domingo, 29 de noviembre de 2009

El legado de la libertad

FERNANDO GUALDONI 28/11/2009 Elpaís.com

John Lynch, biógrafo de Simón Bolívar y de José de San Martín, reivindica la figura de los dos grandes héroes de la independencia. "Ejercieron un liderazgo desinteresado, sin esperanzas de obtener privilegios, ambos fueron modélicos".
Una legión de ordenanzas, desde la ciudad de Panamá hasta Tierra del Fuego, se afana en sacarle brillo a los miles de retratos de Simón Bolívar y José Francisco de San Martín que presiden las aulas, cuarteles y ministerios desde hace casi dos siglos. Son los rostros mitificados de los dos máximos libertadores de América del Sur que suelen compartir pared con Jesucristo crucificado. Son los héroes intocables. Aunque el legado de ambos se ha utilizado como al gobernante de turno le viniera mejor, sus vidas han estado por encima de todo, como si hubiesen sido sobrehumanos.
Ningún latinoamericano gusta de asumir que ambos libertadores acabaron su obra apesadumbrados. Los dos empezaron su lucha como auténticos republicanos y la terminaron coqueteando con la monarquía. Bolívar llegó incluso a redactar una Constitución vitalicia y con derecho a elegir sucesor. San Martín abandonó su Argentina natal y murió en el exilio en Francia, mientras que su par venezolano falleció enfermo en Colombia, poco después de que su sueño de una América unida se hubiera roto para siempre.
"San Martín y Bolívar pueden describirse como herederos del absolutismo ilustrado, ambos creían que la mejor forma de servir a la independencia era a través de gobiernos fuertes que impusieran el cambio social contra los intereses de los terratenientes", explica el prestigioso hispanoamericanista John Lynch. Para este profesor, "criticar a ambos por haber acabado sus vidas siendo absolutistas conservadores en vez de demócratas liberales es sacar las cosas de quicio. Ninguno de los dos podía satisfacer todos los intereses y no eran tan idealistas como para llevar a sus países hacia la destrucción en una vaga búsqueda de la igualdad. Tuvieron dudas legítimas sobre cuál era el nivel de libertad apropiado y hasta dónde los diferentes grupos opuestos podían actuar sin poner en peligro la propia existencia de los nuevos Estados. Respecto al ejercicio de un liderazgo desinteresado, sin esperanzas de obtener privilegios, ambos libertadores fueron modélicos".
El profesor Lynch, de 82 años, declinó la oferta de hacer una entrevista en Londres por problemas de salud y prefirió hablar sobre las independencias hispanoamericanas desde su ordenador. A través del ciberespacio, el director del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Londres -hoy Instituto de las Américas- desde 1974 a 1987 reflexiona sobre los acontecimientos de hace 200 años y cómo éstos aún marcan la vida de los hispanoamericanos. Es un ir y venir de preguntas que podría prolongarse infinitamente.
Lynch conoce la vida de los libertadores como pocos. En 2006 publicó la biografía de Bolívar y hace sólo unos meses la de San Martín (Yapeyú, 1778-Francia, 1850), las dos en la editorial Crítica. No sólo relata sus vidas, sino que contextualiza minuciosamente sus decisiones. Desde la grandeza hasta las intrigas y la rivalidad que pudo haber entre los dos... Todo está en esos textos. En las biografías aprovecha para poner en primer plano y con lujo de detalles la sociedad hispanoamericana de la primera mitad del siglo XIX. Son el complemento de otros dos textos clave de Lynch para entender la construcción de los nuevos Estados: Las revoluciones hispanoamericanas, 1808- 1826 (Ariel, 1989) y Caudillos en Hispanoamérica, 1800-1850 (Mapfre, 1993).
Bolívar, nacido en Caracas el 24 de julio de 1783, era hijo de un terrateniente y comerciante criollo de buena posición. La familia llegó a solicitar un título nobiliario cuya tramitación nunca se concretó. El joven Simón se educó en su tierra natal, pero su fortuna le permitió, siendo aún adolescente, viajar a Europa. Contrajo matrimonio a los 19 años con María Teresa Rodríguez del Toro en Madrid. Ella murió menos de dos años después de fiebre amarilla y él nunca volvió a casarse. Dedicó su vida a conjugar la política, la diplomacia y la guerra.
El 25 de febrero de 1778 nació San Martín en Yapeyú, hoy provincia de Corrientes, Argentina. Allí estaba destinado su padre, un militar palentino, para administrar los bienes que habían dejado los jesuitas tras su expulsión. A los siete años regresó a España y con apenas 11 se enroló en el Regimiento de Murcia. Combatió en Melilla y Orán y contra los franceses en Bailén. Renunció al Ejército español en 1811
Por entonces, tanto Bolívar como San Martín supieron advertir la debilidad de España como potencia imperial y la importancia de Gran Bretaña como aliado. Bolívar, asegura, Lynch, valoró que Londres "proporcionaba a Hispanoamérica la protección que ésta necesitaba: la Marina británica, en pos de los intereses británicos [sobre todo comerciales], impediría cualquier agresión europea en las Américas".
