miércoles, 17 de octubre de 2012

Goebbels: el nazi enano y ligón

Ullstein bild-W. Frentz
Manuel de la Fuente madrid 25/06/2012  http://www.abc.es/

La biografía de Peter Longerich desmonta muchos de los mitos sobre el Ministro de Propaganda hitleriano.
Goebbels, con solo pronunciar este apellido la Historia se tambalea, crujen los cimientos del género humano, se lanzan al galope los negros corceles de la barbarie.
Siempre se ha pensado que en el retorcido cerebro de este hombre (pequeño, atormentado por un terrible dolor en el pie, fruto de la polio) se estructuraba toda la geometría demoníaca del régimen nazi, que él era el arquitecto de aquel templo del odio y el terror cuya siniestra imagen eran Hitler y el olor a carne quemada en media Europa.
Pero este individuo, también conocido como el enano venenoso, o el carnero por sus muchas amantes, se pasaba el día como la reina de Blancanieves: «Espejito, espejito, quién es el nazi más listo, el más entregado, el más trabajador, el verdadero entre los verdaderos?». Y el espejito despejaba sus dudas: «Tú, Paul Joseph Goebbels, tú, tú».
Pero el verdadero espejo del que Goebbels necesitaba aquiescencia era otro y tenía nombre propio: Adolf Hitler. Porque toda la vida del todopoderoso y omnipresente Ministro de Propaganda nazi estuvo dirigida, pensada y planeada para que el Führer le diera una palmadita en el hombro, lo que no ocurría tan a menudo como Goebbels quisiera.
Estos son algunos de los reveladores detalles de «Goebbels» (RBA) la reciente biografía del ministro nacionalsocialista, magna obra (cerca de mil páginas) elaborada por el experto Peter Longerich (autor también de la biografía de Himmler, otra rata convenientemente diseccionada por Longerich) a partir de los treinta y dos tomos de los diarios que Goebbels escribió durante casi veinticinco años hasta su suicidio en 1945 en el Führerbúnker en el que pocas horas antes Adolf Hitler había hecho lo propio. Acto supremo de lealtad al Jefe, en el que Goebbels además se llevó por delante a su esposa Marga, y a sus seis hijos.
Del libro de Longerich se desprende que cualquier psicólogo habría descrito el comportamiento de Goebbels como una «patología narcisista», tal era su deseo de ser admirado. De hecho, cuando ya era amo y señor del aparato propagandístico nazi, Goebbels disfrutaba como un niño con zapatos nuevos cuando la Prensa elogiaba sus discursos o sus ideas, Prensa que evidentemente él controlaba hasta la última coma.
En 1923, Goebbels empieza a escribir estos diarios que en su megalomanía quería que fuesen la crónica oficial del nazismo. De hecho, con el tiempo se los vendió a la propia editorial del partido, la de Max Amann. Nos descubren también a un tipo que se dibujaba a si mismo como alguien que había triunfado viniendo desde abajo y sin ayuda, alguien capaz de limpiar el Berlín Rojo al final de los años 20 y primeros 30, al que supo unir a las masas sin discusión en torno al líder, al preboste que al principio no era muy partidario de la Guerra Mundial, al escritor frustrado, al poeta que «veneraba» a Rusia a través de su pasión por Dostoyevski, pero también al amante incansable, obseso, grimoso pero infatigable, al esposo infiel, como en el episodio de la actriz checa Lida Baarová (jugaba con ventaja, los estudios cinematográficos nazis,UFA, dependían también de él), una relación que el propio Hitler tuvo que disolver ante las quejas de Marga Goebbels y que llevaron al preboste a un intento de suicidio. ¿Marga, Joseph y Adolfo, algo más que amigos?
Un tipo sentimental, incluso cursi, que en alguna ocasión escribe: «Benditos días. Sólo el amor. Tal vez el momento más feliz de mi vida» o que se autocompadece: «A mi vida le falta el amor, por eso dedico todo mi amor a la gran causa», o echa pestes de dos novelitas cortas escritas cuando era estudiante: «Soy un escolar peregrino, un alma solitaria» y «Los que aman el sol».
Y, sobre todo, desenmascaran a un tipo que jamás pintó nada en las grandes decisiones del Reich (de hecho nadie pintaba, Hitler se lo guisaba y comía el solito), pero que fue capaz de inventarse una genial película de su vida. Un criminal al que sus camaradas tomaban por el pito del sereno. Cuando Hitler se suicidó en el Führerbunker, el espejito de Goebbels también se hizo añicos. Para paz y sosiego de los hombres de bien.















miércoles, 10 de octubre de 2012

Pero, ¿quién gritó: 'Tierra a la vistaaa...'?

