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sábado, 19 de julio de 2014

La guerra en la inhóspita jungla de Nueva Guinea

http://www.abc.es/  19/07/2014

Durante cuatro largos años ese fue el panorama con el que se encontraron japoneses y aliados: australianos, estadounidenses -y algunas unidades locales- en los combates en la jungla de Nueva Guinea.
Segunda mayor isla del mundo, casi un continente en sí misma, fue escenario de una de las campañas más fieras y, sin embargo, más desconocidas de la Segunda Guerra Mundial. Recorrida en su mitad oriental por las cordilleras Owen Stanley y Bismarck, pocos lugares podían ser más inhóspitos para la lucha y la guerra moderna.
En medio de la jungla más espesa, sin ninguna carretera digna de tal nombre, todos los suministros tenían que ser transportados por los soldados a sus espaldas o mediante mulas, salvo en las escasas áreas abiertas en que podían ser suministrados desde el aire o en las bases costeras y sus aeródromos: Buno, Gona. Lae, Finschafen, etc…, que se convirtieron automáticamente en los objetivos prioritarios de una lucha sin cuartel.
Lo accidentado del terreno influyó directamente en las características de los combates: nada de grandes movimientos de tropas, ni uso masivo de artillería pesada o grupos de carros de combate…
Tan solo luchas sin cuartel de batallones o regimientos que se enfrentaban entre sí a cortas distancias, en pequeñas unidades, en las que cobraban especial importancia las patrullas para localizar al enemigo -tarea siempre difícil en un medio tan propicio para el camuflaje- y en las que las emboscadas por uno y otro bando eran una constante. Todo ello añadido a la invisible y permanente amenaza de la malaria que provocó más del doble de bajas que los proyectiles…
A pesar del modesto volumen de tropas empleadas en comparación con otros frentes, el significado estratégico de la campañafue crucial. Su situación, puente entre Australia y las Indias Orientales Holandesas, resultaba clave para los objetivos del Japón: la posesión de Nueva Guinea permitía estrangular las líneas marítimas hacia Australia y constituía un excelente y gigantesco baluarte defensivo a la hora de preservar las recién adquiridas conquistas del Imperio del Sol Naciente.
Presentes en diversos puntos de la isla desde enero-marzo de 1942, los japoneses intentan tomar la capital, Port Moresby, y convertirla en base avanzada mediante un desembarco que se verá frustrado como consecuencia del resultado de la confusa Batalla del Mar del Coral (mayo de 1942).
Incapaces pues del asalto desde el mar, los japoneses, firmemente asentados en la costa noreste de la isla, tendrán que avanzar a través de la jungla y las montañas si quieren alcanzar el sur de Nueva Guinea. Entre julio y diciembre, las fuerzas al mando del general Hatazo Adachi intentan abrirse paso a lo largo de la denominada pista Kokoda —un simple sendero a través de las montañas—, la única que comunica la costa norte y sur de la isla.
En una lucha épica, con continuos cambios de iniciativa, las tropas australianas, más tarde reforzadas por unidades estadounidenses —dirigidas ambas por el general Mac Arthur— y con mayor apoyo aéreo, logran prevalecer y alejar la amenaza de Port Moresby. Las fuerzas niponas quedan relegadas a sus posiciones de inicio, pero los aliados se ven incapaces de desalojarlas de ellas. Los combates de Kokoda tienen un significado psicológico clave, al igual que lo han sido los de Guadalcanal:desmontar el mito de la inferioridad de la infantería aliada en la lucha en la jungla.
Los posteriores intentos japoneses por reforzar de forma efectiva su guarnición en Nueva Guinea fracasan —Batalla de las Bismarck— ante el poderío de las marinas y aviación aliadas. La respuesta nipona a las derrotas navales —Operación I-Go, en abril de 1943— es un revés estratégico completo. Tras ello, aunque se seguirán sucediendo continuas batallas aeronavales con resultado alterno, la iniciativa está ya en el bando aliado... A partir de mediados de 1943, las fuerzas japonesas se ven forzadas a pasar a la defensiva.
El alto mando aliado lanza su contraofensiva en el mes de junio: la operación Cart Wheel, con dos direcciones de avance: Nueva Guinea y las Salomón, y un único objetivo: neutralizar la amenaza japonesa en la zona. Las operaciones se extenderán hasta 1944.
Los aliados probarán la táctica del «salto de rana», que después se utilizará en el Pacífico en el avance hacia Japón: las guarniciones japonesas más potentes son aisladas —se saltan— y las tropas solo tomarán al asalto aquellas islas o bases que sean imprescindibles.
Las operaciones concluyen de forma exitosa. Pero entre 1944 y 1945, y hasta el final de la guerra, con la amenaza japonesa totalmente neutralizada, seguirán, sin embargo, los combates terrestres en Nueva Guinea. Operaciones de limpieza en su mayor parte, en las que, de todas formas, los aliados seguirán teniendo que luchar contra la férrea determinación del soldado japonés de no rendirse independientemente de las circunstancias.
 

viernes, 18 de julio de 2014

Africanistas: los conspiradores militares del 18 de julio de 1936.

Algunos de los militares destacados en la conspiración del 18 de julio.

