Combatientes republicanos escribiendo a sus familiares.
Manuel de la Fuente. Madrid 10/06/2013 http://www.abc.es/
Ellos no eran voluntarios de camisa azul y correajes, ni de boina roja y cruz colgando sobre el pecho, ni tampoco milicianos de alpargata y trabuco en bandolera, ni comunistas con la obras completas de Lenin bajo el brazo. Eran, simplemente, españoles bastante normales y bastante corrientes a los que la Guerra Civil les partió la vida.
Su ideología era la de sobrevivir sin hacer daño a nadie, dedicarse a su familia y al trabajo, y beberse un trago de vino el día de la fiesta de su pueblo. No hicieron la guerra para defender la revolución frente al fascismo, ni para impedir que los rojos desbarataran la Patria. Ellos, estos ciudadanos de la tercera España, la que no quería cunetas, ni checas, ni paredones, ni paseos, fueron a la batalla por motivos geográficos. Allí donde vivían fueron reclutados en levas y de ahí al frente, les gustara o no les gustara el bando en el que les tocó calar la bayoneta.
Ellos, estos miles y miles de españoles son los protagonistas de «Soldados a la fuerza. Reclutamiento obligatorio durante la Guerra Civil. 1936-1939» (Alianza Editorial), interesantísimo y original libro del historiador británico James Matthews, que cuenta con prólogo de Paul Preston.
El libro habla de cómo fueron aquellos reemplazos, de las deserciones, de la moral, de los castigos, del humor, de la prostitución y las enfermedades venéreas, de la soldada, de la comida, de los premios en coñac y del tabaco, de los pasatiempos, la correspondencia y las madrinas, de la ferocidad de las bombas... y de la ferocidad de los piojos, «los peores animales que he visto en mi vida», según el escritor George Orwell, voluntario trotskista.
Estamos ante un repaso completo a una parte de nuestra historia no necesariamente conocida. Basten cuatro datos, como explica Matthews: «En los primeros meses del conflicto, unas 120.000 personas se presentaron voluntarias para luchar por la República. Al final de la guerra y tras las levas eran 1.700. 000 hombres. Los nacionales, por su parte, reunieron en el verano de 1936 a unos 100.000 voluntarios. En abril de 1939 eran 1.260.000 hombres». James Matthews destaca que los reemplazos nacionales estaban mejor preparados que los republicanos, y cuenta también que en ambos bandos las levas no siempre fueron bien recibidas: «A nivel individual, hubo protestas en ambos bandos y tanto los emboscados como los prófugos fueron problemas a los que tuvieron que enfrentarse.
Colectivamente, hubo más protestas del bando republicano, madres que protestaban porque el gobierno se llevase sus hijos para la guerra. Pero en el bando nacional también hubo bastantes protestas de mujeres que creían ver hombres aptos en edad de movilización en la retaguardia mientras que sus hijos se enfrentaban a los peligros del frente».
Cabe preguntarse si los soldados combatían «mejor» si se satisfacían sus necesidades, más que por una comprensión ideológica de la guerra. «Sin comida y sin bebida en primera línea, las ideologías resultaban secundarias -destaca el historiador-, sobre todo para hombres que no se habían unido a la guerra como militantes políticos. Eso sí, una vez cubiertas esas necesidades los soldados luchaban mejor si habían absorbido los relatos embellecidos sobre el propósito de la guerra».
Salvando todas las distancias (gigantescas distancias), Matthews también explica que el trabajo de los comisarios republicanos y los sacerdotes nacionales guardaba ciertas similitudes: «Eran los encargados de elevar y vigilar la moral de sus soldados. También fueron guardianes de la ortodoxia de las políticas de sus respectivos bandos. Pero, además, los comisarios, tuvieron roces con los oficiales sobre sus diferentes competencias, y ayudaron a propagar las diferencias políticas dentro del bando gubernamental que tanto daño al esfuerzo de guerra».
También cree el autor que «el ejército nacional logró un nivel de disciplina más constante» y nos habla de la importancia de los reclutas de reemplazo en la contienda: «No se hubiera podido crear dos ejércitos de masas sin recurrir al reclutamiento forzoso. Pero siempre que fue posible, los dos bandos usaron soldados de élite -marroquíes, legionarios, carlistas en el bando nacional, y brigadistas y comunistas en el gubernamental- como punta de lanza en sus ofensivas más importantes. Por lo tanto la experiencia de guerra para muchos reclutas en ambos bandos fue la de mantener la línea en frentes en calma y resistir en las trincheras a la intemperie más que participar en ofensivas militares».
Soldados de reemplazo, reclutas a la fuerza, habitantes de la tercera España, la de la convivencia y la normalidad, la España a la que las otras dos helaron el corazón.
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