domingo, 24 de febrero de 2013

El cónclave más largo de la historia

D. Valera / madrid http://www.abc.es/ 24/02/2013
Cuando los 117 cardenales se reúnan en las próximas semanas para elegir al sucesor de Benedicto XVI nadie duda de que las deliberaciones serán rápidas. De hecho desde comienzos del siglo XX ningún cónclave ha durado más de cuatro días. Sin embargo, no siempre fue así. Hubo un tiempo en el que los fieles debieron esperar meses e incluso años para que el Espíritu Santo tuviera a bien indicar a los purpurados el nombre del Papa. El cónclave que eligió a Gregorio X posee el récord de duración: 34 meses, casi tres años. La silla de Pedro quedó tanto tiempo vacía que se tomaron medidas tan drásticas como el encierro de los cardenales en la sala de deliberaciones o el racionamiento de los alimentos de los purpurados. Tanto se prolongó el cónclave, que durante el proceso perecieron tres de los cardenales electores.
En noviembre de 1268 el Papa Clemente IV falleció en la ciudad de Viterbo (Italia). En ese momento comenzó la ‘sede vacante’ de la Iglesia Católica más prolongada de sus 2.000 años. Los 19 cardenales se reunieron en cónclave en la catedral de la misma ciudad donde había fallecido el Pontífice (como era habitual en la época). Sin embargo, en el siglo XIII los cardenales disponían de una mayor libertad que en la actualidad durante el proceso. De hecho, no estaban incomunicados con el exterior, salían y entraban del recinto religioso cuando querían y hablaban con quienes quisieran. Se producía una votación diaria y, en caso de no haber acuerdo, los cardenales regresaban a sus aposentos de la ciudad.
Así fueron pasando las semanas con votaciones infructuosas. Los cardenales estaban divididos en dos grandes facciones. Por un lado los partidarios del Rey de Nápoles y Sicilia, Carlos de Anjou, (que representaba los intereses de Francia) y por otro lado el grupo de cardenales italianos. Una vez más se desató una soterrada guerra de poder en la cúpula de la Iglesia. Estrategias, pactos y traiciones. Casi un año después, la impaciencia ya hacía mella en los fieles. Pero también en los reyes y nobles de la cristiandad, todos interesados en que el obispo de Roma fuera cercano a sus propósitos. Para acelerar el proceso, los cardenales fueron recluidos en el Palacio Papal de Viterbo, donde permanecieron incomunicados. Era el primer aviso.
Sin embargo, la medida resultó insuficiente y el ‘habemus papam’ se resistía. Además, cada vez quedaban menos cardenales electores, y es que tres fallecieron durante el tiempo que duró el cónclave. Los magistrados de la ciudad de Viterbo decidieron aumentar la presión sobre los purpurados y racionaron los alimentos. Además, se retiró parte del techo del palacio para que las inclemencias meteorológicas apremiaran a los cardenales a decidirse por un candidato. Pero las medidas de presión no daban resultado.
En septiembre de 1271 la situación ya era insostenible. Felipe III de Francia obligó a los purpurados a designar un reducido comité formado solo por seis de los cardenales electores para designar un candidato de consenso. Con la amenaza de Francia ya sobre sus cabezas y el riesgo a posibles cismas, el comité eligió a Tebaldo Visconti como máximo pontífice. Sin embargo, había un problema. Visconti no era sacerdote, sino diácono y además se encontraba en Tierra Santa, concretamente en Acre como legado papal. Cuando fue informado emprendió el camino a Roma, donde fue ordenado sacerdote y posteriormente obispo, requisito imprescindible para ser Papa. Finalmente, el 27 de marzo de 1272 adoptó el nombre de Gregorio X para ejercer su pontificado.
La Iglesia Católica ya tenía nuevo líder. Sin embargo, la imagen había quedado deteriorada por el largo interregno sin un Pontífice. Para tratar de evitar que algo tan bochornoso sucediese, Gregorio X reformó el sistema de cónclave mediante el 'Ubi periculum', donde fijó que los cardenales quedarían incomunicados y verían reducida su ración de alimentos progresivamente a partir del cuarto día. El sistema pretendía acabar con las eternas luchas de poder entre la jerarquía eclesiástica. Solo se aplicó en el siguiente cónclave. Posteriormente se suprimió y las intrigas de la Curia volvió a dominar las elecciones papales.