Veinte años antes de que se que el ejército se sublevara en Melilla iniciando, un día antes de lo previsto, el golpe de Estado que cambiaría la Historia de España, también en Marruecos, en Biutz, el teniente Franco fue herido en combate. Una acción heroica y una fea herida en el vientre que le valdría ser ascendido a Comandante. El consejo militar se opuso, pero acabó consiguiendo el ascenso por méritos de guerra, tras apelar al mismo Alfonso XIII.
Cicatrices que para el teniente Franquito, el capitán Varelita, -como se llamaban entre ellos en esa época-, o Millán Astray facilitarían su ascenso meteórico en el escalafón del ejército, saltándose la antigüedad, durante las campañas de la Guerra del Rif entre 1912 y 1922.
Así llegaría Franco al título de general más joven de Europa, un honor que en 1932 el entonces ministro de la Guerra, Manuel Azaña, decidió corregir, al considerar excesiva la promoción de dichos oficiales. El 1932 aprobó una ley que en la práctica suponía ignorar la antigüedad adquirida en los ascensos por méritos de guerra, una espinosa cuestión en el seno del ejército, que Azaña no había sido el primero en cuestionar, pero que impulsó definitivamente con la reforma del Ejército.
Franco pasaba de esa forma de ser uno de los generales con más antigüedad, al fondo del escalafón. Con él su amigo 'Varelita' y otros tantos veteranos de las campañas de Marruecos: Emilo Mola, Manuel Goded, Queipo de Llano, Yagüe, Alonso Vega...una lista que coincide casi milimétricamente con la de los conspiradores del golpe de Estado del 18 de julio.
No es una casualidad que fueran esos nombres y no otros, los de ambas listas, las de los militares que se sintieron agraviados, y la de los rebeldes que dinamitaron el orden democrático.
Franco y Mola trataron de convencer a Azaña en 1932 para hacerle cambiar de idea pero no tuvieron ningún éxito, lo que acrecentaría sin duda su rencor hacia el político. Es posible que a Azaña le pasara por la cabeza el recuerdo de aquella tarde cuando cruzó a pie con miles de soldados y los restos del gobierno de la República la frontera con Francia desde Cataluña mientras las tropas de Franco entraban en Barcelona.
Historiadores como Ángel Viñas han remarcado en los últimos años el hecho de que en el relato del levantamiento del 18 de julio, el inicio de la Guerra Civil, se solsaya que aunque la situación política fuera inestable, que hubiera conflictividad social, pistolerismo, asesinatos, amenazas y violencia verbal en el Congreso, ingredientes todos que, sin duda, abocaron a una rápida situación guerracivilista, la gente no salió a las tomar las calles. En último término ésta estalló por la actuación específica de este grupo de militares.
Aunque el propio Viñas remarca la trama civil del golpe, lo cierto es que las fuerzas mayoritarias de la derecha entonces no tuvieron un papel relevante después de él. La CEDA o el partido de Lerroux, desaparecerían casi inmediatamente al estallar la guerra. Su espacio político lo ocuparon partidos que eran minoritarios antes del 18 de julio como la Falange o los Carlistas, que a su vez acabarían 'intervenidos' por los militares del nuevo estado franquista, tras el decreto de unificaión de FET y las Jons.
El golpe de estado fue, por tanto una rebelión militar y de un grupo muy concreto de conspiradores, que pertenecían en su totalidad a los denominados 'Africanistas' y que en buena parte eran además de la misma generación -la excepción más notable era la del general Sanjurjo-.
Su trayectoria era común: el continuado servicio en el protectorado de Marruecos donde forjaron unos ideales y una visión de España similar y de donde surgió el termino que les identificaba en el ejército. En ellos pesaba, además, la decepción y pesimismo del desastre del 98 en la que se perdieron las colonias de Cuba y Filipinas y que puso al descubierto la evidente pérdida de estatus de España como potencia y la decadencia de su ejército.
La sombra alargada de las derrotas y un cierto auge del antimilitarismo en diferentes sectores políticos transformó al ejército, que se vio privado del prestigio que antes ostentaba. Todo ello incrementó la sensación de aislamiento.
Como consecuencia, el protectorado de Marruecos apareció en el horizonte de muchos de los jóvenes que estudiaban para oficiales como Franco, Mola, Varela, Millán Astray como el bálsamo y la oportunidad de recuperar el prestigio perdido. Se produjo entonces una situación que marcaría definitivamente el ejército y la personalidad de unos oficiales que acabarían decidiendo la vida política española durante casi 30 años.
Todos los tenientes recién salidos de la Academia servían en Marruecos pero sólo unos pocos se quedaban. Además de las particulares querencias por el exotismo de la vida en las colonias, la razón fundamental para quedarse era que en África existía la posibilidad de ascender rápidamente en las campañas contras las harkas rifeñas que se oponían al protectorado español.
La estancia prolongada en Marruecos del reducido grupo de oficiales facilitó que se formara un grupo cerrado, que soportaba las duras condiciones a cambio de ascensos rápidos. Como cita Antonio Atienza Peñarrocha en su tesis Africanistas y Junteros: el Ejército español en África y el oficial José Enrique Varela Iglesias, estos militares se distinguieron de sus compañeros que servían en la península donde la promoción se conseguía sólo por antigüedad. Ya entonces había un cierto afán de protagonismo, entregados a su particular colonial, copaban acciones heroicas, medallas, crónicas e incluso fotos en algunos diarios.
Es fácil imaginar que pronto encontraron la resistencia de sus compañeros que consideraban desproporcionados los meteóricos ascensos de los oficiales de Marruecos. Al mismo tiempo los movimientos o suspicacias en contra de los africanistas, ahondaban entre sus filas el sentimiento de no ser reconocidos, de que no se valorara su verdadero esfuerzo lejos de la comodidad, cerca del fuego enemigo, del riesgo.
Entre ellos, Varela se erigió como uno de los cabecillas del movimiento contra las Juntas de Defensa que pretendían, precisamente, eliminar los ascensos en el campo de batalla, para no ver mermados los derechos de los militares que no estaban destinados en el Protectorado, tal y como explica Fernando Martín Roda en su biografía sobre el militar.
Aunque hubo algunas excepciones -Riquelme o Miaja, generales que en 1936 permanecieron fieles a la República- la experiencia en Marruecos estrechó los lazos de camaradería entre ellos sumándose al resto de condicionantes: al ideal de recuperar una gloria casi imperial de España a través de las colonias se sumó su oposición a las Juntas de Defensa, organismo de oficiales que abanderaron la oposición al sistema de ascenso de Marruecos, y, a partir de 1921, tras el desastre de Annual, su resentimiento contra una buena parte de la sociedad, por las durísimas críticas que sufrió el ejército colonial tras el Expediente Picasso.
La dictadura de Primo de Rivera, cuyo origen y estilo diferiría notablemente con la que surgiría tras la Guerra Civil supuso un cierto espaldarazo a sus pretensiones, ya que fueron abolidas las Juntas, pero la dirección de Primo de Rivera de la guerra en el Protectorado tampoco contó con el apoyo de los africanistas que consideraban que no era la forma adecuada de pacificar el territorio.
La crisis de la dictadura y el gobierno de Primo de Rivera primero y los de Berenguer -otro africanista y principal responsable del ejército de Marruecos durante el desastre de Annual- y de el almirante Aznar precipitaron la caída de Alfonso XIII y la proclamación de la Segunda República.
Lo más llamativo es que el cambio político no supuso un rechazo por parte de los africanistas, que no tenían un ideario político bien definido más allá de la exaltación de la patria, en gran medida el catolicismo, y el orden, en definitiva una actitud conservadora -aunque había excepciones- sin ninguna preferencia especial por el sistema de Gobierno.
La reforma de Azaña, sin embargo, reabrió las tensiones entre junteros y africanistas de antes de la dictadura. De hecho, la anulación de la antigüedad, la supresión de oficiar misa en los cuarteles, el cierre de la Academia de Toledo, donde Franco inculcaba los valores africanistas, predispuso contra el gobierno y comenzaría a sentar las bases de un descontento que tras el hiato del bienio derechista, se infló de nuevo.
Antes de los asesinatos de Calvo Sotelo, o el teniente Castillo, de los paseos en Madrid de la violencia y el deterioro progresivo de la convivenvcia y el orden legal, los africanistas ya habían puesto en marcha su particular plan para dar el vuelco que necesitaba España según su particular visión de la idea de nación.

