domingo, 30 de diciembre de 2012

¿Por qué acaba el año el 31 de diciembre?

Moneda celtibérica romana de Ségeda

ROBERTO PÉREZ / ZARAGOZA http://www.abc.es/
Todos damos por obvio que el año acaba el 31 de diciembre. El calendario empieza el 1 de enero y termina el último día de diciembre. Pero, ¿podía tener otro ciclo? ¿Podía empezar, un suponer, el 1 de junio y acabar el 31 de mayo? Podría. La razón de que no sea así, de que la Nochevieja sea la del 31 de diciembre, tiene un origen bélico, más de dos milenios atrás. Y el protagonista fue un pueblo celtíbero, Segeda, antecedente de lo que hoy es la pequeña localidad zaragozana de Mara, en la comarca de Calatayud.
Roma declaró la guerra a Segeda y, para adaptar organizativamente el mando de las tropas, cambió el calendario que regía hasta entonces en el mundo occidental. Segeda había adquirido fuerza y valor estratégico para que el Imperio romano decidiera declararle la guerra, lo que conllevó la modificación del calendario que se utilizaba hasta entonces, porque hacía falta elegir los cónsules y eso ocurría de ordinario el 15 de marzo, «primer día» del año político-administrativo romano. Pero como corría prisa, se optó por fijar como fecha de elección el 1 de enero, y aquel acontecimiento hizo que, desde entonces, el calendario adelantara el primero del año a ese día.
El ejército que movilizó el Senado romano para atacar a Segeda era de una dimensión inusual, 30.000 hombres, el doble de lo que hasta entonces era habitual en los contingentes que llegaban a la Península. La importancia que adquirió el conflicto hizo que Roma, en lugar de designar un pretor para dirigir la operación bélica, decidiera nombrar a un cónsul.
De no haber sido por Segeda, por el antecesor celtíbero del pequeño pueblo zaragozano de Segeda, las uvas nos las tomaríamos los aragoneses (y el resto del mundo occidental) en una fecha meteorológicamente mucho más benévola: las doce campanadas y las doce uvas nos las tomaríamos a las doce de la noche del 14 de marzo.
Importante tuvo que ser Segeda como para que el Senado romano tomara decisiones de tanto calibre. Algunas crónicas de la época se refieren a esa ciudad celtíbera como «grande y poderosa». Era capital de la etnia de los Belos, controlaba un amplio territorio que abarcaba a varias de las actuales provincias españolas y, entre sus privilegios, tenía el de acuñar moneda, lo que a su vez era una clara muestra del poder social y económico que tenía esa ciudad.
En el año 179 antes de Cristo, la ciudad de Segeda y Roma sellaron un acuerdo de paz. A cambio de pagar ciertos impuestos y del compromiso de no edificar nuevas ciudades en su territorio, Roma se comprometía a mantener la paz con Segeda y a permitirle que acuñara moneda. Pero en el año 154 antes de Cristo, Segeda inició la ampliación de sus murallas, para que alcanzaran hasta los 8 kilómetros de perímetro. Roma lo interpretó como una acción hostil que vulneraba el acuerdo de paz firmado veinticinco años antes.
El despliegue militar se hizo con rapidez. En vez de esperar al 15 de marzo para elegir a los cónsules, el Senado romano decidió hacerlo de inmediato, y cayó el 1 de enero. De esa forma, la operación militar se podía desarrollar a principios de verano. Si hubieran esperado al 15 de marzo para elegir al cónsul, los preparativos habrían demorado la maquinaria bélica hasta el invierno. Y los romanos sabían bien lo cruda que es esa época del año en estas tierras peninsulares.

sábado, 29 de diciembre de 2012

Tres batallas en la que la picaresca dio la victoria a la menguante España del XVII

