miércoles, 23 de noviembre de 2011

El Pelayo, el acorazado español que aterrorizó a los estados Unidos

23/11/2011
http://www.abc.es/ GUILLERMO D. OLMO

España estaba contra las cuerdas. A punto de perder sus últimas posesiones ultramarinas, a las puertas del «Desastre». Corría el mes de mayo de 1898. Las fuerzas del decadente imperio español combatían con suerte esquiva con las del rampante imperio yanqui. La marina estadounidense se enseñoreaba de las aguas de Cuba y en Cavite, Filipinas, las fuerzas del comodoro George Dewey desarbolaban las defensas hispanas. En tan adversas circunstancias, en el Ministerio de Marina español se ideó un arriesgado plan para tratar de revertir el curso de la guerra: golpear al enemigo en su propio territorio, enviar una flota a bombardear la mismísima costa este de los Estados Unidos.
En Norteamérica la contienda se entendía como camino de expansión, de ampliación del patrimonio. En España los círculos políticos e intelectuales creían que se luchaba por la misma supervivencia de la nación. Cuba y Filipinas no eran propiedades de España, eran parte sustancial de la misma. Lo había expresado el presidente del Gobierno, Antonio Cánovas del Castillo, en el Congreso cuando anunció que, en Cuba, España se dejaría «hasta el último hombre, hasta la última peseta». Aún sabiendo que la mermada España de finales del XIX se enfrentaba a un enemigo superior, Cánovas había dicho en 1896: «Si, desgraciadamente, un día el pueblo español creyere que la empresa (…) era superior a su conveniencia (…) yo habría dejado de ser hombre político para siempre jamás (…) acabando aquel día, probablemente, también mi vida personal». Cuba era para los españoles de entonces una cuestión de honor. Así que, imbuidos políticos y opinión pública en Madrid de una especie de espíritu quijotesco, se decidió intentar lo que la historiografía bautizó como «el contragolpe español». Mejor morir que perder la honra.

La única esperanza pasaba por dar un puñetazo en la mesa. Bloqueadas las fuerzas navales en Cuba y debeladas las de Filipinas, el Gobierno decidió jugarse el todo por el todo en una última baza y enviar una escuadra a atacar las mismas ciudades costeras de los Estados Unidos. Sería la del almirante Manuel de la Cámara y Livemoore la encargada de ejecutar tan peligroso cometido.

La misión era de lo más comprometida. Las mejores unidades disponibles de la Armada española tendrían que atravesar las aguas del Atlántico y adentrarse en los dominios del gigante para buscarle las cosquillas en sus propias barbas. Se pretendía obligar a Washington a un repliegue de sus fuerzas y así aliviar la presión sobre Cuba y Filipinas. La idea no era ni mucho menos descabellada. Desde que conoció los propósitos del Estado Mayor español, el Gobierno norteamericano ordenó que se dejaran de iluminar las ciudades de la costa este para dificultar el temido raid hispano. El miedo se apoderó de muchos estadounidenses.
Rumbo a los Estados Unidos zarpó una escuadra en la que formaron destructores de la «Clase Furor», veloces y bien artillados: los buques «Audaz», «Osado» y «Proserpina», que prestarían escolta a los cruceros auxiliares «Patriota» y «Meteoro» y el crucero «Carlos V». Pero la estrella de la flota era el poderoso acorazado «Pelayo», principal motivo para la preocupación de los mandos militares enemigos. El «Pelayo» y el «Carlos V» superaban por sí solos en potencia de fuego y tonelaje a toda la escuadra con la que Dewey combatía en Filipinas.

Las fuerzas de Cámara se dividieron en dos fracciones, una de las cuales debería navegar rumbo a Halifax, en Canadá, donde recibiría las instrucciones para lanzarse al ataque de las costas estadounidenses, con el objetivo preferente de la base naval de West Key. La segunda tendría como destino aguas brasileñas, desde las que se dedicaría a hostigar el tráfico mercante enemigo.