sábado, 26 de abril de 2014

Por el imperio hacia Dios

El general Franco con el uniforme de la Falange.
 
Desde la aparición de una documentada historia del nazismo (De Munich a Auschwitz, 2001, y De Auschwitz a Berlín, 2005), el profesor barcelonés Ferran Gallego se ha dedicado con intensidad al estudio del fascismo español y foráneo. Ni es tarea fácil, ni deja de suscitar riesgos y alguna vez hasta sospechas. Para realizarla reúne aptitudes fundamentales: el certero instinto de hallar las citas (y saber leerlas) y la atención a la dimensión psicológica de las actitudes políticas. Sabe, por tanto, que el fascismo —sombra negra de la modernidad— puede ser a la vez salvaje y persuasivo, monolítico en sus aspiraciones y elástico en las formas, patológico siempre, pero también muy común como enfermedad transitoria. Entre sus libros posteriores los hay dictados por el desengaño lúcido (El mito de la Transición, 2008), y otros, por la aguda exploración de caracteres abominables (Todos los hombres del Führer, 2006); de un modo u otro, todos exploran las formas de engañarse y engañar.
Estos propósitos inspiran también las casi mil páginas de El evangelio fascista. La formación de la cultura política del franquismo (1930-1950), escritas en una prosa muy nítida y precisa, aunque el párrafo sea caudaloso, y en plena madurez reflexiva. Gallego tiene el don de la síntesis —esa revelación que llega al autor cuando su trabajo la merece—, a la vez que mantiene intacta la pasión de descubrir y analizar. Creo que nunca se había revisado con tanta intensidad, a pie de textos y de cotejos, la naturaleza católica y fascista del régimen de Franco, yendo más allá de las viejas polémicas sobre si fue totalitario o autoritario, o sobre la presunta hegemonía disputada entre católicos y falangistas, o sobre el diferente grado de protagonismo de los actores del acoso a la República y la fundación del Régimen. El resultado de sus maniobras fue el que sabemos: fracasados en el golpe militar de julio, ganaron la guerra que habían elegido y consiguieron la tortuosa, pero eficaz, construcción de un Estado que, de algún modo, persiste, además de haber dejado alguna herencia indeseable en las actitudes de algunas élites políticas y en el cínico pragmatismo de algunas capas sociales.
Gallego ha reconstruido muy bien la experiencia del endeble fascismo español entre 1933 y 1936, donde aclara la marginación de Ledesma Ramos, el papel de Onésimo Redondo y, una vez más, las ambigüedades y las maniobras de José Antonio Primo de Rivera. Hubo ciertamente un fascismo débil, pero lo compensó aquella fuerte fascistización general, donde quien más se reclamaba de fascista era el monárquico José Calvo Sotelo. “Lo que resulta propio del fascismo”, escribe Gallego, “es la manera en que es capaz de realizar la síntesis y modernización del discurso de la contrarrevolución”, que se apoya en las imágenes de “la patria en peligro y la proyección utópica de una nación en marcha”. La “dinámica de su constitución” se aceleró a favor de la guerra civil, que fue —como demuestra el autor— factor aglutinante y sello legitimador, donde convergen unos y otros.
Las páginas sobre la contienda inician la segunda parte de la obra que ya había hecho un demorado censo de las actitudes apocalípticas que la presagiaron, en apartados tan jugosos como ‘La vía fascista hacia la guerra civil’ y ‘La guerra civil, proceso constituyente del fascismo’. Pero no son menos importantes (y quizá más innovadoras) las precisiones sobre el uso de la consigna del “Imperio”, desde el plano filosófico (que utilizó el Ledesma de 1930 cuando hablaba: “La filosofía, disciplina imperial”) hasta la existencia de una Nación en estado de celo constitutivo y a la reinterpretación del pasado patrio. Ninguna hipótesis carece de textos que la evidencien. Es particularmente interesante la lectura de Jerarquía, la revista negra de Falange, o la de F.E., de parecido talante; son siempre necesarias las citas del delirante Giménez Caballero, a quien nadie hacía demasiado caso, pero siempre era la voz de su amo, o las de Pemán, el más sagaz de los muchos oportunistas. Demoledores resultan los textos de Antonio Tovar, que mereció un indulto ideológico quizá prematuro, muy similar al que lucró el grupo de teóricos de la política, embebidos de lecturas alemanas (que juntaban a Carl Schmitt con los antifascistas Hermann Heller y Hans Kelsen), a los que se cita a menudo: Luis Legaz Lacambra, Maximiliano Gómez Arboleya, Juan Beneyto, Francisco Javier Conde. El capítulo ‘Sub specie aeternitatis. Historia y legitimación del 18 de julio’ rescata del olvido la reconstrucción de la historia de España en la etapa de primera “desfasticización” y concluye con la confrontación de dos conocidos libros de 1949: España como problema, de Laín Entralgo, que recuperaba el discurso radical de 1898 para el nuevo Estado, y España, sin problema, un título que Rafael Calvo Serer modificó a última hora para entrar en la polémica, donde se postulaba una Restauración de la tradición que el otro parecía olvidar: “Lo que importaba para todos”, recuerda Gallego, “era el establecimiento o la amplitud de los límites de la Victoria, nunca su impugnación”.