Ejército del XVI/XVII preparándose para la batalla
 

http://www.abc.es/ E. VILLAREJO/MANUEL P. VILLATORO MADRID 28/12/2012
Siempre se ha dicho que uno de los principales factores para alzarse con la victoria durante una batalla es la estrategia. Sin embargo, en pocas ocasiones este proverbio ha guardado en su interior tanta verdad como para los españoles, los cuales, durante el reinado de Felipe III, protagonizaron tres batallas en las que hubieran sido aplastados por el enemigo si no hubieran utilizado su tradicional picaresca
Y es que, durante el Siglo XVII la situación de España, aunque hegemónica en el mundo (pues su territorio se extendía desde las colonias americanas hasta Asia pasando por Europa), era financieramente precaria. Por ello, Felipe III no tuvo más remedio que recurrir a una política pacifista y de alianzas para así no perder en batalla los territorios españoles.
Estas dificultades económicas, unidas a la amplitud del territorio español, provocaron que fuera en ocasiones muy dificultoso disponer de un contingente militar suficiente en todos los lugares colonizados. Sin embargo, para suplir la inferioridad numérica ocasional, los soldados se valieron de todo tipo de estratagemas más propias de una película de ciencia ficción que de la realidad.
Así lo explica el escritor Eduardo Ruiz de Burgos Moreno en su libro «La difícil herencia» (editado por Edaf), en el que analiza varias decenas de contiendas que se produjeron durante el reinado de Felipe III. «A pesar de la mejor voluntad real, las inmensas posesiones españolas se vieron una y otra vez atacadas y, en sólo diez años, obligaron a sus ejércitos a mantener 162 batallas repartidas por todos los confines terrestres», determina en el texto.
La primera de estas curiosas batallas se sucedió cuando una flota inglesa trató de atacar la posición española situada en Jamaica (en esos momentos propiedad de la familia de Cristóbal Colón). Sin embargo, se encontraron con unos aguerridos defensores acostumbrados a combatir contra piratas, algo muy usual durante el Siglo.XVI. «No es infundado el temor a los ataques de bandoleros marítimos que roban y saquean ciudades y puertos, pues durante años trataron de capturar especialmente las mercancías de los buques de transporte españoles en aguas americanas», establece Ruiz de Burgos
En aquellos años, los piratas suponían un auténtico quebradero de cabeza para los enclaves españoles, a los que acosaban sin tener ningún tipo de piedad. «Especialmente temidos eran los filibusteros franceses, genoveses y portugueses, que hostigaban profundamente a los colonos españoles, víctimas de sus asaltos, saqueos y asesinatos», sentencia Ruiz de Burgos.
Además, en palabras del experto: «En el mar Caribe, un lugar ideal por la abundancia de islas en las que pueden refugiarse, los buques piratas atacaban por lo general desde los apostaderos que tenían en el puerto del Manzanillo en el golfo cubano o desde los puertos de Santa Ana y Guabayara en la Isla de Jamaica».
En cambio, no fueron piratas los que atacaron aquel 24 de enero del año 1600 la actual ciudad de «Spanish Town», sino una flota con una bandera tradicionalmente enemiga de España. «Eran 16 buques ingleses al mando de Christopher Newport», explica el experto. Sin embargo, no distaban mucho de ser filibusteros, pues este capitán había sido formado por Francis Drake, un reconocido corsario anglosajón.
«Afortunadamente para los habitantes de la villa, su llegada había sido apercibida con suficiente antelación (…), dando tiempo a que su gobernador (…) organizara las defensas de la villa con los apenas 200 hombres armados con los que podía contar», añade Ruiz de Burgos.
Para los ingleses, la batalla estaba ganada antes incluso de comenzar. La superioridad de fuerzas era abrumadora, al igual que la potencia de fuego de sus navíos. Sin embargo, había algo con lo que no contaban: el ingenio que los españoles demostraron durante todo el combate.
Tan sencilla veían la conquista los ingleses que incluso trataron de convencer a los defensores de que se rindieran antes de comenzar la contienda. «Desembarcaron un emisario enarbolando bandera blanca en una chalupa que se acercaba a la playa (…). Allí, a unos centenares de metros (…), los defensores estaban atrincherados y habían situado un cañón para impedir un posible desembarco (…). A estos españoles, el mando inglés, a través del emisario, les exigió la rendición formal bajo amenaza de pasar a cuchillo a todos los defensores», explica el escritor en el libro
En ese momento, los españoles comenzaron a utilizar sus estratagemas, como bien determina el escritor: «Aprovechándose del entrecortado español que hablaba el enviado inglés, y fingiendo no conocer ninguna otra lengua, los españoles (…) dilataron los tiempos de las respuestas y, así, ganaron un tiempo precioso para preparar mejor la defensa».
Cuando los ingleses se dieron cuenta del engaño, ya era tarde, las defensas estaban listas. Sin embargo, esto no detendría a los asaltantes: «Decidieron atacar y desembarcaron unos 1.500 soldados. Tras reunirse en la playa, donde ya no había españoles, se organizaron en cinco columnas y empezaron a avanzar hacia la villa con la firme intención de conquistarla», añade el experto.
Pero los dos centenares de españoles ya habían planeado su siguiente movimiento. Para defenderse, usaron una táctica cuanto menos original. Concretamente, ataron antorchas encendidas a los cuernos de todo el ganado que había en la ciudad, lo que enloqueció a los animales. Posteriormente, los liberaron y los lanzaron contra sus desprevenidos enemigos. «Los ingleses primero oyeron un terrible estruendo, después, vieron ante sí una inmensa polvareda que no llegaban a entender y, finalmente, sufrieron una imprevista embestida de toros y vacas», explica el escritor.
Confundidos y desorientados por las aterrorizadoras bestias, los soldados de la vanguardia inglesa que no fueron arrollados retrocedieron desorganizadamente y se abalanzaron sobre sus camaradas de las filas posteriores. «Como consecuencia se generó una cascada de fugitivos que terminó en una gran huida en desbandada que dejó tras de sí una cincuentena de muertos ingleses por aplastamiento», determina Ruiz de Burgos.
Tras reunirse junto a la costa, descubrieron que sus planes habían dado un giro inesperado. «Para el cuerpo expedicionario del almirante Newport era más que suficiente. Los soldados desistieron de avanzar hacia el interior y sólo querían ser embarcados en sus buques. Sin haber logrado disparar un solo tiro, las pérdidas se les antojaron excesivas. No sabían bien lo que había sucedido, pero convencidos de que a los defensores no se les podía derrotar, (…) se hicieron a la mar y abandonaron definitivamente la isla», finaliza el experto.
Otra de las contiendas en la que los españoles demostraron su capacidad de improvisación se sucedió el 18 de julio de 1602, en Túnez. Ese día, una flota católica asaltó por sorpresa el puerto de «Hammamet», regentado por piratas turcos. «El ataque corrió a cargo de 350 infantes españoles y caballeros a las órdenes de Malta y de la toscana (…) embarcados en 5 galeras de la escuadra española de Sicilia y 5 fragatas de tres mástiles», añade Ruiz de Burgos.
Sin embargo, los españoles necesitaban tomar la plaza cuanto antes, pues sabían gracias a sus espías que en un breve período de tiempo los turcos recibirían unos considerables refuerzos. En cambio, en lugar de desesperar, decidieron utilizar esa información a su favor en una estratagema más propia de una novela de fantasía que de la realidad.
«La vanguardia española llegó al puerto en 5 ligeras falúas (pequeña embarcación destinada al transporte de infantería), de dos velas triangulares y un mástil ligeramente inclinado hacia la proa, como las falúas musulmanas», determina el experto.
En cada una de las embarcaciones el engaño estaba listo. Los españoles cambiaron sus banderas por las turcas y se disfrazaron con turbantes para hacerse pasar por los refuerzos que los defensores esperaban. Además, y para asegurarse de que no se descubriera su trampa, se ordenó a varios soldados que tocasen bendires, crótalos y laúdes, instrumentos usados en la música tradicional árabe. «Así, disfrazados, les resultó sencillo ser confundidos con los turcos que estaban esperando», comenta el escritor.
La mascarada salió a la perfección, y los defensores se creyeron el engaño. «La estrategia española permitió a la escuadra anclar muy cerca de tierra (…) Incluso la guarnición de “Hammamet” salió a recibirlos a la playa acompañada por una gran multitud que se agolpaba sobre el muelle del puerto.», explica Ruiz de Burgos. Lamentablemente para todos ellos no eran los refuerzos que esperaban, sino los barcos cristianos. Fue demasiado tarde cuando se dieron cuenta del grave error que habían cometido.
«Sorprendida la multitud al descubrir el engaño apenas pusieron pie en el muelle los atacantes, huyeron a refugiarse hacia las murallas de la villa. (…) Los despavoridos civiles arrollaron a los soldados de la guarnición, mezclándose entre ellos, lo que produjo caídas y agolpamientos que generaron una mayor confusión», explica el escritor. Para entonces los españoles ya habían descargado una salva de disparos sobre los turcos y les atacaban furiosos espada en mano.
La victoria fue aplastante, concretamente, murió casi medio millar de turcos. «Los atacantes, una vez saqueada y destruida completamente la ciudad, se embarcaron de regreso en dirección a Malta, poco después de avistar que se aproximaban por tierra más de 3.000 jinetes e infantes moros que, a toda prisa pero demasiado tarde, llegaban para auxiliar a los defensores de la villa», sentencia Ruiz de Burgos.
Finalmente, la última parada de este viaje debe hacerse en Colombia, donde la dificultad para transportar tropas españolas provocó que los soldados tuvieran que agudizar el ingenio para sobrevivir. Por aquellos años, los habitantes del lugar (los indios pijaos) trataban de combatir a los españoles usando la guerra de guerrillas, pues sabían que un enfrentamiento en campo abierto contra ellos supondría una estrepitosa derrota.
Por su parte, la táctica de los españoles para defenderse de los continuos ataques de los indios se basaba en edificar pequeñas fortificaciones para reducir al máximo el número de bajas. Uno de estos puestos, el de San Lorenzo de Maitó, defendido por apenas 20 españoles al mando de Diego de Ospina, era de los más castigados de la zona.
Por ello, los defensores decidieron un 16 de mayo de 1607 urdir una curiosa treta para atraer a sus enemigos hacia una trampa. En primer lugar, hicieron correr el falso rumor entre los posibles espías indios de que la mayor parte de la guarnición estaba enferma. A continuación, y una vez cumplida esta parte del plan, alentaron a los enemigos para que les atacasen. «El capitán Pedro Marcham penetró en el páramo de Bulica (…) y encendió una falsa fogata para engañar a los guerreros pijaos, ya que era su señal de convocatoria para el ataque», determina Ruiz de Burgos.
Todo estaba dispuesto, y los indios cayeron en la trampa. Confiados por la falsa información y la señal de ataque, centenares de pijaos acudieron a la batalla al mando de uno de sus reconocidos jefes, Kalar-cá. «Cuando llegaron a la empalizada, los españoles les estaban esperando con sus arcabuces y pistolas cargadas y sus picas en ristre», añade el experto.
«Fue el propio capitán Marcham, junto al soldado Juan Bioho, el que consiguió de un certero arcabuzazo acertar en el pecho de Kalar-cá, que cayó muerto, al igual que muchos de sus guerreros, antes de que los sorprendidos supervivientes indios se dieran a la fuga», explica el escritor. Con esta ingeniosa treta, 20 españoles consiguieron resistir el asalto de centenares de indios.