"Las crecientes demandas económicas de las colonias españolas son un aspecto importante de la independencia y San Martín y Bolívar fueron conscientes de ello. Sin embargo, ésta no es la explicación fundamental de la crisis. El Gobierno de los Borbones cambió el carácter del Estado colonial y el ejercicio del poder en América. Carlos III y sus ministros sabían menos de la América española que los historiadores modernos. Los datos los tenían. Los informes de las capitales virreinales ya habían empezado a registrarse en el Archivo de Indias. Pero nadie los leía o, si lo hacían, no los entendían. El pasado fue ignorado, hasta repudiado. El reinado de los Habsburgo se había relacionado con sus colonias a través del consenso y, desde 1650 hasta 1750, había permitido a los criollos tener acceso a la burocracia y los negocios. Los americanos desarrollaron un mercado interior pujante", explica el historiador.
"Pero, a partir de 1750, los Borbones decidieron poner fin a esta anomalía y volver a los tiempos en que se degradaba a los criollos. El objetivo era restaurar la grandeza imperial de España, y al hacerlo, alienar a la élite criolla que vio cómo el Gobierno y la economía de América pasaba a manos exclusivas de los españoles peninsulares", recuerda el hispanoamericanista. "Esta deconstrucción del Estado criollo, este proceso de desamericanización de América, fue el disparador de las revoluciones por la independencia. Fue este absolutismo colonial el que generó los movimientos de resistencia que acabaron dirigiendo San Martín y Bolívar".
Los libertadores estuvieron a punto de encontrarse a finales de 1811 en Londres, pero San Martín llegó poco después de que Bolívar y otro venezolano, Francisco de Miranda, marcharan a América a impulsar el movimiento independentista. Miranda, considerado por muchos historiadores el padre de la emancipación americana, fue más tarde acusado por Bolívar de traidor a la causa y entregado por éste al Ejército español. El militar, que había luchado en la Revolución Francesa y la independencia de Estados Unidos, murió enfermo en una prisión de Cádiz en 1816. Más de un estudioso ha interpretado que Bolívar traicionó a Miranda para ser la única cabeza del movimiento revolucionario.
En 1822 en Guayaquil, tras el único encuentro que mantuvieron los dos libertadores, San Martín también se marchó con la sospecha de que Bolívar le había negado el apoyo militar necesario para acabar en Perú la guerra contra España con el fin de convertirse en el único héroe de la gesta. "San Martín nunca pudo explicarse a sí mismo o a otros las razones de la negativa. Es plausible creer que Bolívar quiso quedarse con toda la gloria", reconoce Lynch. Dos años más tarde, el mariscal Antonio José de Sucre, el oficial favorito de Bolívar, libró en Ayacucho la última batalla por la independencia.
Mucho antes de la victoria final sobre el Ejército español, San Martín y Bolívar se habían dado cuenta de que las luchas intestinas por el poder en América del Sur iban a ser un peligro mucho mayor que la Corona. El general argentino armó el Ejército de los Andes, cruzó la cordillera para emancipar Chile con escasa ayuda de Buenos Aires y se embarcó para liberar Perú desobedeciendo órdenes del Gobierno porteño, mientras que el venezolano vio cuestionada su autoridad por los dirigentes locales en varias ocasiones. Llegó a sofocar sin piedad una revuelta de los mestizos encabezada por Manuel Piar, un general muy cercano al libertador.
"El caudillismo es la forma primitiva de la dictadura moderna y no deriva del colonialismo español. España gobernaba América Latina a través de las instituciones tradicionales de la propia monarquía -virreyes, gobernadores, audiencias-, no a través de los caudillos. Pero el derrumbe de los Borbones en 1808 dejó un vacío de poder en América que los líderes locales se apresuraron a llenar", reflexiona Lynch. "El caudillismo es, pues, un producto de las guerras de independencia, cuando los líderes regionales pudieron reunir los hombres y los recursos y, a través de ellos, ejercer el poder y el clientelismo político. Tras la independencia el caudillismo continuó desarrollándose, aunque no de forma ininterrumpida. La dictadura de Rosas en Argentina y más tarde el Gobierno de Perón tenían sus señas: absolutismo, exclusivismo y abuso del patronazgo. Estadistas como San Martín y Bolívar no fueron caudillos. Ellos no tuvieron una base económica personal o de fortaleza social para alzarse como tales".