domingo, 10 de febrero de 2013

Krasny Bor, la batalla más dura de la División Azul

Adolf Hitler se entrevista con Muñoz Grandes, a cuyo mando estaba la División Azul.
Javier González | Madrid http://www.elmundo.es/elmundo/
Hace setenta años, el 10 de febrero de 1943, unos 5.600 hombres de la División Azul hicieron frente a 44.000 soldados, casi un centenar de tanques e innumerables piezas de artillería del 55 Ejército de la Unión Soviética. Fue la batalla de Krasny Bor, el combate más duro de los españoles en el 'Ostfront'.
"Fuimos a luchar contra el comunismo, no contra los rusos", afirma Juan Serrano Mannara, veterano granadero del 262º regimiento 'Pimentel'. Estuvo hasta 1944 en la Unión Soviética, pero no combatió en Krasny Bor. Siete décadas después, apenas quedan algo más de 400 veteranos de los 45.000 hombres que lucharon en la División Azul. Y de aquel pueblo a las afueras de San Petersburgo, la antigua Leningrado, quedan muchos menos: hubo 3.645 bajas y 300 capturados en la batalla, un millar de ellos muertos sólo el primer día.
En Leningrado murieron más de un millón de civiles durante los 900 días que duró el asedio de la Wehrmacht, según algunos estudios, aunque las fuentes oficiales rusas calculan algo menos de 700.000, sin contar la marcha de refugiados. El ejército alemán llegó a las puertas de la ciudad en septiembre de 1941 y no fue expulsado hasta 1944. Sin embargo, lo más duro tuvo lugar hasta enero de 1943: fue cercada al sur por los alemanes y al norte por los finlandeses para dejarles morir de hambre y frío por orden de Hitler. El único corredor para hacer llegar comida y combustible a la ciudad era el congelado lago Ladoga, el 'camino de la vida'.
La 250. Einheit spanischer Freiwilliger llegaría al sector de Krasny Bor en otoño de 1942. En enero del siguiente año, mientras caía el kessel alemán de Stalingrado, el ejército soviético logró conquistar un pequeño corredor por tierra hasta Leningrado. La operación 'Estrella Polar', continuación de la 'operación Chispa', debía ampliar este camino y romper rápidamente las líneas de la División Azul para envolver al 18 Ejército alemán. La 'Blau division' lo evitó.
"El que diga que no tiene miedo, miente. Una cosa es miedo, otra es terror, y otra cosa es decir 'voy porque tengo que hacer eso y me pongo a hacerlo'", afirma sin albergar ninguna duda Luis Gallego, sargento de Ingenieros en el Radio Grupo de Telecomunicaciones. Como Serrano Mannara, no estuvo en Krasny Bor, pero sus experiencias, materializadas en heridas de guerra, ilustran aquellos tiempos.
En septiembre de 1942, unas ráfagas le pillaron "como pudieron pillar a otro" y quedó atrapado entre dos líneas. Volvió a España con tres operaciones, dos de ellas sin anestesia. "Unos me agarraron de los brazos, de los pies otros, me pusieron de espaldas para dar el corte, y de anestesia... pues una toalla", recuerda.
Fue unos meses antes de Krasny Bor. Pasadas las seis de la mañana de aquel 10 de febrero de 1943, la artillería soviética comenzó su descarga sobre las posiciones del regimiento 262 de la División Azul. No pararía hasta un par de horas después. Acto seguido, cuatro divisiones del Ejército Rojo, acompañadas por carros KV-1 y T-34, se lanzaron sobre las castigadas líneas españolas.
El objetivo soviético era romper el frente en poco tiempo y envolver a los alemanes. El invierno en Leningrado es muy frío y anochece prontísimo. Sin embargo, la Stavka fracasó: el barrizal provocado por el fuego artillero sobre la nieve atrapó a los carros de combate y los supervivientes del regimiento opusieron una fiera resistencia hasta el final.
Los soldados españoles se reagruparon como pudieron para defenderse, incluso se desplegaron en los cráteres abiertos por la artillería rusa. Entre las hazañas que se recuerdan está, por ejemplo, la del divisionario al que explotó la mina que colocó en un carro pesado.