Pero por más que el Gobierno español quisiera en último trance recurrir a lo que le quedaba de músculo naval, lo que nunca pudo superar fue su aislamiento internacional, lo que a la postre dejó el «contragolpe español» en simple amago. Las presiones y trabas de Gran Bretaña, que no deseaba que la contienda se extendiera al Atlántico entorpeciendo la navegación comercial y puso cuantas trabas pudo en los puertos bajo su control o influencia, dieron al traste con el proyecto. Así, antes de que las armas españolas pudieran siquiera asomarse a territorio enemigo, el Gobierno recibió las noticias de la alarmante situación en Filipinas y ordenó redirigir la flota hacia el archipiélago asiático, con la esperanza de forzar unas negociaciones que permitieran conservar al menos una parte del mismo. Pero tampoco en esto se tuvo éxito. El Gobierno egipcio, títere de Londres, no permitió a los buques españoles aprovisionarse de carbón en sus puertos, demostrando de nuevo la total orfandad internacional de la causa hispana en la guerra.

Quedó así truncado cualquier servicio que pudiera prestar el «Pelayo», un navío imponente al que los mandos estadounidenses tenían enorme respeto. El historiador Pablo de Azcárate cuenta en su libro «La guerra del 98» la «gran preocupación» que causaba a Dewey la eventual llegada al escenario filipino de «un buque como el “Pelayo”, superior a todos los que él tenía bajo su mando». La soledad diplomática española impidió que pudiera llegar a tiempo al teatro de operaciones.
La que era la última esperanza española se diluyó antes siquiera de que las armas que la sustentaban pudieran trabar combate, dando sentido a la queja del diputado Francisco Romero Robledo referida a la escuadra del almirante Cervera bloqueada en el puerto de Santiago de Cuba: «Las escuadras son para combatir (…) ¿Para qué nos sirven esas máquinas infernales que tantos sacrificios han costado al país?». No hubo contragolpe para España. Lo único que la historia le tenía deparado a España era el desastre.




miércoles, 16 de noviembre de 2011

La crisis del 29 de España

http://www.abc.es/

david valera 12/11/2011

Los números rojos protagonizan la jornada bursátil. Todos los índices están en caída libre. Ni un solo valor se salva de la debacle. El pánico se apodera de los accionistas que ven como se pierden en unos minutos todo lo invertido. El miedo provoca que el dinero no fluya e intensifica los descensos. El principal indicador de Wall Street, el Dow Jones, se derrumba un 12%.
Es una escena familiar a la vivida en estos días, pero se trata del crack del 29 que se inició un 24 de octubre, el denominado «jueves negro». Fue el comienzo de la peor crisis económica de la historia. Los problemas continuaron en los meses siguientes hasta el punto de que la Bolsa no tocó fondo hasta julio de 1932 y que el parqué de Nueva York no recuperó los niveles anteriores a la crisis hasta 1954. Se destruyeron millones de puestos de trabajo, el paro en EE UU alcanzó el 25%, (hoy en los peores momentos ha rozado el 10%) y unos 2.000 bancos quebraron.
Aunque hace 80 años el mundo estaba mucho menos globalizado que ahora los efectos se dejaron notar en el resto del planeta. En España se reprodujeron problemas parecidos a los de la actualidad: altísimo nivel de paro, endeudamiento familiar, cierre de empresas y elevado déficit del Estado. Todo ello agravado con la falta de una cobertura social que protegiese a los desempleados y una inestabilidad política que vio en una década como se pasaba de una dictadura, a la República y la posterior guerra civil.
España en 1929 era un país agrario con un pobre nivel de industrialización. Había vivido un auge económico durante la década de los «felices veinte», como el resto de sus vecinos, pero el tejido empresarial era demasiado pobre. El primer efecto de la crisis fue la depreciación de la peseta. Pasó de un cambio de 5,85 por dólar en 1928 a 7, 25 en diciembre de 1929. En 1932, el año más dramático, cotizaba a 12,42 respecto al billete verde. Y es que la crisis tardó varios años en tocar fondo.
Las inversiones extranjeras que habían crecido considerablemente y dado retiraron los fondos y dejaron a miles de personas sin trabajo. El Gobierno republicano trató de frenar el alto paro a través de leyes que estimulaban la obra pública y que modernizara al país, como había hecho EE.UU. con el «New Deal». Sin embargo, la caída de las exportaciones y las costosas importaciones provocaron un aumento del déficit que asfixió las arcas del Estado. Del superávit de 30 millones en 1930, las cuentas públicas acumularon una deuda de 595 millones de la época en 1935.
El desempleo aumentó en todos los sectores, pero los más castigados fueron la agricultura y la construcción. Pero el drama era mayor que en la actualidad, ya que los parados no contaban con ningún tipo de subsidio. Las colas a las puertas de organizaciones benéficas o la Iglesia para conseguir algo de comida se multiplicaron. El Gobierno aprobó medidas tan drásticas como la ley de Términos Municipales que prohibía la contratación de trabajadores de otros pueblos mientras hubiese desempleados en el propio municipio. La desolación recorría el país.
A partir de 1935 la situación mejoró levemente, pero la guerra civil truncó las esperanzas de recuperación y junto a la terrible posguerra dejó a España sumida en la más absoluta pobreza.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Los 'sapiens' llegaron a Europa Occidental hace 45.000 años