A menudo, cuenta el profesor, se le pregunta si Hugo Chávez, que ha cambiado el nombre de su país por el de República Bolivariana de Venezuela, puede invocar a Bolívar como modelo. "Para responder menciono tres cuestiones: en primer lugar, se llama a sí mismo un "revolucionario bolivariano" y habla de establecer un Estado socialista. Bolívar nunca promovió una revolución social ni pretendió hacerlo. La redistribución de la tierra, la igualdad racial, la abolición de la esclavitud, los decretos a favor de los indios eran las políticas de un reformista, no de un revolucionario. Bolívar era demasiado realista para creer que podía cambiar la estructura de la sociedad de América del Sur por la imposición de leyes o políticas inaceptables para los principales grupos de interés. La segunda cuestión se refiere a las relaciones internacionales. Bolívar cultivó el apoyo de las grandes potencias, no de los países marginales. Mantuvo cierto recelo hacia Estados Unidos pero admiraba cómo este país había encarnado los ideales de igualdad y libertad. Fue deferente hacia el poder imperial de Gran Bretaña. El comercio y las inversiones británicas los vio como un beneficio, no como una amenaza. La tercera cuestión es tal vez la única que le da la razón a Chávez. Una de las ideas más controvertidas de Bolívar era que los presidentes debían servir de por vida y tener el poder de nombrar a su sucesor. Y el historial de Chávez muestra que él siempre está hambriento de poder".
El argentino Juan Manuel de Rosas, el venezolano José Antonio Páez, el mexicano Antonio López de Santa Anna o el guatemalteco Rafael Carrera, entre otros, fueron los precursores de un modelo de gobierno que ha perdurado en América Latina, un sistema personalista sustentado en la relación patrón-cliente. "La figura del caudillo, que normalmente procedía de una base de poder regional, supuso uno de los mayores obstáculos para el desarrollo de las naciones. La soberanía personal destruía las constituciones. El caudillo se convirtió en el Estado y el Estado en propiedad del caudillo. Paradójicamente, los caudillos también pudieron actuar como defensores de los intereses nacionales contra las incursiones territoriales, las presiones económicas y otras amenazas externas, fomentando, asimismo, la unidad de sus pueblos y elevando el grado de conciencia nacional. Los caudillos eran representantes y a la vez enemigos del Estado-nación", aclara Lynch. "La historia de las dictaduras no constituye toda la historia de Latinoamérica. Pero aun en los regímenes constitucionales quedaron rastros del pasado. Desde el caudillismo primitivo, pasando por la dictadura oligárquica, hasta los líderes populistas, la tradición del caudillo fue dejando huella en el proceso político. Quizás la cualidad más importante de los caudillos, que les sirvió para sobrevivir a los avatares de la historia, haya sido el personalismo, descrito por un historiador como la sustitución de las ideologías por el prestigio personal del jefe".
Los libertadores fueron capaces de advertir muchos de los males que azotarían a la región en los años venideros. En su carta de despedida del pueblo peruano, San Martín alertó sobre el peligro de los golpes de Estado: "Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas: hacer su independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos. La presencia de un militar afortunado por más desprendimiento que tenga es temible a los Estados que de nuevo se constituyen...", escribió el 30 de septiembre de 1822. Esa misma noche se embarcó rumbo al exilio.
Simón Bolívar plasmó su decepción en noviembre de 1830 en una carta al general Flores, el primer presidente del flamante Ecuador: "Usted sabe que he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1. La América es ingobernable para nosotros. 2. El que sirve a una revolución ara en el mar. 3. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4. Este país caerá infaliblemente en manos de una multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas...".
A pesar del desencanto, John Lynch acaba las dos biografías convencido de que ambos libertadores fueron hombres tenaces que llevaron sus ideales hasta las últimas consecuencias. Tal vez acabaron sus vidas con cierto sabor amargo, pero convencidos de su obra. Ambos primaron los intereses americanos frente a los de sus países y los suyos propios. San Martín nunca pretendió una unión regional. No ignoró las diferencias entre Argentina, Chile y Perú; y las asumió con el mayor pragmatismo. Bolívar sí mantuvo durante 12 años su sueño de la Gran Colombia (Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador juntos). Y aun quebrado su proyecto, preservó la ilusión de una América libre e igualitaria hasta el último aliento.
"En la víspera de los bicentenarios de las independencias", reflexiona Lynch, "España puede argumentar que su imperio en América no fue malvado. Hay muchas cosas de las cuales puede enorgullecerse: la organización de las instituciones, el desarrollo económico y la educación de los pueblos, entre otras cosas. El descontento de los criollos que generó el movimiento independentista no fue el resultado de tres siglos de opresión despiadada, sino una reacción a la política de los Borbones hacia la región y a los acontecimientos de 1808".