El evangelio fascista. La formación de la cultura política del franquismo (1930-1950). Ferran Gallego. Crítica. Barcelona, 2014. 979 páginas. 39,90 euros (electrónico: 14,99 euros).

martes, 4 de febrero de 2014

Las derrotas militares allanaron el camino a las revoluciones rusas

La Avenida Neski, Petrogrado. Brousand. ABC

VÍCTOR JAVIER GARCÍA MOLINA 04/02/14 http://www.abc.es/

A principios del siglo XX Rusia era un país atrasado. Algunas de las reformas emprendidas, mal encauzadas, habían provocado aún más desigualdades y tensiones sociales. Además, la represión de la Revolución de 1905, cuyo germen último fue la derrota en la guerra ruso-japonesa, había socavado la imagen del Zar como “padre” de todos los rusos.
El desarrollo de la Gran Guerra fue acentuando las tensiones preexistentes: a los conflictos políticos y sociales inherentes a cualquier autocracia, había que sumar los causados por las derrotas militares con sus terribles bajas, el desabastecimiento de las ciudades y el hambre generalizada entre amplias capas de la población. El régimen se derrumbaba desde dentro.
En el verano de 1916, Rusia lanza su operación más exitosa de toda la guerra: la Ofensiva Brusilov. Pero, a pesar de los triunfos iniciales, el ataque se diluye por la asistencia alemana a los austrohúngaros y los problemas de suministro endémicos del ejército ruso. El coste en vidas de la ofensiva, sumado a los problemas antes citados, provoca manifestaciones masivas y huelgas en las principales ciudades, alentadas tanto por la situación del país como por la propaganda revolucionaria, en la que los servicios secretos alemanes están jugando un papel principal. Apostando a la carta de la revolución, el alto mando germano cree que podrá sacar a Rusia de la guerra, para así lograr volcar todos sus esfuerzos en el frente occidental.
El régimen se ve desbordado. En febrero los intentos por introducir un nuevo racionamiento del pan provocan manifestaciones espontáneas y algaradas en la capital: Petrogrado (nombre adoptado por San Pertersburgo en 1914). Los soldados enviados a sofocar la revuelta se unen a la misma, a la que también se incorporan los obreros, toda la oposición política y el Parlamento (la Duma). Nicolás II intenta disolver la cámara, pero es él mismo el que se ve forzado a abdicar, pensando en que su hijo le suceda en el trono. Ante esa posibilidad, vuelven a estallar nuevas revueltas. La monarquía no tiene ningún apoyo. Tan súbitamente como empezaron los disturbios, se disuelve una dinastía que había regido Rusia durante 500 años. Es la Revolución de Febrero.
La autoridad pasa a ejercerla el Gobierno Provisional. De corte democrático y moderado, compartirá el poder con el Sóviet —asamblea popular— de Petrogrado, dominado por los bolcheviques. Encabezado inicialmente por el príncipe Lvov —con Alexander Kerensky como figura más popular y más tarde su sucesor— el Gobierno Provisional inicia toda una serie de reformas sociales y políticas, pero una de las principales demandas de las revueltas, el fin de la guerra, no es atendida. Una mayoría muy activa del Parlamento y gran parte de las élites reformistas del país piensan que la continuidad en la guerra al lado de las democracias occidentales es la mejor garantía de la perduración de las reformas y del nuevo régimen. El fracaso de una nueva ofensiva rusa, organizada por Kerensky en el verano de 1917, marca el destino del Gobierno. Los bolcheviques, que ya controlan los Soviets, perfectamente organizados —dirigidos por Lenin, que ha vuelto del exilio—, se han ido haciendo paulatinamente con el control de las comunicaciones y del ejército, y, aprovechando el descontento popular por la prolongación de la guerra, dan un golpe de estado entre el 6 y el 7 de noviembre, haciéndose con el control del parlamento y del gobierno de Petrogrado. Es la denominada Revolución de Octubre, debido a las diferencias entre los calendarios Juliano, entonces vigente en Rusia, y Gregoriano, usado en todos los países occidentales.
Los bolcheviques sacan automáticamente al país de la guerra. Tras meses de negociaciones firman con el Imperio Alemán la paz de Brest-Litvoks. Pero Rusia se encamina hacia el caos. El poder real ejercido por los Soviets y los bolcheviques —que quieren extender e internacionalizar la Revolución— se reduce prácticamente a las ciudades más grandes, con amplias zonas en litigio entre las numerosas facciones que quieren hacerse con el poder o recuperarlo. Al mismo tiempo, tantos los alemanes —que controlan extensas zonas del país— como los antiguos aliados intentan poner coto a la Revolución. Además, las tensiones entre las diversas nacionalidades del antiguo Imperio Ruso comienzan a aflorar de manera dramática. El germen de la Guerra Civil ha sido plantado.