martes, 18 de diciembre de 2012

Ramsés III murió degollado en un intento de golpe de estado

Momia de Ramsés III
 
http://www.elmundo.es/elmundo/ Londres, 18/XII/2012

Un nuevo análisis forense de la momia de Ramsés III sugiere que el faraón del antiguo Egipto fue degollado en un intento de golpe de Estado hace más de 3.000 años, según publica en su último número la revista 'British Medical Journal'.
Los rayos X han revelado una profunda herida en el cuello de Ramsés III que había permanecido oculta hasta ahora por una capa de vendas que nunca se han retirado para no empeorar el estado de conservación de la momia, según un estudio de expertos italianos.
El examen de los restos del segundo faraón de la dinastía XX, que gobernó Egipto entre 1.186 y 1.155 a.C., apoya la teoría de que fue víctima de una conspiración liderada por Tiyi, una de sus dos esposas, y su hijo el príncipe Pentaur, ávido por heredar el trono de su padre.
La hipótesis de la conjura para matar al faraón se basa en un papiro datado en el año 1.155 a.C. que da cuenta de un proceso judicial contra miembros del harén de Ramsés III para derrocarlo y hacerse con el poder.
Un equipo liderado por Albert Zink, investigador del Instituto de Momias y el Hombre de Hielo de la Academia Europea de Bolzano, en Italia, ha puesto a prueba la teoría con nuevos estudios antropológicos y forenses de dos momias, la del faraón y la de un hombre desconocido que, según se sospecha, podría ser su hijo.
A través de tomografías computerizadas (TC), una técnica más compleja que las radiografías convencionales, ha salido a la luz un corte amplio y profundo en la garganta de Ramsés III que fue probablemente causado por un arma afilada y que le habría provocado una muerte inmediata, según los expertos.
Aquellos que embalsamaron al faraón introdujeron en la herida un amuleto con el ojo de Horus, un talismán que se utilizaba en el antiguo Egipto para proteger a los difuntos, y envolvieron su cuello con una gruesa capa de lino.
La investigación para esclarecer la muerte del faraón se completó con el estudio de una momia de un varón de entre 18 y 20 años que comparte el linaje parental con Ramsés III, según los análisis de ADN, lo que "sugiere firmemente que ambos eran padre e hijo", apuntó Zink.
El presunto príncipe Pentaur no fue embalsamado con el método habitual que se seguía con la realeza, sino que se cubrió su cuerpo con piel de cabra, considerada "impura" en la época, lo que se puede interpretar como un castigo hacia el fallecido, según los investigadores.
"Hasta ahora sabíamos nada o casi nada sobre cómo murió Ramsés III. Se había examinado su cuerpo y se le habían hecho radiografías, pero no se había detectado ningún traumatismo", explicó Zink, cuyo equipo fue el primero en estudiar a la momia a través de tomografías computerizadas.
El responsable de la investigación se declaró "sorprendido" por el descubrimiento: "Creemos que el corte en el cuello le mató. Lo pudieron haber hecho durante el embalsamamiento, pero es muy improbable. No he visto nunca algo parecido", señaló Zink.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Ahnenerbe, la secta ocultista nazi que trató de destruir el cristianismo