A pesar del ataque, dos divisiones alemanas situadas en el flanco derecho de la División Azul no acudieron al rescate porque esperaban un ataque que nunca tuvo lugar. Entre ellas estaba la 4 Polizei Division de las Waffen SS.
Pasado el mediodía, el Ejército Rojo logró romper las líneas por tres zonas y tomar casi entera Krasny Bor. Sin embargo, los restos de la División Azul aún resistían al sureste del pueblo y en los aledaños del río Ishora.
Aunque las tropas soviéticas lograron penetrar tres kilómetros, su cuartel general ordenó parar el avance al anochecer. Los alemanes habían enviado refuerzos y la rotura del frente era inviable tan tarde. El Ejército Rojo había tomado Krasny Bor, pero fue una victoria pírrica. Los 11.000 fallecidos en la operación 'Estrella Polar' se sumaría al millón de soldados soviéticos muertos en toda la batalla de Leningrado y el frente seguiría estable un año más.
Un rótulo colgado en la Fundación División Azul recuerda a sus 4.954 fallecidos y 12.000 bajas durante la campaña del Este. En su local hay museo con recuerdos de la guerra, desde bustos de Hitler y Stalin a una bandera soviética capturada en los campos de batalla. Allí se reúnen aún los veteranos.
¿Qué empujo a aquellos hombres a ir a luchar bajo las órdenes alemanas a 3.000 kilómetros de su país? "En la División Azul, cada hombre era un mundo. Había falangistas, aventureros, militares, simpatizantes de los alemanes o gente que necesitaba el dinero en la posguerra", explican en la Fundación.
"A mí tío lo mataron en la guerra. Mi padre estuvo en la cárcel. A mi tía la echaron de donde trabajaba y la metieron en la cárcel..." recuerda Juan Serrano Mannara, falangista como Luis Gallego.
Este granadero se alistó por primera vez con 15 años. Para ello mintió en casa, donde vestido de pantalón corto dijo que iba a un campamento; y al propio Ejército, donde enseñó la partida de nacimiento de su hermano. Le pillaron en Alemania, pero regresó a filas cuando cumplió 17 años.
Visitó el Palacio de Catalina en Puskhin, pero no fue a un campamento de verano, fue al frente más duro de la historia. "Si vas a la guerra tienes que matar para que no te maten", advierte tras recordar cómo fue herido por la metralla tras estar su compañía tres días rodeada. "Llegamos al cuerpo a cuerpo. El primer día, no sé si por miedo o nervios, no pude poner la bayoneta en el mosquetón, te defendías como podías", rememora.
Esto fue en enero de 1944. La División Azul fue disuelta en otoño del año anterior por la presión de los Aliados a España, pero Juan Serrano Mannara se apuntó con otros voluntarios a la Legión Azul. Unas semanas después de ser herido fue disuelta.
Luis Gallego, falangista y militar de carrera, combatió en el lago Ilmen en el invierno más frío de los últimos cuatro siglos. Estuvo en el batallón de choque 250, 'la tía Bernarda'. "Entre nosotros, lo llamábamos la tía Bernarda... porque era el coño de la tía Bernarda. Donde había follones ahí íbamos. Cubríamos bajas", apunta.
Una vez tenía que escoltar a 15 prisioneros cuando fue sorprendido por la aviación soviética. "Me dejaron como los hijos de don Crispín, descalzo y sin paraguas", recuerda con humor. Pasado el ataque, los 15 prisioneros regresaron a su vera.
"Cogí lo que me habían mandado de aguinaldo de España y lo repartí entre ellos", añade. "Antes que nada, antes que rusos o comunistas, eran hombres. "Ni religión, ni no religión, ni carácter ni nada. ¿Te gustaría que te lo hicieran a ti? Pues no lo hagas tú", sentencia.
Estos veteranos han regresado un puñado de veces a Rusia, donde han sido recibidos "maravillosamente" por quienes eran entonces unos niños. "Nunca hicimos nada a los civiles, dormimos en sus casas, compartíamos la comida", afirma Serrano Mannara. "Los alemanes eran distintos... les echaban fuera en invierno".