domingo, 12 de enero de 2014

La I Guerra Mundial forma parte del camino que conduce a la Guerra Civil

David Stevenson en su despacho de Londres
http://www.abc.es/ Borja Bergareche. Londres, 11/01/2014

La entrada en 2014 marca el inicio del centenario de la Primera Guerra Mundial. Gran Bretaña, Francia y Bélgica han trufado el calendario de conmemoraciones de la contienda que sembró quince millones de cadáveres en el continente. Alemania mantendrá un perfil bajo. Para el prestigioso historiador de la London School of Economics David Stevenson, la Gran Guerra «nos recuerda que el mundo es un lugar peligroso». Autor del clásico «Historia de la Primera Guerra Mundial», publicado ahora en español por Debate, este especialista desgrana las verdaderas claves del conflicto.
–¿Cuál fue el impacto estratégico de la Primera Guerra Mundial?
–Su huella está en todas partes. Muchos de los puntos calientes tienen su origen, en parte, en aquella guerra. Los Balcanes, Ruanda, creada a partir de territorio alemán cedido a Bélgica; Líbano, ampliado por los franceses en 1920; Irlanda del Norte, establecida en 1921; Irak, creado por los británicos a partir de tres provincias otomanas, o la Declaración de Balfour sobre Palestina en 1917. Por supuesto, está en el origen del ascenso de ideologías como el nazismo, el fascismo y el comunismo. Y tuvo un papel en España, agravando la división entre izquierda y derecha y polarizando la opinión pública. Forma parte del camino que conduce a la Guerra Civil española.
–¿Qué deberíamos recordar ahora?
–Desde la perspectiva británica, la Primera Guerra Mundial es lo peor que nos ha ocurrido en la Historia moderna, las bajas británicas en la segunda fueron un tercio de las sufridas en la primera, casi un millón. La tumba del soldado desconocido o el día del recuerdo en Reino Unido se remontan a cómo se articuló la memoria de la guerra después de 1918. ¿Cómo se conmemoran los atentados del 11-S? Mediante el silencio, cuyos orígenes se remontan a los homenajes organizados en Ciudad del Cabo en 1916 por los soldados sudafricanos caídos en Francia.
– ¿Qué conclusión podemos sacar para países que, como España, no se ponen de acuerdo en por quién o qué guardar silencio?
–Tiene que ver con la historia del país. En la República de Weimar en Alemania tampoco existía un consenso sobre la memoria. En 1925 hubo dos manifestaciones de signo opuesto el 11 de noviembre, el Día del Armisticio, una de signo nacionalista y otra pacifista convocada por los comunistas. En Gran Bretaña, Francia o Bélgica, el recuerdo de aquella experiencia ha servido para unificar el país y se ha consolidado en la vida de la nación. En Alemania fue un elemento de división. Y, por supuesto, la Rusia comunista intentó borrarla en los años 20 y 30 por considerarla una guerra capitalista y un desastre. Si crees que lo que ocurrió en el pasado nos afecta y si optamos por no vivir en una burbuja en el presente, como prefieren ciertas personas, la Primera Guerra Mundial es uno de los acontecimientos más importantes de la historia contemporánea. Fue un conflicto mucho peor de lo que nadie imaginaba en 1914, y amplió las posibilidades de lo feo que puede ser el mundo. Nos recuerda que el mundo es un lugar peligroso.
–¿Por qué era tan débil la seguridad del archiduque en Sarajevo?
–Sí, nunca se ha explicado del todo. Probablemente es lo que Francisco Fernando quería. Se trataba de una ceremonia de poca importancia a la que podía asistir en compañía de su mujer, una condesa checa que, al no cumplir las rígidas exigencias de la Casa de Habsburgo, no podía acompañar a su marido en actos públicos en Viena. Por la mañana, la parte planificada del atentado con bomba fracasó. Lo que ocurrió por la tarde fue casi un accidente. El archiduque se negó a cancelar la jornada, y una de las cosas que hizo fue visitar a los heridos en el atentado. Su conductor se perdió y modificó la marcha justo donde el asesino, el bosnio Gavrilo Princip, esperaba tomando un café con su revólver.
–¿Fue el detonante o un pretexto?
–Lo que ocurrió en Sarajevo tuvo una importancia clave, no fue un pretexto. Había muchos ingredientes que agravaban la tensión en Europa. La carrera armamentística, la sensación de Alemania de estar rodeada, una sucesión de crisis diplomáticas en Marruecos y los Balcanes, un creciente sentimiento nacionalista… Pero Europa ya había conocido este tipo de tensión antes, por ejemplo en los 1880, que no condujeron a una gran guerra. Si no hubiera pasado nada en los Balcanes, en dos o tres años todas las partes habrían agotado su capacidad de financiar su rearme, se habrían producido corrimientos diplomáticos –por ejemplo, a Gran Bretaña cada vez le preocupaba más el resurgir de Rusia-, Europa podría haber gestionado esas tensiones y volver a una situación de normalidad.
– ¿En qué eran diferentes las sociedades europeas de 1913 y las de 1919?
