martes, 4 de febrero de 2014

Las derrotas militares allanaron el camino a las revoluciones rusas

La Avenida Neski, Petrogrado. Brousand. ABC

VÍCTOR JAVIER GARCÍA MOLINA 04/02/14 http://www.abc.es/

A principios del siglo XX Rusia era un país atrasado. Algunas de las reformas emprendidas, mal encauzadas, habían provocado aún más desigualdades y tensiones sociales. Además, la represión de la Revolución de 1905, cuyo germen último fue la derrota en la guerra ruso-japonesa, había socavado la imagen del Zar como “padre” de todos los rusos.
El desarrollo de la Gran Guerra fue acentuando las tensiones preexistentes: a los conflictos políticos y sociales inherentes a cualquier autocracia, había que sumar los causados por las derrotas militares con sus terribles bajas, el desabastecimiento de las ciudades y el hambre generalizada entre amplias capas de la población. El régimen se derrumbaba desde dentro.
En el verano de 1916, Rusia lanza su operación más exitosa de toda la guerra: la Ofensiva Brusilov. Pero, a pesar de los triunfos iniciales, el ataque se diluye por la asistencia alemana a los austrohúngaros y los problemas de suministro endémicos del ejército ruso. El coste en vidas de la ofensiva, sumado a los problemas antes citados, provoca manifestaciones masivas y huelgas en las principales ciudades, alentadas tanto por la situación del país como por la propaganda revolucionaria, en la que los servicios secretos alemanes están jugando un papel principal. Apostando a la carta de la revolución, el alto mando germano cree que podrá sacar a Rusia de la guerra, para así lograr volcar todos sus esfuerzos en el frente occidental.
El régimen se ve desbordado. En febrero los intentos por introducir un nuevo racionamiento del pan provocan manifestaciones espontáneas y algaradas en la capital: Petrogrado (nombre adoptado por San Pertersburgo en 1914). Los soldados enviados a sofocar la revuelta se unen a la misma, a la que también se incorporan los obreros, toda la oposición política y el Parlamento (la Duma). Nicolás II intenta disolver la cámara, pero es él mismo el que se ve forzado a abdicar, pensando en que su hijo le suceda en el trono. Ante esa posibilidad, vuelven a estallar nuevas revueltas. La monarquía no tiene ningún apoyo. Tan súbitamente como empezaron los disturbios, se disuelve una dinastía que había regido Rusia durante 500 años. Es la Revolución de Febrero.
La autoridad pasa a ejercerla el Gobierno Provisional. De corte democrático y moderado, compartirá el poder con el Sóviet —asamblea popular— de Petrogrado, dominado por los bolcheviques. Encabezado inicialmente por el príncipe Lvov —con Alexander Kerensky como figura más popular y más tarde su sucesor— el Gobierno Provisional inicia toda una serie de reformas sociales y políticas, pero una de las principales demandas de las revueltas, el fin de la guerra, no es atendida. Una mayoría muy activa del Parlamento y gran parte de las élites reformistas del país piensan que la continuidad en la guerra al lado de las democracias occidentales es la mejor garantía de la perduración de las reformas y del nuevo régimen. El fracaso de una nueva ofensiva rusa, organizada por Kerensky en el verano de 1917, marca el destino del Gobierno. Los bolcheviques, que ya controlan los Soviets, perfectamente organizados —dirigidos por Lenin, que ha vuelto del exilio—, se han ido haciendo paulatinamente con el control de las comunicaciones y del ejército, y, aprovechando el descontento popular por la prolongación de la guerra, dan un golpe de estado entre el 6 y el 7 de noviembre, haciéndose con el control del parlamento y del gobierno de Petrogrado. Es la denominada Revolución de Octubre, debido a las diferencias entre los calendarios Juliano, entonces vigente en Rusia, y Gregoriano, usado en todos los países occidentales.
Los bolcheviques sacan automáticamente al país de la guerra. Tras meses de negociaciones firman con el Imperio Alemán la paz de Brest-Litvoks. Pero Rusia se encamina hacia el caos. El poder real ejercido por los Soviets y los bolcheviques —que quieren extender e internacionalizar la Revolución— se reduce prácticamente a las ciudades más grandes, con amplias zonas en litigio entre las numerosas facciones que quieren hacerse con el poder o recuperarlo. Al mismo tiempo, tantos los alemanes —que controlan extensas zonas del país— como los antiguos aliados intentan poner coto a la Revolución. Además, las tensiones entre las diversas nacionalidades del antiguo Imperio Ruso comienzan a aflorar de manera dramática. El germen de la Guerra Civil ha sido plantado.

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