"Eso se lleva en el corazón. Lo que es el ser humano..." reflexiona Gallego. "Los rusos nos querían mucho, no era la cosa de Alemania, del alemán", añade antes de reconocer que hubo algunos españoles que no se comportaron como soldados. "Se consideraban héroes y les tiraban la comida o les daban cuchilladas", critica al recordar sus maltratos a los prisioneros.
Entre tanto torbellino de emociones, algunos divisionarios se enamoraron de chicas rusas en el frente, pero al volver a España fueron separados de ellas en Hendaya, frontera aún ocupada por los alemanes. Algunas parejas no se verían nunca más.
"En aquella época las chicas -rusas- eran como las de aquí, normales y corrientes. Uno se casó con una, desertó y puso una peluquería en Riga. Hasta que lo cogieron y lo volvieron a llevar al frente", recuerda con gracia Serrano Mannara.
Paradojas de la guerra, los veteranos de la División Azul pasaron de ser héroes a ser olvidados. La primera vez que Juan Serrano Mannara regresó del 'Ostfront' a España, en 1942, recuerda que fue recibido con orquesta de música y una misa. La última vez, en 1944, tras cambiar Franco de bando, les dejaron en San Sebastián para que se buscasen la vida. "Al llegar aquí todavía tenía las heridas abiertas. Fui al hospital militar Gómez Ulla a que me las curasen, pero no me las curaron porque no éramos militares".
Paradojas de la guerra, cuando volvió a Rusia a principios de los noventa y vio la pobreza tras la disolución de la URSS, este divisionario llegó a pensar que "vivían mejor cuando estaban los comunistas que ahora".

Hernán Cortés, primer cronista de Indias

Christian Duverger, con su libro. / PEP COMPANYS
 
El historiador y antropólogo francés, Christian Duverger, profesor de la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París, acaba de arrojar una bomba en las tranquilas aguas de la historia de la literatura en español y en la percepción del pasado de españoles y mexicanos. En su libro, Crónica de la eternidad, fruto de 10 años de investigación y presentado el jueves en la capital mexicana, demuestra que Bernal Díaz del Castillo nunca pudo escribir La historia verdadera de la conquista de la Nueva España y que su autor no fue otro que el propio Hernán Cortés como señalan las pruebas reunidas. El cronista-soldado, el testigo crítico de la Corona y de la versión oficial de la historia, el viejo cascarrabias sentimental, obsesionado con la recompensa económica y el reconocimiento de su gloria, el gran periodista de la Conquista de México se desvanecería para dejar su lugar al conquistador. El bachiller de Salamanca, el aventurero renacentista, el señor de la guerra satanizado por la historia, se convertiría así en un líder humanista y, como añade Duverger, “en el verdadero fundador, como dijo Carlos Fuentes de Bernal, de la novela latinoamericana”.
Crónica de la eternidad, escrita como una investigación policial que hace su lectura amenísima –“decidí no enfocar mi mensaje para el mundo académico y sus polémicas sino para el gran público”-, va señalando paso a paso las incongruencias de la Historia verdadera que impiden que Bernal Díaz del Castillo sea su autor. Pero ¿cómo nadie reparó en ellas en todos estos siglos? Duverger responde: “Muchos dudaron, pero la fuerza de los esquemas mentales, de los prejuicios, los disuadió. Yo pertenezco a una escuela de historiadores que fomenta la duda cómo método. Y lo primero que me sorprendió es que Bernal abre su crónica diciendo “terminé de escribirla el 26 de febrero de 1568 en Santiago de Guatemala, sede de la Audiencia (de los Confines)…”, cuando la Audiencia en esos años estaba ¡en Panamá! Nadie revisó eso, ¿por qué mis colegas no lo descubrieron?”
Esa fue la primera pista, pero vendrían más. Por ejemplo, Díaz del Castillo, que hace gala en su crónica de gran intimidad con Cortés durante la Conquista, no es citado por éste en ninguna de sus Cartas de relación ni aparece en ninguna lista de la época de los poco más de 500 hombres que le acompañaron; comienza a escribir a los 84 años lo que sería un caso portentoso de memoria; lo hace para enmendar la plana a la supuesta versión oficial de fray Francisco López de Gómara, pero su Historia de la conquista de México publicada en Zaragoza en 1552 fue prohibida por la Inquisición al año siguiente y jamás viajó a América; presume de ser un soldado raso pero despliega una gran erudición con citas de clásicos griegos y latinos o de la Biblia impensables en alguien de su condición.