–Las reacciones fueron diferentes. La más clásica es el nazismo. Hitler y la mayor parte de sus colaboradores habían participado en la guerra y se habían radicalizado. Su conclusión es que Alemania había perdido y había sido traicionada, y la solución era repetir la guerra para ganarla esta vez. En Italia algunos sectores tuvieron una reacción similar. Pero hay que recordar que la mayoría de los soldados alemanes volvieron del frente a sus familias y a sus trabajos en la vida civil. Se unieron a organizaciones de veteranos, pero la experiencia no les había radicalizado como a los seguidores de Hitler. Otros fueron empujados hacia el pacifismo y el apaciguamiento, por ejemplo en Gran Bretaña, donde puede trazarse una conexión directa entre la experiencia de la Primera Guerra Mundial y el intento de apaciguar a Hitler en Múnich en 1938. El gobierno británico tenía la presión de mostrar a los ciudadanos que lo había intentado todo para evitar una nueva guerra como la primera.
–¿Y cuál fue la evolución de la sociedad francesa?
–Una mezcla de las dos descritas. La mayor parte de las organizaciones de veteranos de guerra franceses no eran radicales ni estaban politizadas. Eran muy críticas con cómo se había dirigido la contienda, pero insistían en realizar los desfiles de veteranos caminando, y no al paso, por considerarlo demasiado militarista. Se veían como civiles con uniforme. Esto tuvo su influencia estratégica, por ejemplo con la construcción de la Línea Maginot. En caso de conflicto, Francia libraría una guerra defensiva esta vez, con sus tropas cómodamente protegidas en búnkeres en la frontera y no tomando por asalto trincheras.
–La escala del conflicto es brutal…
–El 85% de los alemanes de 17 a 50 años fueron movilizados. En Francia, parecido. Es gigantesco. Alemania movilizó a entre seis y siete millones de soldados, Rusia quince, Francia más de ocho, y Gran Bretaña más de cinco millones. Pero no todos estaban en primera línea. Muchas unidades pasaban dos semanas en el frente y dos en la retaguardia. Ayuda a entender la duración de la guerra.
–¿Qué es lo que más muertes causó?
–El 58% de los muertos cayeron bajo el fuego de artillería. Las causas de muerte cambiaron, y la medicina moderna tuvo mucho que ver. En las guerras anteriores, la principal causa de muerte habían sido las enfermedades. Pero en el frente occidental hubo pocas bajas por cólera, tifus o disentería, que antes diezmaban regimientos, gracias a los avances en anestesia, cirugía aséptica y antiséptica y bacteriología. El frente occidental es el primer frente bélico a escala industrial en el que la mayor parte de las heridas fueron causadas por el combate, por fuego de artillería o de ametralladores, y no por enfermedad. En el frente oriental sí hubo más muertes por enfermedad. Muchas de las heridas en combate podían ahora ser curadas y esos soldados volvían al frente, lo que ayuda a entender esa capacidad de mantener semejantes niveles de tropas durante tanto tiempo. El porcentaje de muertos sobre el número total de bajas fue del 8%, frente al 13,3% en la Guerra de Secesión o el 25% en la de Crimea.
–¿En qué cambió la sociedad europea?
–Desde el punto de vista de género, menos de lo pensado. La mayoría de las mujeres trabajadoras incorporadas a las fábricas de armamento volvieron en 1918 a sus ocupaciones anteriores en el servicio doméstico, el sector textil o la agricultura. Hubo más cambios permanentes en el ámbito laboral de las clases medias con la incorporación de muchas mujeres al trabajo administrativo, como teclistas o secretarias. Así ocurrió en Gran Bretaña, y en Francia y Alemania también. Hubo otras transformaciones. La tasa de divorció creció mucho tras la guerra, por ejemplo. Y el superávit de mujeres tras la muerte de tantos hombres en el frente les obligó a adoptar papeles diferentes a los tradicionales. Las naciones europeas eran además eminentemente agrícolas, y las levas de hombres afectaron en mayor medida a la población del campo. Y cuando muchos franceses o alemanes volvieron a sus granjas, se encontraron que sus mujeres habían asumido tareas de gestión de la explotación durante la contienda que les confería un poder que no tenían antes de la guerra.
–¿La guerra industrializó Europa?
–Sí. La zona de Toulouse, por ejemplo, donde Airbus tiene todavía sus instalaciones, emerge como polo de la industria aerospacial en la Primera Guerra Mundial porque el gobierno francés, ante el avance alemán, tuvo que retrasar hacia el sur las tradicionales zonas industriales del norte y el este del país.
–En su libro explica que los europeos estaban dispuestos «no solo a enviar a sus hijos al frente, sino a entregar sus ahorros para sufragar la guerra». En Reino Unido los impuestos financiaron solo el 26% del coste del conflicto, el resto fueron préstamos de los ciudadanos al gobierno…
–También se financiaron gracias al capital internacional, de EE.UU. en el caso británico, o de prestamistas holandeses en el de Alemania. Los impuestos solo cubrieron un cuarto de las necesidades, así que recurrieron a sus ciudadanos. En parte se explica porque las condiciones de los préstamos eran buenas, la inflación no fue muy alta –los precios se duplicaron en Reino Unido y Alemania, lo que era muchísimo para la época, pero razonable comparado con otros periodos– así que los bonos de guerra ofrecían tipos de interés interesantes en un contexto de sequía crediticia comercial por la guerra. A ese factor financiero se debe sumar el patriotismo. Las poblaciones, en su mayoría, estaban convencidas de que era una guerra justa.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Cien años de la Gran Guerra