jueves, 26 de noviembre de 2009

Hallada la momia del monarca Pere el Gran

Los técnicos han accedido al sarcófago de Pere el Gran mediante la introducción en el mismo de una cámara.- DEPARTAMENTO CULTURA GENERALITAT

FERRAN BALSELLS - Santes Creus - 26/11/2009 Elpaís.com

Los restos de Pere el Gran (1240-1285), monarca de la Corona de Aragón cuyos despojos son los únicos de la dinastía que nunca han sido profanados, han sido localizados intactos en una tumba en el monasterio de Santa Maria de Santes Creus (Tarragona). El excepcional hallazgo lo ha realizado un equipo de arqueólogos de la Generalitat y coincide con la celebración del 850 aniversario del complejo cisterciense.
Los restos de Pere el Gran, hijo de Jaume I y figura clave en la historia de la Corona, se encuentran en un sarcófago de piedra y los investigadores confirman que el enterramiento se conserva en su estado original. Los despojos humanos, aparentemente embalsamados, están cubiertos por un tejido y una especie de casco cubre el cráneo del monarca.
Pere el Gran, III de Aragón, I de Valencia y II de Barcelona, fue también rey de Sicilia durante un mandato clave en la historia de la Corona (1276-1285). Sus restos permitirán esclarecer las causas de la muerte del rey así como la autenticidad de los restos de Jaume I el Conquistador (1208-1276), su padre enterrado en el monasterio de Poblet con dos cráneos de características similares en el mismo sarcófago.
La Generalitat analizará el ADN de Pere el Gran para determinar sus características físicas y genéticas, así como su dieta alimentaria. También reconstruirá el rostro del monarca. Los técnicos han accedido al sarcófago de Pere el Gran mediante la introducción en el mismo de una cámara, un sistema no intrusivo que ha arrojado las primeras imágenes del cráneo del rey.
Pere el Gran fue el primer monarca de la Corona en recibir sepultura en el monasterio de Santes Creus y mediante el rito europeo, lo que implicó embalsamar el cuerpo y ha permitido la conservación prácticamente virgen de la momia del monarca. Los trabajos también han confirmado que el cuerpo fue enterrado con abundantes sustancias aromáticas florales, cómo solía hacerse en la época.
Pere el Gran permitió consolidar la expansión la expansión de la Corona de Aragón por el Mediterráneo iniciada por su padre, Jaime I. También pacificó el territorio de la Corona, amenazados por las últimas revueltas árabes y la expansión de la monarquía francesa, que llegó a tomar Girona en 1285. La expulsión de las tropas del francés Felipe III fue la última gran victoria de Pere el Gran, lograda meses antes de fallecer. Su muerte se celebró con el primer funeral de la realeza realizado en el Monasterio de Santes Creus, abadía cisterciense del siglo XII que supone una de las joyas de las construcciones medievales en Cataluña. Además de la tumba y el mausoleo de Pere el Gran contiene los restos de su hijo, Jaume II, y la esposa de éste, Blanca d'Anjou. Ambos restos, a diferencia de los descubiertos ahora, han sido profanados en diversas ocasiones.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Los sueños de un libertador