 
Manuel P. Villatoro. Madrid 7/XII/2012 http://www.abc.es/
 
 
Desde buscar el origen de la raza aria hasta planear viajes para robar todo tipo de reliquias y obras de arte. Estas eran algunas de las tareas para las cuales fue fundada la Ahnenerbe, una organización que, aunque oficialmente fue creada para dar valor a las tradiciones alemanas, acabó convirtiéndose en un grupo de estudio de las ciencias ocultas con una finalidad clara: destruir el cristianismo e instaurar una nueva religión nazi en Alemania
«El 1 de julio de 1935 se creó la Deutsches Ahnenerbe, o "Sociedad de Estudios para la Historia Antigua del Espíritu"», explica el escritor José Lesta en su libro «El enigma nazi» (editado por Edaf). Por aquella época, Hitler ya había sido nombrado Canciller de Alemania y el Partido Nazi dominaba toda la política del país. Sin embargo, el Führer quería enfrentarse al mundo y sabía que necesitaría varias cosas: toda la ayuda necesaria para vencer (ya fuera usual o paranormal) y, sobretodo, que la sociedad aceptara el nazismo como una creencia indiscutible. Ambas tareas serían encomendadas a esta nueva secta paracientífica.
El encargado de crear la Ahnenerbe fue uno de los miembros del Partido obsesionado por el ocultismo: Heinrich Himmler, comandante en jefe de las SS nazis (un cuerpo de soldados de élite dedicados, entre otras cosas, a la protección de Hitler). «Himmler era con toda seguridad el más fanático creyente en las ciencias ocultas, profesando una fe ciega en "las fuerzas desconocidas que nos rodean"», afirma el escritor.
«Ya en el poder se hizo con la dirección de las temibles SS. Un cuerpo de élite o de monjes guerreros, como a él le gustaba denominarlos, con los que formaría una auténtica Orden Negra que seguiría los preceptos del antiguo paganismo germano y los dogmas de fe del nazismo como creencia religiosa», explica Lesta.
«Himmler dio la orden para la constitución de la sociedad inspirado por Hermann Wirth, profesor holandés especialista en el estudio del germanismo. El primer departamento de la organización fue creado directamente por Wirth, y prestaba particular atención al estudio del antiguo alfabeto rúnico que tanta importancia tendría en la simbología del nazismo», completa el experto. De hecho, tal era su admiración por el lenguaje rúnico que escogió como símbolo para la Ahnenerbe uno de estos emblemas; el de la vida.
«Los objetivos de la sociedad eran fundamentalmente tres: investigar el alcance territorial y el espíritu de la raza germánica, rescatar y restituir las tradiciones alemanas, y difundir la cultura tradicional alemana entre la población», determina Lesta.
Tras la formación de la sección dedicada al estudio de las runas vinieron varias más. « En 1936 se constituyó el departamento de lingüística, en 1937 el de investigación sobre los contenidos y símbolos de las tradiciones populares, y un año después el departamento de arqueología germánica. Este último se haría famoso por sus extrañas expediciones», sentencia Lesta.
«Estas actividades, extraordinariamente diversificadas hacían que se multiplicaran los departamentos en el seno de la sociedad. Llegó a tener 43, dedicados a danzas populares y canciones tradicionales, estilos regionales, folclore, leyendas, geografía sagrada, ciencias paranormales, etc.», aclara el escritor.
«Andre Brissaud escribe que los trabajos de la sociedad eran "asuntos secretos del Reich", y comprendían desde temas clásicos como "la lengua y literatura germánicas" hasta temas tan curiosos como el "yoga y el zen, doctrinas esotéricas e influencias mágicas sobre el comportamiento humano"», sentencia el experto en su libro.
De todas las premisas necesarias que había que cumplir para formar parte de la Ahnenerbe, la principal era la de contar con el título de doctor universitario. Por su parte, el sistema de trabajo consistía en la organización de diferentes grupos de estudio a cargo de un coordinador.
Sin embargo, no todas las secciones de la Ahnenerbe tuvieron la misma repercusión. Entre las más conocidas, se encontraba la rama ocultista. «La sección esotérica estaba a cargo de Friedrich Hielscher y Wolfram Sievers; así mismo el famoso escritor Erns Jünger y el filósofo judío Martin Buber colaboraron con ella», explica el escritor.
Pero, en contra de lo que pudiera parecer, esta sociedad no nació de la nada, sino que basó su estructura y la mayoría de sus ideas en una organización conocida como la sociedad Thule. Este grupo, que estuvo operativo desde la primera década del SXX hasta la creación de la Ahnenerbe, destacó porque contaba con un líder que se autodenominaba el precursor del anticristo.
Un joven Adolf Hitler pasaría a formar parte de esta organización una tarde de 1922. «Para entrar se debía facilitar una fotografía que el Gran Maestre examinaba para descubrir en los rasgos antropométricos huellas de sangre extranjera. Asimismo, tenían que jurar pureza de sangre hasta la tercera generación», sentencia Lesta.
Sin embargo, por lo que destacaba esta secta era por su particular forma de hacer justicia en las calles de Baviera, su sede principal. «Sólo entre 1918 y 1922 se contabilizaron (en este estado) 354 crímenes y asesinatos políticos. Según J.M Romaña, las fuerzas de seguridad estaban siempre al corriente de esta “justicia paralela”, y es que muchos de los oficiales de la policía eran adeptos de la sociedad Thule», explica el experto.
«Además, también se daban muchos casos de personas desaparecidas siempre en extrañas circunstancias. Y entre estos individuos, la mayoría de los cuales eran judíos o comunistas, debemos buscar a las víctimas de los “sacrificios” que fueron asesinadas en rituales de magia astrológica”», señala el escritor, que apostilla por otro lado que aún no se han encontrado datos totalmente concluyentes que demuestren la existencia de estos rituales.
Entre las prioridades de la Ahnenerbe se encontraba el acabar con el cristianismo y dar forma a una religión propia del nazismo: «Una de las consignas subterráneas del régimen nazi era eliminar progresivamente la influencia que para el pueblo alemán tenían los ritos de la Iglesia Católica», determina el escritor.
Para ello, la organización disponía de uno de los mayores y más conocidos personajes dentro del ocultismo nazi: el «sumo sacerdote» Friedrich Hielscher. Aunque se conoce poco de este maestro de lo paranormal, las investigaciones coinciden en que era temido por todos los oficiales alemanes.
«Para que nos hagamos una idea, el jefe de la Gestapo (policía secreta alemana) leprofesaba una profunda devoción. Heinrich Himmler hablaba de él en respetuosos susurros y le consideraba la figura más importante de Alemania después de Hitler. Si Alemania llegara a ganar la guerra, seguramente Hielscher saldría a la luz, convertido en el sacerdote supremo de la nueva religión, como Hitler como divinidad encarnada», afirma el experto.
Para lograr acabar con el cristianismo, Hielscher creó a través de Himmler una religión basada en la sangre y el valor de los soldados alemanes. A su vez, hizo que las fiestas paganas se superpusieran a las cristianas, de esta forma, pretendía que los católicos dieran de lado a sus creencias y abrazaran la nueva religión de la Ahnenerbe.
«Himmler y su Estado Mayor personal, constituido por hombres de su más absoluta confianza concibieron un calendario festivo para la Orden Negra de las SS que establecía unas fechas sagradas a lo largo del año. En ellas, las SS renovaban sus compromisos de honor y lealtad para con el Führer y la orden», afirma Lesta en el texto.
«Estas festividades servían para sustituir a las fiestas cristianas por otras que estuvieran más próximas a la tradición germano-pagana», explica el escritor. Una de las celebraciones más llamativas que se llegó a suprimir fue la de la Navidad. De hecho, el día en que se recuerda el nacimiento de Jesús se cambió nada menos que por una jornada en la que se reverenciaba al sol.
«Efectivamente, en el 25 de diciembre se conmemoraba el “día del nacimiento del sol invencible” –el Sol Invictus, que para los romanos representaba el nacimiento de Mithra-, es decir, el día en que este astro, después de ir acortando su presencia desde el solsticio de verano, parecía recobrar nuevamente sus fuerzas tras el periodo agónico del otoño y la muerte invernal», sentencia el experto.
A su vez, otras fiestas pasaron a ser suprimidas en favor de las nuevas creencias nazis: «Otros períodos del año habían sido igualmente reciclados en forma de fiestas neopaganas. La Pascua se transformó en la fiesta de “Ostara”, por ejemplo.», determina Lesta. En este caso, los miembros de las SS celebraban el comienzo de la primavera recordando a la diosa de la fertilidad que da nombre a esta celebración.
Además, la Ahnenerbe buscaba que el rito del matrimonio cristianofuera sustituido en favor de una ceremonia creada por los nazis. «Hace poco se ha revelado una filmación inédita que muestra la ceremonia llevada a cabo por una pareja para contraer matrimonio bajo el ritual de las SS», comenta el escritor.
«En ella, se ve claramente que la sala en la que se celebra la ceremonia esta presidida por una gigantesca bandera negra con una S rúnica grabada en plata. Previamente los cónyuges habían realizado su matrimonio civil y en el curso del acto el oficial superior –el propio Himmler en este caso- les entrega el pan y la sal, símbolos de la tierra y de la fertilidad», sentencia Lesta.
Por supuesto, para que se celebrara la unión de la feliz pareja era también necesario demostrar la pureza de sangre, es decir, que ambos eran alemanes. Como curiosidad, también destaca que, como principales regalos del matrimonio, no solía faltar un ejemplar del «Mein Kampf» («Mi lucha»), la biografía de Adolf Hitler. Tras cumplir todos estos preceptos, el marido y la mujer estaban listos para vivir felices en el Reich.
Dos de los ritos que se practicaban en las SS y que la Ahnenerbe pretendía que se extendieran con el tiempo a toda la sociedad alemana eran los de un curioso bautismo y una extraña forma de dar el último adiós a aquellos miembros de la Orden Negra tras su muerte.
En el primero de los casos, Lesta deja claro su funcionamiento: «Durante el bautismo del hijo de un afiliado a la Orden Negra se les hacía entrega de una medalla con signos rúnicos para el recién nacido, y se pronunciaba la fórmula de ingreso del bebé en la comunidad de las SS».
Por otro lado, el castillo que servía de sede para la Ahnenerbe guardaba en su interior una curiosa estancia dedicada a venerar los restos de sus miembros. «En la cripta, se hallaba la sala de los muertos, un recinto abovedado y circular. Albergaba en su centro una pira y en los muros doce habitáculos en los que se ordenó que se levantaran trece alturas alrededor de una gruesa mesa de piedra», destaca el experto.
«Se hizo para el momento en que un miembro de tan restringido círculo de elegidos en las SS dejara este mundo. Entonces, se debían colocar sus cenizas en la correspondiente urna encima de uno de esos altares, justo después de que el escudo de armas del fallecido acabara de ser pasto de las llamas, y todo para que fuesen veneradas al mejor estilo religioso por el resto de los supervivientes», completa el experto.
«En el techo de la bóveda, justo encima de la pira, se encuentra todavía una esvástica y cuatro aspilleras por las que el humo del ritual fúnebre debía ascender, formando una columna», sentencia Lesta.
Finalmente, una última y curiosa práctica de este grupo (y secta) pudo observarse cuando el tribunal aliado juzgó por crímenes contra la humanidad en Nuremberg a dos de los principales líderes de la Ahnenerbe, Hielscher y Sievers. Y es que, ambos mostraron una extraña actitud durante el proceso.
«El prisionero (Sievers) escuchó con extraña indiferencia su condena a muerte y, acompañado por Hielscher, se hincó de rodillas mientras este entonaba los cánticos de una misa negra. Un himno final de adoración a los poderes del mal que aguardaban a su alma al otro lado de la tumba», comenta el experto.
«Tal y como relatan sus cuidadores de celda: “Pronunció oraciones en una lengua desconocida, oraciones de un culto que nadie conocía y del que no habló jamás», afirma el escritor en el texto.

4 Preguntas a José Lesta

jueves, 6 de diciembre de 2012

El ADN sitúa el origen del éxodo gitano en India hace 1.500 años

 
El éxodo gitano –la gran marcha que llevó a este pueblo hasta Europa- comenzó hace 1.500 años y tuvo como origen un lugar del norte o noroeste de India. Así lo concluye un estudio del ADN de 13 poblaciones de gitanos en Europa que han elaborado David Comas, de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, y Manfred Kayser, de la Erasmus MC de Rotterdam (Holanda). El trabajo lo publica Cell.
El trabajo ha consistido en una comparación del material genético de individuos de la mayor minoría de Europa: los 11 millones de gitanos. Al compararlo con los habitantes de las zonas de India de donde se cree que proceden y ver qué mutaciones se han producido, se obtiene una especie de reloj biológico que permite datar el momento en que ambos grupos se diversificaron.
Más aún: al ver las diferencias entre los gitanos de distintas partes de Europa se determinó que la expansión en el continente empezó desde los Balcanes hace 900 años.
Las conclusiones son coherentes con las obtenidas estudiando el romaní, y sirve para rellenar los huecos de la historia de los gitanos, ya que este pueblo ha carecido de registros escritos, ha dicho Comas.
“Desde el punto de vista del genoma, los gitanos comparten una historia común única que consiste de dos elementos: las raíces en el noroeste de India y las mezclas con población no gitana de Europa, durante la que han acumulado diferentes mutaciones durante su emigración desde India”, ha dicho Kayser. “Nuestro estudio ilustra que comprender el legado genético de los gitanos es necesario para comprender las características genéticas de los europeos en su conjunto”.
Más información:
* Los gitanos, una nación sin territorios: http://elpais.com/diario/2000/07/30/sociedad/964908001_850215.html