Mula y dos soldados prueban las primeras máscaras que se usaron en el frente. CRÓNICA
GONZALO UGIDOS http://www.elmundo.es/ 29/11/2013.
 
Comenzó el 28 de julio de 1914 y terminó el 11 de noviembre de 1918. En esos cuatro años, las principales potencias militares del mundo se enrocaron en una contienda de una atrocidad sin precedentes: surgieron los lanzallamas, los zepelines, los bombardeos aéreos, las armas químicas... La neutralidad española fue un gran negocio: una riada de metales preciosos llegó a las arcas de los comerciantes. En realidad, todo se gestó dos años antes, cuando en Alemania ya atronaban los primeros tambores de guerra...

1.- Las causas

En los años 60 el historiador alemán Fritz Fischer exhumó documentos que demostraban que en diciembre de 1912 el jefe de la marina alemana anunció a su gobierno que en un año y medio estaría listo para el «gran combate». Desde entonces los historiadores se inclinan a creer que el motor de la guerra fue la Alemania militarista de Guillermo II. El kaiser creía que Alemania era un bosque destinado a crecer y Francia una basura destinada a desaparecer, «un montón de estiércol sobre el cual canta un gallo». Su reinado comenzó con ruido de botas y fanfarrias y acabó provocando el incendio de la vieja Europa. Para perpetrar la Gran Calamidad, Guillermo II necesitaba un pretexto y lo encontró en el atentado contra su amigo el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austrohúngaro.

2.- Sarajevo

El 28 de junio de 1914, Francisco Fernando y su mujer, Sofía Chotek, llegaron en tren a Sarajevo. A las 10:45, el serbobosnio Gavrilo Princip, miembro de la organización paneslavista Mano Negra, disparó dos veces con una pistola semiautomática a una distancia de cinco metros. La primera bala alcanzó al archiduque en la yugular, la segunda penetró en el abdomen de su mujer. Sofía murió antes de llegar a la residencia del gobernador; Francisco Fernando, 10 minutos después. El magnicidio desencadenó una secuencia de hechos que cambiaría el mundo.

3.- El ultimátum

Con el apoyo del imperio alemán, Austro-Hungría exigió investigar el crimen in situ. Creía que Mano Negra tenía conexión con los servicios secretos serbios. El 7 de julio de 1914 el Gobierno austriaco dio un ultimátum a Serbia que, con el apoyo de Rusia, se negó a recibir a policías austriacos. El 28 de julio Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia y Rusia  ordenó la movilización general. En función de las alianzas militares, el 1 de agosto Alemania consideró la movilización como un acto de guerra contra su aliado austrohúngaro y declaró la guerra a Rusia. En virtud de la alianza militar franco-rusa de 1894, el ejército francés tomó medidas de precaución en sus fronteras y, el 3 de agosto, Alemania, al conocer esa movilización, declaró la guerra a Francia.

4.- Los combatientes

En la Triple Entente se alineaban Francia, Reino Unido y Rusia.  Serbia y Bélgica se incorporaron tras el ataque austriaco contra Serbia --que desencadenó el inicio de las hostilidades-- y el ataque de Alemania contra Bélgica. En el otro bando, la Triple Alianza era   la coalición inicialmente integrada por los imperios alemán y austrohúngaro, luego se unieron Italia y el imperio otomano. Italia cambió de bando en 1915 y se unió a la Entente alegando falta de garantías a sus pretensiones por parte de las potencias centrales.

5.- Los muertos

La guerra dejó aproximadamente 10 millones de muertos y seis millones de discapacitados. Esa carnicería generó múltiples formas de luto como los homenajes al Soldado Desconocido, los libros de oro que preservan los nombres de los desaparecidos, los Lugares de la Memoria o las celebraciones del 11 de noviembre, día del armisticio.

6.- Refugiados

Las invasiones de 1914 y los movimientos de los frentes tras cada ofensiva echaron a los caminos a millones de civiles. Casi tres millones en Francia, seis en Rusia y cerca de un millón en Alemania. Tras el fin del conflicto, la modificación de las fronteras y las represalias de la posguerra se saldaron con exilios y desplazamientos masivos que afectaron a ocho millones de personas.