Francisco de Miranda. Por Tovar y Tovar. ABC
Cubierta del libro «Sueños de un libertador», publicado por Roca Editorial /ABC.es

Manuel de la Fuente. ABC.es 25.11.09

Fue un hombre y su sueño de toda una vida: la creación de los Estados Unidos de América del Sur. Fue masón, aventurero, ilustrado, general de la Francia revolucionaria, combatiente en las tropas rebeldes de George Washington contra los casacas rojas ingleses, amigo de Catalina la Grande.
Recorrió medio mundo, a menudo con su biblioteca de seis mil volúmenes a cuestas, y dejó constancia de su saber enciclopédico y polifacético en los setenta y tres volúmenes que recogen su diario y sus archivos personales bajo el título de «Colombeia».
Nacido en Caracas, hijo de español de origen canario y de criolla, finalizó sus días en el penal gaditano de las Cuatro Torres, en el arsenal de La Carraca, tras haber sido traicionado por Simón Bolívar, al que había ayudado en sus ansias de convertirse en el Libertador de la América Hispana.
Se llamó Francisco de Miranda y fue una de las personalidades más inverosímiles y apasionadas de la Historia de España. Tras un almuerzo, el mismísimo Napoleón Bonaparte dijo de él: «En la comida se encontraban hombres de la más grande importancia, entre ellos creí ver a un Don Quijote, con la diferencia de que no estaba loco. Era el general Miranda. Tiene el fuego sagrado del amor a la libertad en el alma».
Ese fuego sagrado lo llevó a idear y llevar a cabo el asalto por mar de los territorios españoles en el Caribe empezando por su Caracas natal, para crear la Gran Colombia, ese sueño panamericano que posteriormente harían realidad San Martín y el citado Bolívar.
En el año del Señor de 1806, Miranda zarpó desde Nueva York en la fragata «Leander», acompañado por una tropa de trescientos hombres dispuestos a la liberación de Venezuela del dominio hispano. Consiguieron tomar el puerto de la Vela de Coro, y allí izaron la bandera tricolor, roja, amarilla y azul que hoy sigue siendo la enseña oficial de Colombia, Ecuador y Venezuela.
La vida y la obra de este singular libertario es el eje de «Los sueños de un libertador» (Roca Editorial), una apasionante y apasionada novela de Fermín Goñi, que traza con un lenguaje vibrante, una concienzudísima documentación (Goñi se ha leído todo, absolutamente todo, sobre Miranda) y el apoyo del guión de la propia vida del protagonista el camino de este hombre singular, prácticamente desconocido en España, un precursor de la independencia de nuestros pueblos hermanos. Un hombre que hizo historia, aunque hoy sea casi desconocida. El magnífico libro de Fermín Goñi viene a remediar en buena medida esta injusticia.

lunes, 16 de noviembre de 2009

En busca del ejército perdido

Grabado del siglo XIX que ilustra el desastre del ejército de Cambises II. Alfredo y Angelo Castiglioni
JACINTO ANTÓN Elpaís.com 16/11/2009

