 1545 se fue a pique el Mary Rose, orgullo de Enrique VIII, es que los españoles enrolados no entendían bien el idioma y no supieron seguir las órdenes del contramaestre.
Ahora el aspecto facial de éste acaba de ser recreado de modo digital a partir de la excepcionalmente bien conservada calavera encontrada en su día entre los restos del pecio, sacado a la superficie en 1982. La prensa británica ha presentado esa imagen como la del hombre que podría estar detrás del misterioso hundimiento del buque. «Revelado: el hombre que pudo haber hundido el Mary Rose», titulaba estaba semana «The Guardian». No es que el contramaestre provocara un sabotaje, pero como responsable de las maniobras de la tripulación se le pueden atribuir los posibles fallos a la hora de afrontar un fatal contratiempo.
Ponerle cara a ese suboficial ha sido cautivador para una historiografía naval fascinada por el Mary Rose, denominado así en honor de la hermana favorita de Enrique VIII, con mención a la rosa, emblema de los Tudor. Fue uno de los primeros barcos construidos expresamente para buque de guerra, sin servir antes como mercante, y constituyó el orgullo de la flota inglesa. Fue botado en 1510 y tras sus últimas reformas vio ampliada su capacidad a 91 cañones y a 700 toneladas de desplazamiento.
Pero lo que sobre todo ha quedado en la memoria colectiva han sido las circunstancias de su desaparición bajo el mar. La flota inglesa se hizo a la mar para frenar una ofensiva francesa de Francisco I, que pretendía invadir la isla con 30.000 soldados transportados por 225 barcos.
En la llamada batalla de Solent, que tuvo lugar en el estrecho que separa Portsmouth y la isla de Wight, el Mary Rose se hundió de modo inexplicable cerca de la costa, a la vista del propio Enrique VIII, que seguía la evolución de la batalla desde el punto de observación de un castillo, y que pudo escuchar el desgarrador grito de los marineros que se ahogaban, según las crónicas del momento.
El hecho del hundimiento fue completamente inusual para su tiempo. La causa más común de la pérdida de un barco era entonces el fuego. La falta de poderosos cañones y la robustez de los barcos de madera hacían difícil que los daños provocados en la batalla enviaran a pique a una de esas embarcaciones.
Entre las teorías barajadas para explicar ese final están que la brisa o ciertas maniobras en la batalla descompensaran la posición del barco, de manera que el agua pudo entrar por los agujeros dejados a los cañones (la primera fila estaba muy baja y próxima al nivel de flotación). También la sobredimensión del navío (aumentado en 200 toneladas respecto a su diseño original) pudo desnivelarlo, o afectar gravemente a su estructura en el momento de recibir algún crítico cañonazo. A la rápida desaparición bajo el mar pudo contribuir igualmente la falta de entendimiento de las órdenes por parte de una tripulación en su mayoría española.
De los 400 hombres que había a bordo sólo se salvaron 35. Cuando el casco del barco fue sacado del agua en 1982, también se recuperaron los restos de 170 individuos. Entre los mejor conservados estaba una calavera de alguien que llevaba el silbato propio del contramaestre.
«Un maravilloso cráneo», según el artista forense Richard Neave, especializado en recrear el busto a partir de los huesos de la cabeza. «Un cráneo en mucho mejor condición que muchos de los especímenes modernos que me trae la policía. Fue un placer trabajar con él», declaró Neave a «The Guardian».

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