miércoles, 18 de agosto de 2010

Adolf Hitler no fue un héroe en la Primera Guera Mundial

EFE / LONDRES. 18/08/2010 ABC.es

Adolf Hitler no fue un héroe en la I Guerra Mundial, ya que siempre estuvo alejado del frente de batalla, y el antisemitismo y radicalización que le llevaron al poder años después no nacieron a raíz de la dolorosa derrota en la contienda.
Así lo afirma el historiador de la Universidad de Aberdeen (Escocia) Thomas Weber en su libro "La primera guerra de Hitler", en el que asegura que la trayectoria del dictador en la I Guerra Mundial fue una elaborada fabricación del régimen nazi. Weber basa su afirmación en nuevas cartas y documentos descubiertos en archivos alemanes, que sugieren que Hitler no sólo no fue un héroe en el campo de batalla, sino que sus compañeros se referían a él como "etappenschwein", "un cerdo de la retaguardia".
Hasta ahora, el consenso de los historiadores era que el joven Adolf Hitler se jugó la vida como portador de mensajes entre el mando y el frente de batalla, pero los papeles a los que ha tenido acceso Weber indican que era un mensajero de retaguardia y que siempre estuvo a más de 5 kilómetros de la primera línea. "La primera guerra de Hitler", que estará a la venta en el Reino Unido a partir del próximo 16 de septiembre, sostiene que el Partido Nazi invirtió tiempo y dinero para suprimir cualquier evidencia física de la auténtica historia del "Führer" durante la guerra, con el objetivo de convertirlo en un político popular.
"El mito de Hitler como soldado valiente y la camaradería que vivió en las trincheras fue algo que el Partido Nazi usó desde el principio para extender su influencia más allá de la extrema derecha", manifestó el historiador en un comunicado. Los nazis "hicieron todo lo posible para proteger esta idea", destacó Weber, quien aseguró tener constancia de que unas memorias escritas por uno de los compañeros de Hitler fueron significativamente alteradas tras su publicación en 1933.
Lo que los nazis consiguieron convertir en hecho histórico es que la I Guerra Mundial fue el caldo de cultivo político de Hitler, que se radicalizó por sus vivencias y su sentimiento de que Alemania fue humillada por los aliados con el Tratado de Versalles. Pero la realidad, según Weber, era que "la vida de Hitler durante la guerra era su auténtico talón de Aquiles" y que los nazis temieron durante mucho tiempo que su versión de los hechos se colapsara como un castillo de naipes si se conocía la versión de quienes estuvieron con él, o cerca de él, durante la contienda.
"Hitler era un elemento atípico en el regimiento al que pertenecía y realmente no sufrió una radicalización por la guerra", subrayó el historiador, convencido también de que si Hitler vio reconocido su esfuerzo militar con la Cruz de Hierro fue porque estaba muy bien conectado, y no porque fuera un soldado valiente.
Relato exagerado
Weber afirma también en su libro que Hitler exageró el relato acerca de que fue el único soldado de su regimiento que sobrevivió a una batalla contra fuerzas británicas de élite. El historiador fundamenta la gran parte de sus revelaciones en los archivos del 16 Regimiento de Reserva de la Infantería Bávara (RIR 16), que hasta ahora no habían sido catalogados ni utilizados por los estudiosos para indagar en la vida del "Führer".
Weber los encontró prácticamente intactos en el Archivo de Guerra de Baviera (Alemania), porque habían sido traspapelados e incluidos en el archivo general de la división a la que pertenecía el regimiento al que estaba adscrito Adolfo Hitler.
El historiador también compiló una lista de 59 judíos que formaron parte del mismo regimiento, logrando localizar a la familia de Hugo Gutmann, el oficial judío que propuso a Hitler para ser condecorado con la Cruz de Hierro en 1918. Igualmente, localizó a los familiares de Justin Fleischmann, un soldado judío cuyos diarios de guerra no reflejan en ningún momento que ya existiera un sentimiento antisemita en el regimiento o que los miembros del grupo se consideraran entonces nacionalsocialistas.
Es más, señala Weber, ni siquiera la mitad de los supervivientes del regimiento apoyaron políticamente a Hitler tras la guerra y en el año 1933 sólo el 2% de ellos era miembro del Partido Nazi. En este sentido, el libro revela que Hitler sólo acudió a una reunión de veteranos de su regimiento, en 1922, en la que fue "fríamente ninguneado", por lo que nunca regresó, ni siquiera en 1934 cuando ya estaba en el poder y sus compañeros se reunieron para conmemorar el 20 aniversario del inicio de la I Guerra Mundial.
"Nunca pensé que escribiría sobre Hitler, porque hay muchos libros sobre su vida, pero descubrí que casi no sabemos nada sobre Hitler y la I Guerra Mundial, y que prácticamente todo lo que sabemos se basa en 'Mein Kampf' o en la propaganda nazi", explicó. "Fue una sorpresa encontrar tanto material nuevo. Más del 70% de mi libro se basa en fuentes no utilizadas previamente", aseguró.

domingo, 15 de agosto de 2010

Pedro Bohórquez, ¿un Inca granadino?