Arqueólogos italianos afirman haber hallado las tropas de Cambises II sepultadas en el Sáhara hace 25 siglos - Egipto denuncia que el equipo no tiene permisos.
Ni arcas perdidas, ni tumbas de faraones, ni ciudades sumergidas, ni ejércitos de terracota. El mayor espectáculo arqueológico de la antigüedad, que quizá yace en algún lugar del gran desierto de Egipto, es un ejército de verdad, compuesto según diversas fuentes por 50.000 hombres, enterrado enterito hace 25 siglos por una tormenta de arena que se lo tragó -soldados, camellos, caballos, armas, estandartes y pertrechos- sin dejar ni rastro. Era el ejército enviado en el 525 antes de Cristo por el rey persa Cambises II -los persas dominaban a la sazón Egipto- para sojuzgar a los amonios, los habitantes del remoto oasis de Siwa, sede de uno de los más célebres oráculos del mundo antiguo (el que dos siglos después designaría a Alejandro Magno hijo del dios Amón y legitimaría sus conquistas). La expedición punitiva persa nunca llegó y nadie regresó. Desde la misteriosa desaparición de la enorme tropa, atestiguada por el historiador Heródoto (aunque algunos estudiosos consideran el asunto una leyenda), han sido numerosos los intentos de exploradores -entre ellos el conde Almásy, el romántico protagonista de El paciente inglés-, aventureros y arqueólogos por encontrar ese ejército perdido. Hallarlo, con el inimaginablemente rico tesoro de sus pertenencias, pues puede suponerse que quedaron enterrados todos con lo puesto, constituiría uno de los descubrimientos más sensacionales de la historia. Estos días, un polémico equipo científico italiano, encabezado por los hermanos gemelos Angelo y Alfredo Castiglioni, ha levantado una gran polvareda -y valga la imagen- al anunciar el descubrimiento de lo que consideran son restos del ejército de Cambises. Dichos hallazgos, que consisten, según los descubridores, en un surtido de objetos pequeños -puntas de flecha, una daga de bronce, un brazalete de plata, un pendiente- pero de incontestable factura aqueménida (la dinastía persa a la que pertenecía Cambises), han sido realizados, sostienen, en diferentes campañas a lo largo de 13 años de intensa búsqueda. Los Castiglioni y su equipo, del que forma parte el controvertido geólogo egipcio Ali Barakat, opinan que el ejército, que según Heródoto (Historia, III) partió de Tebas, no siguió el itinerario lógico, tomando la ruta de los oasis y hacia el norte directamente, sino que, para sorprender a los amonios, se internó profundamente en el oeste hasta la meseta del Gilf Kebir para sólo entonces ascender y eventualmente enterrarse, como todo el mundo supone, en algún lugar del Gran Mar de Arena, el pavoroso desierto en cuyo borde septentrional está Siwa. Parte del material encontrado estaría en un refugio natural en el que los soldados habrían tratado de protegerse de la tormenta de arena. Los investigadores aseguran haber hallado asimismo en lo que creen fue la ruta del ejército acumulaciones de vasijas que han podido datar por termoluminiscencia hacia el 500 a. C. También, gracias a viejas historias beduinas, han dado con un "valle de huesos", sembrado de numerosos esqueletos blanqueados por el sol, entre los que habrían