 
Colón muestra sus teorías a Fray Pérez', obra de Eduardo Cano de la Peña.

Un estudio realizado por los historiadores Guadalupe Fernández Morente e Ignacio Fernández Vial pone en serias dudas que el primer europeo que vio tierras americanas fuese el lepero Rodrigo Pérez de Acevedo -Rodrigo de Triana-, para documentar que fue realmente otro onubense, Pedro de Lope.
De Lope era natural de La Redondela (Huelva), con una mención mínima, pero "muy importante" en el estudio 'Los marinos descubridores onubenses'. En él se remite a dos historiadores españoles del siglo XVI, Gonzalo Fernández de Oviedo y Francisco López de Gomara, que señalaron en su época que "un marinero de Lepe fue el primer hombre de la flotilla de Colón y los Pinzones en divisar tierras americanas", añadiendo el primero de ellos, que él lo escribe así porque "lo dijeron dos tripulantes: Vicente Yáñez Pinzón y Hernández Pérez Mateos".
Pero la investigación va más allá, y se apoya en Alice B.Gould (1868-1953), una estadounidense que sostuvo que "solamente un vecino de Lepe fue tripulante de la armada de Colón, concretamente fue de marinero en la nao Santa María y se llamaba Pedro Izquierdo", y de él sabemos que no regresó jamás a España, pues fue uno de los que se quedaron y murieron en el Fuerte de la Navidad en la Isla Española".
Quedaría así descartada la opción de Rodrigo Pérez de Acevedo -Rodrigo de Triana-, ya que éste volvió a España y terminó su vida en África, aunque el libro se detiene en la carabela Pinta, donde "navegaba otro vecino, pero no de Lepe, sino de La Redondela, pueblo dependiente en el ajetrear diario de sus hombres de mar de la primera de la villas, por lo que en la jerga marinera se le conocía como leperos".
Se cita así a Pedro de Lepe, cuyo apellido era Lope pero se conocía así en jerga marinera, el único marinero del entorno más cercano a Lepe que viajó con Colón en 1492, ya que queda más lejos geográficamente el ayamontino Rodrigo de Jerez, para citar, por último, a los escritos de Oviedo y Gomara, que sostienen que "él tuvo que ser, y no otro, pues (...) no había más leperos a bordo, el hombre que primero vio tierra americana".
Para Salvador Gómez, alcalde de La Redondela, este estudio es concluyente para apoyar la tesis de que fue un vecino de su pueblo, de 1.700 habitantes, el primero que vio la tierra americana, un hombre del que, por cierto, no existen demasiados datos biográficos, aunque llevan su nombre el colegio público y una de sus calles.