Cerro de la Sal
Luis Conde- Salazar 11/08/2010. ABC.es

El 11 de agosto de 1657 un magnético pícaro granadino nacido en la aldea de Arabal en 1602 y probablemente de ascendencia morisca, fue proclamado «Inca del Tucumán» por el gobernador de aquella región, hoy en el norte de Argentina pero entonces perteneciente al Virreinato del Perú. Se llamaba Pedro Bohórquez, aunque casi con total seguridad su nombre verdadero fuera el de Pedro Chamijo. Por un tiempo también se hizo conocer como Francisco después de ser descubierto en uno de sus múltiples engaños, a los que no fueron ajenos durante más de cuarenta años virreyes, gobernadores, seglares, eclesiásticos y los propios indios pacciocas del Valle de Calchaquí, un reducto junto a los Andes que mantenía una cierta autonomía de la Corona española. Bohórquez, así lo llamaremos, perteneció a esa caterva de buscavidas que desembarcaron en la América colonial en pos de una fortuna y un éxito social que difícilmente encontrarían en la península, sobre todo teniendo en cuenta que aquel territorio, nuevo y lejano, era un campo abonado para la fabricación de sueños, mitos y utopías, que se desplazaban por la geografía continental e insular al ritmo de la imaginación de sus perseguidores. Sin duda El Dorado es el más conocido de esos mitos, pero hubo muchos otros, como las Siete Ciudades de Cíbola, la Ciudad de los Césares, el País del Gran Paitití... Precisamente el Gran Paitití tendría, como veremos, una atracción especial para Bohórquez, aventurero que un buen día decidió que a sus días les esperaban o la gloria o la horca. O una cosa u otra.
¿Cómo llegó a «coronarse» como inca (emperador) un hombre de familia humilde sin apenas formación académica ni castrense, que llegó a América con 18 años sin nada que llevarse a la boca? Más o menos, así fue: Bohórquez (todavía Chamijo) desembarcó en la localidad peruana de Pisco en 1620, pero en vista de que en aquella ciudad las oportunidades no eran muchas se dirigió a Quinga Tambo, donde contrajo matrimonio con Ana Bonilla, hija de zambo (mezcla de negro e indígena) e india, lo que le permitió vivir con cierta soltura entre dos mundos, aunque eso significara también ser un excluido de ambos. En 1628 tomó posesión de su cargo como virrey del Perú el conde de Chinchón y, justo a la vez, nuestro personaje comenzó a dar muestras de su talento para el embuste. Le faltaba todavía rodaje como buen falsario y fue «descubierto» por el virrey cuando trataba de colocarle una expedición a las fuentes del río Marañón o Amazonas, donde dijo se encontraba el Gran Paititi, un país en el que el oro y la plata brotaban poco menos que de los árboles.
El granadino huyó a Potosí y allí adquirió nueva identidad, haciéndose pasar por sobrino del clérigo Alonso Bohórquez, a quien consiguió engañar. En 1639 el virrey era ya el marqués de Mancera y este sí que cayó en la trampa: La expedición a las fuentes del Marañón se llevó a cabo con su autorización pero, claro, la cosa terminó mal y una vez más Pedro hubo de desprenderse de su identidad, para llamarse por un tiempo Francisco, justo el suficiente hasta que el conde de Salvatierra, nombrado virrey en 1647, sucumbiera a sus fabulaciones, tan poco veraces como muy verosímiles, y autorizara una nueva expedición, que como la anterior culminó en un estrepitoso fracaso. Bohórquez fue deportado a una prisión en Valdivia, en el sur de Chile, pero consiguió huir, llegar a Mendoza en la actual Argentina y desde allí acceder a la región de Tucumán, al frente de cuyo gobierno figuraba Alonso de Mercado desde 1655. Aquí da comienzo la parte más suculenta del relato de la vida de éste «héroe falsario», cuando mediante un juego a tres bandas se decide por tomarle el pelo a todo el mundo. Gracias al misionero jesuita Eugenio de Sánchez, entusiasmado con los relatos de Bohórquez, se entrevistó con Alonso Mercado en Pomán. Le vendió una gran idea para cristianizar a los naturales de Calchaquí, con quienes ya había tenido intenso contacto, convertirlos en súbditos del rey de España y de paso explotar los muchos recursos minerales de la zona. Él se convertiría en «Inca» y así evitaría que los nativos se sublevaran. Pero, por otra parte les contaba a «sus» súbditos que él conocía bien a los españoles y que sabía como liberarse de ellos, instándolos a la rebelión. Así que Bohórquez era tanto lugarteniente del gobernador y capitán general, como líder emancipador indígena.
Tras establecer la capitalidad de ese reino en Tolombón, sus artimañas fueron descubiertas por las autoridades españolas pero, en lugar de entregarse, el inca Bohórquez llevó a cabo una serie de escaramuzas bélicas, sobre todo contra las poblaciones de Salta y San Miguel. Finalmente fue apresado, pero hete aquí que el virrey, tras escucharle, le indultó. Por poco tiempo, puesto que una vez más fue descubierto en sus lucidas patrañas. Esta vez fue encontrado culpable y condenado a muerte. El 3 de enero de 1667 fue sometido a garrote en Lima; su cuerpo, ya sin vida, fue ahorcado y, más tarde, su cabeza separada del tronco y mostrada a la concurrencia como aviso a navegantes...