Además, sostiene el historiador francés, un análisis del estilo de la crónica revela que su autor estaba impregnado de prosa latina y construcciones propias del náhuatl, que solo alguien como Cortés, según Duverger, fascinado con México e “inmerso en un proceso de mestizaje pudo dejar que penetraran en su manera de escribir en castellano”. Dos características que coinciden con las Cartas de relación del conquistador.
Duverger va eliminando candidatos a la autoría entre la docena de compañeros de Cortés que sabían leer y escribir –ninguno pudo ser testigo de todo lo relatado- hasta toparse con el conquistador. Crónica de la eternidad, una segunda parte de Cortés, la biografía más reveladora, publicada también en México por Taurus en 2010, comienza a desvelar el misterio al entrar en los años finales de éste cuando vuelve a España, un periodo al que se ha prestado poca atención.
Frente a la idea tradicional de un Cortés aislado y perdedor, el historiador se centra en la etapa (1543-1546) que pasó en Valladolid y descubre a un hombre intelectualmente muy activo, que organiza en su casa una academia en la que se dan cita los notables de la ciudad y se discute sobre temas como “el cronista y el príncipe” o “la historia oral y la historia documentada”.
En esos años, asegura Duverger, es cuando el conquistador, que ha visto cómo todas sus cartas al emperador Carlos V “no solo han sido prohibidas sino también quemadas en plaza pública” en 1527, concibe su plan. “Cortés decide que su público es el futuro. Está orgulloso de lo que hizo y es consciente de que la marca que el hombre deja en la tierra es más fugaz que los libros. Si la Corona quiere matar su memoria, borrarle de la historia, él sabe que su aliada es la posteridad”.
Cortés contrata a López de Gómara, a quien confía sus archivos para que escriba la historia oficial –en su testamento dejará dicho que se le paguen 500 ducados por el trabajo- al tiempo que él escribe sus memorias, “inventando al personaje del soldado anónimo con la libertad de un novelista”, dice el historiador, que subraya que la estructura de las dos obras es idéntica.
Cortés muere en 1547, la obra de Gómara es prohibida –“su poseedor corría el riesgo de pagar una multa altísima, equivalente al precio de 20 mulas”- y su manuscrito permanece oculto durante dos décadas. Pero la sublevación de los tres hijos de Cortes en México al frente de los herederos de los conquistadores contra las Leyes de Indias que amenazaban con confiscar sus propiedades en 1566 resucita el texto. La crónica escrita por Cortés viaja a América con intención de convertirse en el gran golpe de efecto que legitime la causa de los primeros criollos. La conspiración fracasa y los hijos del conquistador son detenidos y enviados al exilio. Antes, los hermanos envían “el documento a Guatemala, donde vive Bernal, uno de los pocos supervivientes de la Conquista” y cuya existencia está por primera vez documentada en 1544.
Su hijo, Francisco Díaz del Castillo, afirma Duverger, aprovecharía la oportunidad de mejorar su posición en sus pleitos “convirtiéndose en hijo de héroe”, haciendo modificaciones para incluir el nombre de su padre e incurriendo en flagrantes contradicciones “como criticar algunos párrafos de Gómara que nunca aparecieron en su versión dada a la imprenta” y que solo pudo conocer Cortés. El manuscrito sufriría algunas manipulaciones más hasta su definitiva impresión en Madrid en 1632 con el título que conocemos y la autoría de Bernal.
En la obra de Duverger, Cortés aparece como un héroe y Carlos V como un villano. “Para Cortés, el emperador es un personaje débil, que pasa el tiempo guerreando por Europa. No entiende que en plena era de las exploraciones, de la apertura de nuevas rutas comerciales, se desaproveche la oportunidad. Tras 15 años en Santo Domingo y Cuba, cuando entra en México instala una convivencia diferente a la de la Corona. Impone su visión mestiza y no la genocida que se ha practicado en el Caribe”.
“El México mestizo que conocemos hoy es producto de la visión de Cortés”, afirma el historiador, que espera impaciente la reacción del público de ambos lados del Atlántico a su hallazgo y sueña con que algún día la Historia verdadera se publique bajo el nombre de su verdadero autor: Hernán Cortés.