aparecido puntas de flechas persas y un bocado de caballo. Todo el relato, del que han dado buena cuenta, entre otros, medios italianos y el canal Discovery, hace arquear las cejas. El poderoso Zahi Hawass, jefe de la arqueología egipcia y recién nombrado viceministro de Cultura, ha calificado el hallazgo de "infundado y engañoso", puesto en tela de juicio la profesionalidad de los gemelos y anunciado que éstos carecen de permiso de excavación. Aparte de lo feo y sospechoso que es el que los italianos hayan estado trabajando sin las autorizaciones precisas, todo invita a ser muy cautos con el asunto. El egipcio Barakat habría encontrado los objetos ya en 1996 en Wadi Mastour (el Valle Oculto), cerca del oasis de Bahrein, en el curso de una expedición geológica que buscaba meteoritos. Los indicios son muy pocos, cuestionables, y el hallazgo de material persa -si ése es realmente el caso- no prueba por sí sólo su pertenencia al ejército perdido: los persas dominaron Egipto más de un siglo y realizaron diferentes expediciones hacia el oeste. Los huesos pueden atribuirse a cualquier tragedia más o menos reciente, como la represión italiana de los senoussi en los años 30 que empujó a poblaciones enteras a morir de sed al desierto. Eso sin contar con que Heródoto no es una fuente muy fiable. El hecho de que un ejército persa entero se perdiera es raro: las tropas de Cambises tenían experiencia en el medio pues habían llegado a Egipto atravesando los desiertos árabes y contaban con contingentes de pueblos nómadas. Acaso los guías, quizá garamantes, no eran muy fiables o los engañaron -Cambises no era muy popular: ultrajó la momia de Amasis y apuñaló con su propia mano al sagrado buey Apis-. Tampoco se entiende que el ejército no partiera desde el Delta dado que el acceso a Siwa desde allí es mucho más seguro. El gran saharista Theodore Monod menciona una caravana de 2.000 personas enterrada al completo en el desierto en 1805. Sin duda, el Gran Mar de Arena es peligrosísimo y en él el qibli, el temible viento caliente del sur, puede soplar inmisericorde durante días. Heródoto escribe: "Un viento del sur sumamente violento se desató sobre los persas mientras tomaban el almuerzo y arrastrando torbellinos de arena los sepultó". El Almásy real, que toda su vida estuvo obsesionado con la búsqueda del ejército de Cambises (de hecho, por eso se alistó en el Afrika Korps de Rommel y no por llegar hasta la ficticia Katherine Clifton de El paciente inglés), estuvo a punto de palmarla en ese océano de dunas de 600 kilómetros de largo en abril de 1935 con su colega Von der Esch, tres sudaneses y dos coches; les castigó un qibli inusual de ¡nueve días!, pero logró llegar a Siwa. "¿Quién sabe en qué punto nos hemos abierto paso sobre la tumba de arena del ejército persa?", escribió. No es la primera vez que se encuentran restos que pudieran estar relacionados con la infausta tropa de Cambises (a cuya búsqueda ha dedicado una emocionante novela Paul Sussman): en 2000 un equipo geológico de la universidad de Helwan que hacía prospecciones petrolíferas en el desierto halló restos humanos, fragmentos de objetos metálicos que parecían armas y tejidos atribuibles al ejército persa.