Diente encontrado en el sur de Italia. Nature




La llegada de los humanos modernos a Europa vuelve esta semana a la palestra científica con dos trabajos, publicados en la revista 'Nature', que adelantan unos cuantos milenios su aterrizaje en el oeste del continente. Restos fosilizados, encontrados hace décadas, han sido analizados de nuevo y, según los investigadores, pertenecieron a 'Homo sapiens' de hace entre 40.000 y 45.000 años que vivieron en Italia y al sur de Inglaterra.
Hasta ahora, los fósiles más antiguos de nuestra especie se habían encontrado en Rumanía (Pestera cu Oase), mucho más al este, y tenían menos de 40.000 años de antigüedad. Ahora, el cambio de fecha, si se confirma, supondría que convivieron más años con los neandertales y que tecnologías sofisticadas atribuidas a estos últimos realmente fueron realizadas por nuestra especie. Sin embargo, no todos los expertos están de acuerdo con estas conclusiones.
Uno de los fósiles del estudio, parte de un maxilar superior, fue encontrado en 1927 en la Caverna de Kent, en Inglaterra. Unas pruebas con radiocarbono, realizadas en 1987, los situó hace unos 35.000 años, pero ahora han sido investigados de nuevo en la Universidad de Oxford. En concreto, y dado que la excavación tuvo lugar hace más de 80 años, los investigadores han estudiado ahora fósiles de otros animales de la colección del Museo de Historia Natural de Torquay. Y su conclusión es que el fragmento del maxilar perteneció a un humano moderno que vivió hace unos 43.000 años.
El estudio, cuyo primer firmante es Tom Higham, de Oxford, detecta en las piezas dentales rasgos que también podrían ser de neandertales, pero sus autores consideran que predominan los de 'Homo sapiens', a quien atribuyen unas herramientas de piedra de tecnología Aurignaciense (más avanzada que la musteriense de los neandertales) encontradas en el mismo lugar. "Con ello se demuestra la rápida y amplia dispersión de los humanos modernos por toda Europa hace más de 40.000 años", concluyen.
Los dientes italianos
También en 'Nature' se publica la nueva datación de otros fósiles, en este caso dos dientes de niño encontrados en 1964 en la Grotta de Cavallo, una cueva al sur de Italia. Según sus autores, entre los que se encuentra Michael Coquerelle, colaborador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC), este infante también era un humano moderno y vivió hace entre 45.000 y 43.000 años. Hasta ahora se pensaba que eran de un joven neandertal.
Para los estudiosos de estos fósiles, no hay duda de que las herramientas relativamente sofisticadas (de la tecnología uluziense) que hay en esa gruta italiana tampoco fueron fabricadas por los parientes neandertales, sino por antepasados de nuestra especie.
Pese a estas conclusiones, a algunos especialistas europeos no les convencen mucho estos resultados. El paleontólogo Joao Zilhao, actualmente en la Universidad de Barcelona, considera que en el caso de la Caverna de Kent las dataciones no están bien hechas porque no se han tenido en cuenta la historia geológica de Kent. Así lo cree también, según declara a ELMUNDO.es, el actual codirector del yacimiento, Paul B. Pettitt.
En opinión de Zilhao, algunos científicos se niegan a reconocer capacidad simbólica a los neandertales "cuando hace más de 50.000 años, ya se adornaban y pintaban, como demostramos en la Cueva de los Aviones de Cartagena".