jueves, 15 de noviembre de 2012

Jayne Wilkins
 
Judith de Jorge 15/11/2012  http://www.abc.es/
 
El ser humano ha demostrado a lo largo de la historia su sobresaliente capacidad para crear armas. Con el fin de proporcionarse alimento, como amenaza o para aniquilar al enemigo, el desarrollo de estos instrumentos dañinos ha tenido una evolución exponencial desde las estacas afiladas que supusieron nuestro primer arsenal. Pero a alguno de nuestros antepasados se le ocurrió que en vez de un simple palo puntiagudo sería mucho más mortífero adosar a uno de sus extremos una piedra bien cortante. Esto, según nuevos hallazgos arqueológicos en Kath Pan (Sudáfrica), sucedió hace medio millón de años, 200.000 años antes de lo que se creía hasta ahora. Lo encontrado por los científicos son las puntas de lanza más antiguas utilizadas por la humanidad. Y no fue el ser humano moderno quien las empleó.
La colocación de puntas de piedra en las lanzas supuso un importante avance tecnológico para los primeros humanos. Las herramientas con mango o empuñadura requieren más esfuerzos y una planificación previa para su fabricación, pero una piedra afilada al final aumenta su poder mortífero. «Estas puntas cortantes son extremadamente letales en comparación con los efectos de un palo afilado. Los primeros humanos aprendieron esto antes de lo que pensábamos», afirma Benjamin Schoville, investigador de la Universidad Estatal de Arizona y uno de los autores del artículo, que publica esta semana la revista Science.
Las puntas de lanza con empuñadura son comunes en la Edad de Piedra 300.000 años atrás, pero nunca antes se habían encontrado unas tan antiguas. Los objetos hallados fueron utilizados en el Pleistoceno medio, un período asociado al Homo heidelbergensis, el último ancestro común de los neandertales y los humanos modernos, de lo que los científicos deducen que las dos especies humanas inteligentes utilizaron este tipo de armas no porque las dos las inventaran o una aprendiera de la otra, sino porque ya existían antes de que divergieran. Ambas las recibieron como una herencia cultural.
La función de las puntas se determinó mediante la comparación del desgaste que sufrían con el daño inflingido a puntas modernas experimentales utilizadas para atravesar el cuerpo muerto de gacelas africanas con una ballesta calibrada. Este método, que se ha utilizado con eficacia para estudiar armamento en contextos más recientes en el Medio Oriente y África del sur, demostró que el daño de las antiguas puntas de lanza era muy similar al de los experimentos. Esas fracturas distintivas no son fáciles de crear en otros procesos. Las puntas daban buenos resultados y penetraban adecuadamente el objetivo.
«Parece que algunas de las características que asociamos con los humanos modernos y con nuestros parientes más cercanos se remontan más atrás en nuestro linaje», afirma Jayne Wilkins, autora principal del estudio, de la Universidad de Toronto. Al menos, nos queda el dudoso consuelo de no ser nosotros los autores de todo lo destructivo.

viernes, 9 de noviembre de 2012

El Gran Capitán en la batalla que cambió la historia

Gran Capitán frente al cuerpo de Luis de Armagnac
Recreación de la batalla de Ceriñola (1503)
 