sábado, 14 de noviembre de 2009

El suicidio de la cultura nazca

Un autobús recorre la carretera Panamericana que cruza las Líneas de Nazca, en Perú.- AP

JAIME CORDERO Elpaís.com 14/11/2009

El misterioso pueblo preincaico que sembró Perú de geoglifos gigantes desapareció víctima de su propia deforestación.

Aunque nunca fue un imperio, la cultura nazca, que floreció en Perú más de mil años antes que la inca, tiene fama por derecho propio. Los enormes geoglifos que dejaron los nazca en las pampas desérticas del mismo nombre, y que sólo se pueden apreciar plenamente desde una avioneta que los sobrevuele, causan al visitante una mezcla de admiración y misticismo. No ha faltado quien ha sugerido que en realidad son obra de extraterrestres. Lo cierto es que siguen siendo un misterio que intriga a los investigadores, igual que la súbita desaparición de la civilización, alrededor del año 500 después de Cristo. En realidad, se cree que un fuerte fenómeno de El Niño causó severas inundaciones y desencadenó la decadencia de los nazca; pero un reciente estudio sugiere que éstos también tuvieron parte de responsabilidad en lo que bien podría considerarse una de las primeras catástrofes ecológicas causadas por la mano del hombre. La investigación, encabezada por David Beresford-Jones, del Instituto de Investigación Arqueológica de la Universidad de Cambridge y reseñada recientemente por la revista Nature, sostiene que si los nazca -que eran notables ingenieros hidráulicos- sucumbieron por los deslizamientos e inundaciones provocadas por el fenómeno de El Niño fue porque ellos mismos debilitaron sus suelos al talar extensos bosques, principalmente de huarango -un árbol que puede vivir más de mil años y es clave en su ecosistema-, para dedicar el terreno a cultivos agrícolas. "Siempre se ha recurrido a dramáticos fenómenos climáticos para explicar los cambios culturales en los Andes", señala Beresford-Jones en Nature. "Pero esto no se sostiene, si nos basamos en lo que sabemos sobre la cultura humana. Se da la imagen de una cultura estática, golpeada por acontecimientos sobre los que no tiene control. Los nativos americanos no siempre vivieron en armonía con su entorno". Mediante simulaciones hechas con ordenador, los investigadores muestran que las fuertes lluvias e inundaciones de un Niño severo -como el que efectivamente golpeó la costa peruana en ese tiempo, de acuerdo con los vestigios arqueológicos encontrados en la zona- podrían haber causado graves daños al complejo sistema de canales creados por los nazca para irrigar sus cultivos. Si los efectos fueron devastadores fue porque, al talar los bosques, los nazca eliminaron el complejo sistema de raíces que mantenía firme el suelo de sus valles. "Cuando El Niño llegó, se llevó consigo el suelo de la planicie, debido a que éste ya no era sostenido por el bosque. Esto causó la erosión y volvió inservibles los sistemas de irrigación", explica Beresford-Jones. Para corroborar esta tesis, Alex Chepstow-Lusty, paleoecólogo que trabaja en el Instituto Francés de Estudios Andinos, analizó muestras de polen de uno de los valles. El resultado dejaba claro que, mientras que los vestigios más antiguos correspondían a árboles como el huarango, las muestras posteriores pertenecían a cultivos como el maíz y el algodón. Después hay un cambio dramático: los sembrados desaparecen y son reemplazados por la mala hierba, la evidencia del desastre natural. Ésta finalmente también desapareció y dejó el terreno como está en la actualidad: convertido en un desierto. A juzgar por lo que se puede ver hoy día en la región costera de Ica, de poco sirvió la experiencia de los nazca, porque la devastación de los bosques secos continúa hasta nuestros días y ha llevado al huarango al borde de la extinción. Los oasis de huarango que consignaron los primeros colonizadores españoles en sus crónicas, mil años posteriores al desastre de los nazca, ya no existen. El árbol es ahora derribado en minutos para convertir su madera en carbón, pese a que su tala ha sido prohibida por una ley regional. Según explica Consuelo Borda, que trabaja en un proyecto de reforestación que busca salvar los escasos reductos de huarango que aún sobreviven, el 99% de la población original de huarangos en Ica ha desaparecido. "Antes, hace unas décadas, podías encontrar huarangos incluso en el centro de la ciudad y en las acequias de las afueras; ahora se ha depredado tanto que los últimos reductos de bosque están en algunas dunas en el desierto". El huarango es clave en Ica, y no sólo por ser un árbol emblemático de la región, sino también porque su capacidad de adaptarse incluso en los suelos más hostiles ayuda a mantener a raya al desierto. Sus raíces son capaces de penetrar varios metros en el subsuelo hasta llegar a la capa freática; sus hojas atrapan la humedad que proviene del mar y, además, convertidas en hojarasca, se transforman en un importante fertilizante conocido como poña; y su fruto, la huaranga, puede consumirse directamente o convertirse en harina para elaborar otros productos. "Tres años después de sembrado, el huarango empieza a dar sus primeros frutos y puede ser una fuente de ingresos para las familias", indica Consuelo Borda. El proyecto de reforestación, en el que también participan las ONG Asociación para la Niñez y su Ambiente, de Perú, y Trees for Cities, del Reino Unido, ha sembrado hasta el momento cerca de 20.000 huarangos en Ica, y también maneja una concesión forestal de unas 120 hectáreas en Usaca, cerca de la actual ciudad de Nazca. Pero, según Borda, el trabajo va más allá de sólo sembrar nuevos árboles: es necesario educar a la población para que aprecie sus virtudes y los defienda de los carboneros. El trabajo empieza capacitando a la gente para que utilice otros árboles, como el espino -que es capaz de regenerarse con rapidez-, para obtener leña. "Nosotros no plantamos un árbol así no más", añade Borda. "Primero capacitamos a la gente, luego sembramos con ellos". El trabajo empieza con los más pequeños, a los que se les enseña el valor del árbol. Aunque han pasado cerca de 1.500 años desde la catástrofe ecológica de los nazca, quizá sus descendientes aún estén a tiempo de aprender la lección.