Caral: la civilización de la paz

María Verza. México DF http://www.elmundo.es/elmundo/

Cuando se estaban construyendo las pirámides de Egipto, cuando se desarrollaba la civilización china, la sumeria o la india, hace 5.000 años, surgía en un páramo desértico de las estribaciones de los Andes peruanos la civilización más antigua de América: Caral. Este pueblo conocía la genética, la predicción climática, la ingeniería antisísmica y, a diferencia de las civilizaciones contemporáneas del 'viejo mundo', no hacía la guerra, simplemente comerciaba y disfrutaba de la vida.
En 1994, la arqueóloga peruana Ruth Shady descubrió este sitio arqueológico, 180 kilómetros al norte de Lima y declarado por la UNESCO en 2009 Patrimonio de la Humanidad. Este lugar de aspecto lunar en la costa peruana es todavía un gran desconocido para el público no especializado fuera de su país. Sin embargo, rompió muchos paradigmas.
"En América también hubo capacidad de crear civilizaciones, como en el viejo continente, no íbamos rezagados y eso es todo un símbolo para afianzar nuestra identidad cultural y para reflexionar sobre el ser humano", enfatiza Shady a su paso por México, donde fue invitada esta semana a dar varias conferencias.
Pero, además, un distintivo de Caral es que no se encontraron vestigios de guerra o conflictos, un factor que los científicos consideraban la causa más probable del origen de las civilizaciones.
"Buscábamos armas, que era lo habitual y encontramos... ¡flautas hechas de huesos de cóndor y cornetas!", afirma.
Era una sociedad muy organizada y con un gran desarrollo de la sociedad civil. "No tenían ningún interés por la guerra y sí una visión mucho más armoniosa de la vida que la que tiene la sociedad actual, tal vez porque observaron el espacio sideral y vieron que la Tierra era un punto en el universo", comenta la investigadora en entrevista con ELMUNDO.es.
La civilización Caral, cuya antigüedad han confirmado 130 dataciones por carbono 14, perduró durante un milenio y se desarrolló en un terreno hostil que supo adaptar a sus necesidades, con ríos que la rodeaban y el Pacífico a poco más de 20 kilómetros. Sus habitantes vivían del comercio (conectaron la costa con la selva y la sierra) y se dedicaban al conocimiento y a la producción de tecnología que mejorara la calidad de vida de la sociedad.
Su principal fuente de proteínas era el pescado pero también cultivaban patatas, utilizaban la lana y la alpaca, usaban drogas no sólo con fines medicinales, les preocupaba el arte y tenían un fuerte sentimiento religioso en el que el fuego y la música eran dos elementos clave.
"El estado cumplía la función de administrador del agua y había especialistas a tiempo completo en funciones que no eran de producción", como la observación del universo, la predicción del clima o la ingeniería.
En casi dos décadas de trabajo de Shady y su equipo multidisciplinar -que comenzaron casi en medio de la incredulidad, con el Ejército peruano sacando la tierra a cubos bajo un sol matador- se ha desenterrado una de las pirámides más grandes del mundo, construcción principal de la conocida como 'ciudad sagrada', una enorme plaza pública, anfiteatros y varios centros urbanos levantados en torno a la ciudad central.
Entre los hallazgos más sorprendentes, la arqueóloga destaca la construcción de edificios públicos con plataformas escalonadas donde pusieron bolsas de fibra resistente llenas de piedras para que, ante un terremoto, la fuerza del sismo se repartiera. "Hemos tardado 5.000 años en llegar al mismo conocimiento, de hecho investigadores japoneses vinieron a Perú después del gran terremoto de hace año y medio a analizar esas bolsas".
Otro logro fue el algodón de colores. "Caral había logrado semillas de algodón natural pero rojo, marrón o beige por las que ahora se interesan muchas compañías".
Pasados mil años de paz y prosperidad, las ciudades fueron enterradas y abandonadas. "Todavía no sabemos muy bien el porqué pero creemos que los motivos fueron cambios climáticos muy fuertes, primero terremotos, luego aluviones, grandes lluvias y finalmente una sequía muy prolongada de 60 a 130 años". Un ciclo similar, dice, al que parece que se está viviendo en la actualidad.
Entre las muchas cosas que quedan por averiguar, la arqueóloga destaca las relaciones que pudo tener Caral con civilizaciones posteriores como los incas o los olmecas, o traducir el 'quipu' encontrado, un sistema de cuerdas anudadas con el que se registraba la información y que todavía no ha sido descifrado. Otra asignatura pendiente es la divulgación, sobre todo fuera de Perú, de todos los resultados de la excavación, bien a través exposiciones o de conferencias.
"La arqueología no se queda en el pasado, la arqueología tiene que vincularse con el presente y eso es lo que nosotros tratamos que hacer, provocar reflexión", señala Shady. Y su lección es clara: tenemos mucho que aprender de la primera civilización que vio la luz en América.