Esteban Villarejo/Manuel P. Villatoro Madrid 09/11/2012 http://www.abc.es/
Gonzalo Fernández de Córdoba, «Gran Capitán». El eco de sus proezas aún retumban en los manuales de historia militar. En Europa y allende los mares, donde los «herederos» de sus Tercios fraguaron el Imperio de aquella joven España. Cuando muchos nombran tan alegremente a Sun Tzu, Clausewitz, Napoleón, Patton o Schawrzkopf, olvidan que fue este genio militar español quien cambiaría para siempre el «arte de la guerra»: de la pesadez medieval (caballería pesada) a la agilidad moderna (infantería).
Reconquista de Granada, victoria sin igual frente al francés en Nápoles, conquista de un nuevo Reino para sus «Señores», virrey, precursor de una nueva estrategia militar fundamentada en la infantería y visionario de un Ejército español cuyas reformas impulsaron un cambio de mentalidad que posteriormente derivó en la creación de los populares tercios españoles que acabarían dominando buena parte del mundo e invictos desde 1503 hasta el desastre de Rocroi en 1643.
Sin embargo, y a pesar de sus proezas, este cordobés nunca dejó de ser un oficial cercano a sus hombres, con sentido del honor para con el contrario, estoico y, ante todo, súbdito leal hacia unos Reyes Católicos que iniciaban en sus hombros la aventura de una nueva nación. Aunque no fueron pocas las desaveniencias acaecidas con sus «Señores», llegando a ser apartado de la «res publica» y «res militaris» de la siempre desagradecida España.
Como bien explica Fernando Martínez Laínez, periodista y coautor del libro «El Gran Capitán» (Ed. Edaf), Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515) se inició pronto en la carrera militar, pues estaba destinado a dedicarse a guerrear al ser el segundo hijo de una familia noble, cobrando su nombre más poder entre los militares. Pronto se asoció su nombre a la valentía. «Una de las primeras batallas en las que intervino fue la de Albuera, cuando combatió a las huestes del rey de Portugal que habían invadido Extremadura».
«Hacia 1497, tras una breve estancia en la Corte, los Reyes Católicos le nombran "adalid de la Frontera", un grado que equivalía a capitán», explica Laínez.
Pero donde realmente comenzó a mostrar su ingenio militar fue durante la «Guerra de Granada», una campaña militar que se sucedió a partir de 1482 y en la cual los españoles pretendían expulsar a Boabdil del último estado musulmán en la Península Ibérica. «La guerra se produjo por la firme decisión de los Reyes Católicos, que querían acabar de una vez por todas con el enclave musulmán de Granada, el único territorio que quedaba para completar la unidad cristiana peninsular».
Gonzalo tomó parte en esta contienda al mando de una unidad de «lanzas» (caballería pesada con una gruesa armadura) de la casa de Aguilar, de la que su hermano era señor. «Fue una guerra larga, que duró casi diez años, y se libró a base de incursiones, asedios, golpes de mano y escaramuzas persistentes, sin grandes batallas campales», determina el escritor.
«El Gran Capitán tuvo un papel muy destacado a lo largo de toda la campaña, en especial en los ataques a Álora, la fortaleza de Setenil, Loja y el asalto al castillo de Montefrío, cercano a Granada». De hecho, algunos cronistas como Hernán Pérez afirman que, durante esta guerra. «Gonzalo era siempre el primero en atacar y el último en retirarse».
Su papel más destacado lo tuvo al final de la contienda, ya que fue una de los diplomáticos que negoció la rendición del reino nazarí de Granada e incluso actuó como espía. «Es totalmente cierto que llevó a cabo una hábil labor secreta, fomentó la división de las facciones nazaríes de Granada, negoció con Boabdil la rendición de la ciudad, y hasta acompañó al último monarca nazarí en su último viaje por España cuando este pasó a refugiarse en África», sentencia Laínez. Granada sería su principal manual de «lecciones aprendidas» para las guerras venideras.
«Pronto, su valerosa actitud y dotes de mando llamaron la atención de los Reyes Católicos, que le recompensaron con la tenencia (jefatura militar) de Antequera, el señorío de Órgiva y una encomienda», prosigue Laínez.
Sin embargo, parece que los grandes honores que recibió no fueron suficientes para Gonzalo, pues en 1495 se embarcó hacia otra gran campaña esta vez en Nápoles. Su misión era clara: detener el avance de los franceses, deseosos de expandirse militarmente con la toma de algunos territorios. «La primera campaña italiana se inició cuando el rey francés Carlos VIII invadió el reino de Nápoles (Reame) con una gran ejército. Al poco tiempo se retiró, pero dejando la mayor parte del Reame ocupado».
«Utilizando las tácticas aprendidas en la Guerra de Granada, Fernández de Córdoba, limpió Calabria de enemigos, conquistó la provincia de Basilicata y tras derrotar a los franceses en Atella entró triunfante en Nápoles en 1496», destaca el escritor. Fue tras el asalto a esta ciudad cuando se empezó a conocer a Gonzalo como «Gran Capitán». Tras tomar el lugar, volvió a España como un héroe.
A pesar de que se firmó un tratado con Francia para que cesaran las hostilidades, la paz no duró demasiado. El rey francés Luis XII había firmado un tratado con Fernando el Católico para repartirse el reino napolitano. Los franceses ocupan la mitad norte y el sur queda en poder de las tropas españolas que manda el Gran Capitán.
Pero pronto se iniciaron las discrepancias entre españoles y franceses por cuestiones fronterizas, lo que provocó que en 1502 se reiniciara la guerra después de que los franceses trataran de nuevo de tomar Reame. El «Gran Capitán» no lo dudó y se dispuso a enfrentarse a los enemigos de España. Una de las primeras batallas de esta guerra fue la de Ceriñola (Cerignola), en la que Gonzalo tendría que hacer uso de toda su experiencia militar para lograr salir victorioso.
La batalla de Ceriñola sin duda cambió la historia, y es que, si hasta ese momento la fuerza de los ejércitos se medía en base a la cantidad de caballería pesada de la que disponía, tras esta lid la mentalidad militar evolucionó y comenzó a primar la infantería. La batalla se desarrolló en un diminuto punto de la Apulia italiana situado en lo alto de una colina cubierta de viñedos y olivos. En ella, las tropas del «Gran Capitán» se defendieron de los atacantes franceses, tras verse obligados a retirarse en varios enfrentamientos.
De hecho, el «Gran Capitán» demostró antes de la batalla su mentalidad innovadora y revolucionara. Y es que, para llegar a la ciudad Ceriñola y poder preparar las defensas concienzudamente antes del ataque de los franceses, Gonzalo forzó a sus caballeros a hacer algo nunca antes visto y que suponía una afrenta a su honor.
«El Gran Capitán obligó a los caballeros de su ejército a llevar infantería en la grupa de sus monturas en la marcha hacia Ceriñola, por terreno arenoso y próximo a la costa, lo que hacía muy fatigosa la marcha. Eso era algo que no se hacía nunca, pero mejoró la movilidad y la moral de la tropa y le permitió ganar tiempo. Fue una muestra más de su ingenio táctico», explica el experto.
Este acto hizo que los españoles ganaran tiempo y les permitió preparar las defensas de la ciudad, que consistieron en cavar un foso y una pared de tierra alrededor de Ceriñola, lo que les permitía aprovechar la situación elevada del enclave. Además, el «Gran Capitán» pudo establecer una estrategia que más tarde sería reconocida como un preludio de la guerra moderna.
Los franceses no se hicieron esperar y, a los pocos días, su comandante, Luis de Armagnac, dejó ver a sus tropas. «Por el lado francés, aunque varió según avanzaba la guerra, se contaban unos 1.000 hombres de armas (caballeros con armadura), 2.000 jinetes ligeros, 6.000 infantes, 2.000 piqueros suizos y 26 cañones». Por el contrario, Gonzalo tenía a sus órdenes un ejército formado principalmente por infantería: «Del lado español había solo 600 hombres de armas, 5.000 infantes y 18 cañones, más un refuerzo de 2.000 mercenarios alemanes», señala Laínez.
«En esta batalla las fuerzas estaban bastante equilibradas en cuanto a números, pero los franceses tenían mucha superioridad en caballería pesada y su artillería doblaba a la española. Por el contrario, los españoles contaban con un mayor número de arcabuceros, una fuerza que se revelaría decisiva», explica el escritor.
Para detener la fuerza arrolladora de la caballería francesa se planteó una estrategia novedosa: situar las tropas de disparo delante de las defensas. «El Gran Capitán colocó en primera línea a los arcabuceros y espingarderos (hombres armados con una escopeta de chispa muy larga), detrás a la infantería alemana y española, y más retrasada a la caballería. Él se situó en el centro del dispositivo y revisó con detalle el despliegue de toda la tropa».
Todo quedó preparado para un duro combate. Pero, antes siquiera de desenvainar una espada, el «Gran Capitán» volvió a demostrar su arrojo. Concretamente, Gonzalo se quitó el casco en los momentos previos a la batalla y, cuando uno de sus capitanes le preguntó la causa, él contestó: «Los que mandan ejército en un día como hoy no debe ocultar el rostro».
La batalla se inició con la caballería francesa cargando orgullosa contra las tropas españolas. Hasta ese momento, una de las cosas más terribles que podía ver un enemigo de Francia era a los majestuosos jinetes en marcha con las armas en ristre. Sin embargo, fueron recibidos con una salva de fuego que hizo caer a un gran número de soldados.
«Cuando se inició el fuego, las balas de los arcabuceros españoles hicieron estragos en la caballería pesada francesa, impedida de avanzar ante el foso erizado de estacas y pinchos», explica el autor. Al no poder avanzar, los jinetes, desesperados, trataron al galope de encontrar alguna fisura en las defensas del «Gran Capitán», pero su intentó fue en vano y costó la vida a Luis de Armagnac, alcanzado por varios disparos.
Tras la derrota de la caballería pesada, la infantería francesa se dispuso a avanzar, pero sufrió grandes bajas debido al fuego español. Además, justo antes de que los soldados alcanzaran la primera línea de arcabuceros y acabaran con ellos, el «Gran Capitán» ordenó retirarse a estas tropas de disparo para evitar bajas.
Después de esta estratagema, el «Gran Capitán» cargó con todos sus infantes contra las diezmadas tropas del fallecido Armagnac que, ahora, no tenían objetivos contra los que luchar al haberse retirado los arcabuceros españoles. Sin apenas dificultad, las unidades de Gonzalo dieron buena cuenta de los restos del ejército francés.
Ni siquiera la caballería ligera francesa pudo ayudar a sus compañeros, pues fueron arrollados por los jinetes españoles. «La batalla apenas duró una hora y fue una victoria total. Además, quedó como un ejemplo de arte táctico, y de la importancia de la fortificación y elección del terreno para el buen resultado de cualquier combate», destaca Laínez.
Otro escritor, Juan Granados, autor de la novela histórica «El Gran Capitán» (Ed. Edhasa) explica que «esencialmente demostró que en adelante las batallas se ganarían con la infantería. Utilizando para ello compañías formadas por soldados distribuidos en tercios, es decir, en tres partes: arcabuceros, rodeleros —soldados con armadura muy ligera armados de espada y rodela, el típico escudo circular de origen musulmán— y piqueros, generalmente lasquenetes alemanes, enemigos acérrimos de los cuadros mercenarios suizos que solía emplear Francia. Se adelantó cuatro siglos a Napoleón, huyendo de la guerra frontal y
utilizando las tácticas envolventes y las marchas forzadas de infantería».
A finales de 1503 españoles y franceses volverían a medir sus fuerzas en el río Garellano -que por cierto da nombre a uno de los regimientos del Ejército con más solera y cuya sede se encuentra en Vizcaya- donde el «Gran Capitán» dio cuenta de las huestes del marqués de Saluzzo. «El sur de Italia quedó durante más de dos siglos en poder de España. El Gran Capitán, triunfador absoluto de estas guerras, desempeñó funciones de virrey en Nápoles, donde fue querido y respetado, pero pronto las envidias y maledicencias cortesanas empezaron a actuar en su contra», señala Laínez.
Pero parece que España no podía soportar a los héroes, pues Gonzalo terminaría siendo relevado de su puesto. El escritor Juan Granados sentencia: «Tal era la popularidad de Gonzalo de Córdoba entre sus hombres, que llegaron a desear proclamarle rey de Nápoles. Algo que él nunca deseó, se hubiese conformado con ser comendador de su querida orden de Santiago. Pero Fernando el Católico era suspicaz, desconfiaba de tanto éxito, el mismo rey de Francia, a quien había derrotado, le había ofrecido el generalato de su ejército. Por otra parte, sí es cierto que Gonzalo era descuidado en sus informes a su rey, tardaba en escribirle, pero nunca había pensado en suplantarle».
El monarca pidió entonces al «Gran Capitán» un registro de gastos para asegurarse de que no había malgastado fondos reales. Fernando el Católico le reclamó claridad en las cuentas de sus gastos militares en Nápoles, algo que Fernández de Córdoba consideró humillante. Como respuesta a lo que Gonzalo consideraba una gran ofensa personal, el entonces virrey dirigió a la monarquía un memorial conocido como las «Cuentas del Gran Capitán».
Irónicamente las cuentas incluían en el capítulo de gastos cantidades tales como: Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas españolas. Cien millones en picos, palas y azadones. Diez mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres enemigos, cincuenta mil ducados en aguardiente para las tropas un día de combate, ciento setenta mil ducados en renovar campanas destruidas por el uso de repicar cada día por las victorias conseguidas... y lo mejor: «Cien millones por mi paciencia en escuchar ayer que el rey pedía cuentas al que le ha regalado un reino».
Esto no debió de sentar muy bien al monarca que, a sabiendas de lo que «Gran Capitán» representaba prefirió evitar el enfrentamiento directo con él, pero no perdonó la ofensa. «El monarca decidió alejar a Gonzalo de Nápoles. A partir de entonces el Gran Capitán tuvo que adaptarse a una vida más sedentaria en sus posesiones de España. Es el destino de casi todos los héroes, una vez que han cumplido con su cometido en la guerra y llega la paz», finaliza Martínez Laínez. Sin embargo, lo que sí dejó este guerrero fue una reforma militar que duraría siglos.
La herencia del «Gran Capitán» revolucionó la forma de combatir a nivel mundial hasta la llegada de las armas de destrucción masiva. Entre otros elementos destacables se sitúan la formación de la tropa en compañías (que luego serían la unidad fundamental de los tercios) al mando de un capitán, y el experto manejo de las armas de fuego individuales del combatiente de a pie, señala Martínez Laínez.
Por otro lado, el Ejército cambió su mentalidad y comenzó a formar nuevos soldados que, además de pelear, tuvieran la capacidad de entrenarse por sí solos, hacer trabajos de fortificación y ponerse a punto con marchas y ejercicios constantes. «Este método es una herencia de las antiguas legiones romanas y creó un soldado que poco después hizo de los tercios una maquinaria invencible en toda Europa», destaca Laínez.
Además, el «Gran Capitán» creó también un nuevo tipo de unidad, la coronelía. Es el antecedente más inmediato de los tercios. Tenía unos 6.000 hombres y era capaz de combatir en cualquier terreno. Otra de sus innovaciones fue armar con espadas cortas, rodelas y jabalinas a una parte de los soldados. «La finalidad era que se introdujeran entre las formaciones compactas enemigas, causando en ellas terribles destrozos», sentencia el escritor.
Enseñanzas que fueron adquiridas por el «Gran Capitán» en la guerra de guerrillas que supuso la reconquista de Granada, con unos Reyes Católicos que depositaron en los hombros del «Gran Capitán» sus primeros pasos militares de una nueva nación en aquella vieja Europa llamada España.
 

miércoles, 17 de octubre de 2012

Goebbels: el nazi enano y ligón

Ullstein bild-W. Frentz
Manuel de la Fuente madrid 25/06/2012  http://www.abc.es/

La biografía de Peter Longerich desmonta muchos de los mitos sobre el Ministro de Propaganda hitleriano.
Goebbels, con solo pronunciar este apellido la Historia se tambalea, crujen los cimientos del género humano, se lanzan al galope los negros corceles de la barbarie.
Siempre se ha pensado que en el retorcido cerebro de este hombre (pequeño, atormentado por un terrible dolor en el pie, fruto de la polio) se estructuraba toda la geometría demoníaca del régimen nazi, que él era el arquitecto de aquel templo del odio y el terror cuya siniestra imagen eran Hitler y el olor a carne quemada en media Europa.
Pero este individuo, también conocido como el enano venenoso, o el carnero por sus muchas amantes, se pasaba el día como la reina de Blancanieves: «Espejito, espejito, quién es el nazi más listo, el más entregado, el más trabajador, el verdadero entre los verdaderos?». Y el espejito despejaba sus dudas: «Tú, Paul Joseph Goebbels, tú, tú».
Pero el verdadero espejo del que Goebbels necesitaba aquiescencia era otro y tenía nombre propio: Adolf Hitler. Porque toda la vida del todopoderoso y omnipresente Ministro de Propaganda nazi estuvo dirigida, pensada y planeada para que el Führer le diera una palmadita en el hombro, lo que no ocurría tan a menudo como Goebbels quisiera.
Estos son algunos de los reveladores detalles de «Goebbels» (RBA) la reciente biografía del ministro nacionalsocialista, magna obra (cerca de mil páginas) elaborada por el experto Peter Longerich (autor también de la biografía de Himmler, otra rata convenientemente diseccionada por Longerich) a partir de los treinta y dos tomos de los diarios que Goebbels escribió durante casi veinticinco años hasta su suicidio en 1945 en el Führerbúnker en el que pocas horas antes Adolf Hitler había hecho lo propio. Acto supremo de lealtad al Jefe, en el que Goebbels además se llevó por delante a su esposa Marga, y a sus seis hijos.
Del libro de Longerich se desprende que cualquier psicólogo habría descrito el comportamiento de Goebbels como una «patología narcisista», tal era su deseo de ser admirado. De hecho, cuando ya era amo y señor del aparato propagandístico nazi, Goebbels disfrutaba como un niño con zapatos nuevos cuando la Prensa elogiaba sus discursos o sus ideas, Prensa que evidentemente él controlaba hasta la última coma.
En 1923, Goebbels empieza a escribir estos diarios que en su megalomanía quería que fuesen la crónica oficial del nazismo. De hecho, con el tiempo se los vendió a la propia editorial del partido, la de Max Amann. Nos descubren también a un tipo que se dibujaba a si mismo como alguien que había triunfado viniendo desde abajo y sin ayuda, alguien capaz de limpiar el Berlín Rojo al final de los años 20 y primeros 30, al que supo unir a las masas sin discusión en torno al líder, al preboste que al principio no era muy partidario de la Guerra Mundial, al escritor frustrado, al poeta que «veneraba» a Rusia a través de su pasión por Dostoyevski, pero también al amante incansable, obseso, grimoso pero infatigable, al esposo infiel, como en el episodio de la actriz checa Lida Baarová (jugaba con ventaja, los estudios cinematográficos nazis,UFA, dependían también de él), una relación que el propio Hitler tuvo que disolver ante las quejas de Marga Goebbels y que llevaron al preboste a un intento de suicidio. ¿Marga, Joseph y Adolfo, algo más que amigos?
Un tipo sentimental, incluso cursi, que en alguna ocasión escribe: «Benditos días. Sólo el amor. Tal vez el momento más feliz de mi vida» o que se autocompadece: «A mi vida le falta el amor, por eso dedico todo mi amor a la gran causa», o echa pestes de dos novelitas cortas escritas cuando era estudiante: «Soy un escolar peregrino, un alma solitaria» y «Los que aman el sol».
Y, sobre todo, desenmascaran a un tipo que jamás pintó nada en las grandes decisiones del Reich (de hecho nadie pintaba, Hitler se lo guisaba y comía el solito), pero que fue capaz de inventarse una genial película de su vida. Un criminal al que sus camaradas tomaban por el pito del sereno. Cuando Hitler se suicidó en el Führerbunker, el espejito de Goebbels también se hizo añicos. Para paz y sosiego de los hombres de bien.















miércoles, 10 de octubre de 2012

Pero, ¿quién gritó: 'Tierra a la vistaaa...'?

 
Colón muestra sus teorías a Fray Pérez', obra de Eduardo Cano de la Peña.

Un estudio realizado por los historiadores Guadalupe Fernández Morente e Ignacio Fernández Vial pone en serias dudas que el primer europeo que vio tierras americanas fuese el lepero Rodrigo Pérez de Acevedo -Rodrigo de Triana-, para documentar que fue realmente otro onubense, Pedro de Lope.
De Lope era natural de La Redondela (Huelva), con una mención mínima, pero "muy importante" en el estudio 'Los marinos descubridores onubenses'. En él se remite a dos historiadores españoles del siglo XVI, Gonzalo Fernández de Oviedo y Francisco López de Gomara, que señalaron en su época que "un marinero de Lepe fue el primer hombre de la flotilla de Colón y los Pinzones en divisar tierras americanas", añadiendo el primero de ellos, que él lo escribe así porque "lo dijeron dos tripulantes: Vicente Yáñez Pinzón y Hernández Pérez Mateos".
Pero la investigación va más allá, y se apoya en Alice B.Gould (1868-1953), una estadounidense que sostuvo que "solamente un vecino de Lepe fue tripulante de la armada de Colón, concretamente fue de marinero en la nao Santa María y se llamaba Pedro Izquierdo", y de él sabemos que no regresó jamás a España, pues fue uno de los que se quedaron y murieron en el Fuerte de la Navidad en la Isla Española".
Quedaría así descartada la opción de Rodrigo Pérez de Acevedo -Rodrigo de Triana-, ya que éste volvió a España y terminó su vida en África, aunque el libro se detiene en la carabela Pinta, donde "navegaba otro vecino, pero no de Lepe, sino de La Redondela, pueblo dependiente en el ajetrear diario de sus hombres de mar de la primera de la villas, por lo que en la jerga marinera se le conocía como leperos".
Se cita así a Pedro de Lepe, cuyo apellido era Lope pero se conocía así en jerga marinera, el único marinero del entorno más cercano a Lepe que viajó con Colón en 1492, ya que queda más lejos geográficamente el ayamontino Rodrigo de Jerez, para citar, por último, a los escritos de Oviedo y Gomara, que sostienen que "él tuvo que ser, y no otro, pues (...) no había más leperos a bordo, el hombre que primero vio tierra americana".
Para Salvador Gómez, alcalde de La Redondela, este estudio es concluyente para apoyar la tesis de que fue un vecino de su pueblo, de 1.700 habitantes, el primero que vio la tierra americana, un hombre del que, por cierto, no existen demasiados datos biográficos, aunque llevan su nombre el colegio público y una de sus calles.

Caral: la civilización de la paz

María Verza. México DF http://www.elmundo.es/elmundo/

Cuando se estaban construyendo las pirámides de Egipto, cuando se desarrollaba la civilización china, la sumeria o la india, hace 5.000 años, surgía en un páramo desértico de las estribaciones de los Andes peruanos la civilización más antigua de América: Caral. Este pueblo conocía la genética, la predicción climática, la ingeniería antisísmica y, a diferencia de las civilizaciones contemporáneas del 'viejo mundo', no hacía la guerra, simplemente comerciaba y disfrutaba de la vida.
En 1994, la arqueóloga peruana Ruth Shady descubrió este sitio arqueológico, 180 kilómetros al norte de Lima y declarado por la UNESCO en 2009 Patrimonio de la Humanidad. Este lugar de aspecto lunar en la costa peruana es todavía un gran desconocido para el público no especializado fuera de su país. Sin embargo, rompió muchos paradigmas.
"En América también hubo capacidad de crear civilizaciones, como en el viejo continente, no íbamos rezagados y eso es todo un símbolo para afianzar nuestra identidad cultural y para reflexionar sobre el ser humano", enfatiza Shady a su paso por México, donde fue invitada esta semana a dar varias conferencias.
Pero, además, un distintivo de Caral es que no se encontraron vestigios de guerra o conflictos, un factor que los científicos consideraban la causa más probable del origen de las civilizaciones.
"Buscábamos armas, que era lo habitual y encontramos... ¡flautas hechas de huesos de cóndor y cornetas!", afirma.
Era una sociedad muy organizada y con un gran desarrollo de la sociedad civil. "No tenían ningún interés por la guerra y sí una visión mucho más armoniosa de la vida que la que tiene la sociedad actual, tal vez porque observaron el espacio sideral y vieron que la Tierra era un punto en el universo", comenta la investigadora en entrevista con ELMUNDO.es.
La civilización Caral, cuya antigüedad han confirmado 130 dataciones por carbono 14, perduró durante un milenio y se desarrolló en un terreno hostil que supo adaptar a sus necesidades, con ríos que la rodeaban y el Pacífico a poco más de 20 kilómetros. Sus habitantes vivían del comercio (conectaron la costa con la selva y la sierra) y se dedicaban al conocimiento y a la producción de tecnología que mejorara la calidad de vida de la sociedad.
Su principal fuente de proteínas era el pescado pero también cultivaban patatas, utilizaban la lana y la alpaca, usaban drogas no sólo con fines medicinales, les preocupaba el arte y tenían un fuerte sentimiento religioso en el que el fuego y la música eran dos elementos clave.
"El estado cumplía la función de administrador del agua y había especialistas a tiempo completo en funciones que no eran de producción", como la observación del universo, la predicción del clima o la ingeniería.
En casi dos décadas de trabajo de Shady y su equipo multidisciplinar -que comenzaron casi en medio de la incredulidad, con el Ejército peruano sacando la tierra a cubos bajo un sol matador- se ha desenterrado una de las pirámides más grandes del mundo, construcción principal de la conocida como 'ciudad sagrada', una enorme plaza pública, anfiteatros y varios centros urbanos levantados en torno a la ciudad central.
Entre los hallazgos más sorprendentes, la arqueóloga destaca la construcción de edificios públicos con plataformas escalonadas donde pusieron bolsas de fibra resistente llenas de piedras para que, ante un terremoto, la fuerza del sismo se repartiera. "Hemos tardado 5.000 años en llegar al mismo conocimiento, de hecho investigadores japoneses vinieron a Perú después del gran terremoto de hace año y medio a analizar esas bolsas".
Otro logro fue el algodón de colores. "Caral había logrado semillas de algodón natural pero rojo, marrón o beige por las que ahora se interesan muchas compañías".
Pasados mil años de paz y prosperidad, las ciudades fueron enterradas y abandonadas. "Todavía no sabemos muy bien el porqué pero creemos que los motivos fueron cambios climáticos muy fuertes, primero terremotos, luego aluviones, grandes lluvias y finalmente una sequía muy prolongada de 60 a 130 años". Un ciclo similar, dice, al que parece que se está viviendo en la actualidad.
Entre las muchas cosas que quedan por averiguar, la arqueóloga destaca las relaciones que pudo tener Caral con civilizaciones posteriores como los incas o los olmecas, o traducir el 'quipu' encontrado, un sistema de cuerdas anudadas con el que se registraba la información y que todavía no ha sido descifrado. Otra asignatura pendiente es la divulgación, sobre todo fuera de Perú, de todos los resultados de la excavación, bien a través exposiciones o de conferencias.
"La arqueología no se queda en el pasado, la arqueología tiene que vincularse con el presente y eso es lo que nosotros tratamos que hacer, provocar reflexión", señala Shady. Y su lección es clara: tenemos mucho que aprender de la primera civilización que vio la luz en América.