7.- Atrocidades

Fueron comunes las violaciones, los pillajes y las ejecuciones sumarias de civiles. El ejército alemán sistematizó esa violencia por temor a los hipotéticos francotiradores. La propaganda exageraba las atrocidades del enemigo para legitimar las propias y se justificaban las prácticas extremas, como el empleo de mujeres que avanzaban delante de las tropas como escudos humanos. Los ideales de la Convención de La Haya, que protegía a los no combatientes, se convirtieron en papel mojado. Los criminales de guerra juzgados en 1921 en Leipzig recibieron sentencias irrisorias.

8.- Trincheras

Una red de trincheras permitía los movimientos al abrigo del fuego enemigo, salvo de los obuses y los novedosos lanzallamas. Los combatientes construyeron cientos de kilómetros de galerías subterráneas. El agua en las trincheras llegaba por encima de las rodillas, los hombres no tenían ninguna parte del cuerpo seca. El número de enfermos crecía de forma alarmante porque el aire era irrespirable y el barro estaba infectado de piojos y ratas. Los soldados se hundían en el lodo y los heridos y los ciegos, rugiendo y gritando, caían sobre los ilesos y morían salpicándolos con su sangre.

9.- Minas

La dificultad de franquear la tierra de nadie originó un tipo particular de combate inspirado en los topos: la guerra subterránea. Se cavaban túneles hacia las líneas enemigas y se colocaba gran cantidad de explosivos cuya detonación era el prólogo de una ofensiva. El general británico Charles Harington declaró: «Tal vez no escribamos la Historia, pero cambiaremos la geografía», e inmediatamente dio la orden de explosionar cientos de toneladas de explosivos cerca de la ciudad belga de Ypres. Murieron 10.000 alemanes y la detonación se escuchó hasta en Londres.

10.- Verdún, la batalla más larga

En ese pueblo fortificado de 22.000 habitantes, en la región francesa de Lorena, durante 10 meses, día y noche, los bosques y colinas fueron machacados por millones y millones de obuses que los convirtieron en un paisaje lunar sembrado de cráteres y de cadáveres. Pasaban las semanas y nadie cedía terreno. El comandante en jefe alemán Erich von Falkenhayn había profetizado que las fuerzas de Francia se desangrarían hasta morir. Acertó, pero también se desangró su propio ejército. Fue una batalla de desgaste, la más larga de la Primera Guerra Mundial. Las vísperas de la Navidad de 1916 callaron los cañones, la mitad de las casas de Verdún habían sido destruidas y nueve pueblos habían desaparecido de la faz de la Tierra. Los franceses habían perdido 380.000 hombres; los alemanes, 350.000.

11.- La guerra invisible

Por primera vez emergían los horrores nunca vistos de la guerra industrializada. La mayor parte de las víctimas de ambos bandos cayeron sin ni siquiera haber visto al enemigo, bajo el incesante bombardeo de la artillería. El hombre luchaba contra el paisaje, con la sensación de atacar contra el vacío. Las tropas de relevo que se acercaban al frente oían una ráfaga gigantesca que no paraba ni de día ni de noche. Los aviadores veían «un siniestro cinturón pardo, una franja de naturaleza muerta». Parecía otro mundo. Todo signo de humanidad había sido borrado.

12.- Los zepelines

El globo dirigible imaginado por el conde Ferdinand von Zeppelin, de más de 150 metros de largo, fue el más emblemático medio de bombardeo de civiles. Desde el 6 de agosto de 1914, estos aparatos sobrevolaron Lieja y operando sobre Londres mataron a 500 civiles en 51 raids. Frente a los dirigibles y los aviones se tomaron medidas de defensa de las ciudades: reducción de luces y desaparición de luminosos, empalizadas de sacos de arena para proteger estatuas y monumentos. La Gran Guerra inauguró el miedo a los bombardeos aéreos que decenios después arrasaron Guernica, Hamburgo o Coventry.

13.- Los generales

Los generales de aquella guerra tienen mala reputación, la cultura popular británica evoca a los soldados como «leones conducidos por burros». Era descorazonadora la tranquilidad con que estos viejos egoístas sacrificaban a miles de hombres. Pese a ello los generales eran semidioses que mandaban más que los políticos y tanto Philippe Pétain en Francia como Paul von Hindenburg en Alemania eran considerados héroes vivos. En 1914 y 1915 muchos recién nacidos franceses recibieron el nombre de Joffre por el generalísimo francés, Joseph Joffre. Pero la mayoría de los generales comprendieron mal la nueva naturaleza de aquella guerra.

14.- Espías

La retaguardia, los países ocupados y, sobre todo, los neutrales eran un hervidero de espías. El que más daño hizo fue el coronel austriaco Alfred Redl, que había pasado a los rusos comprometedores documentos. Se suicidó antes de que lo juzgaran por alta traición. La enfermera inglesa Edith Cavell fue ejecutada en 1915 y la francesa Louise de Bettignies murió cautiva en Alemania en 1918. La más célebre fue la bailarina holandesa Margarita Gertrude Zelle, conocida como Mata-Hari. Cuando tenía 38 años y figuraba en el staff del espionaje alemán con la clave H-12, fue fusilada en el foso de Vincennes, en París, el 15 de octubre de 1917. Aquel amanecer, Mata-Hari, que en malayo significa «ojo del día», se quejó de la manía francesa de fusilar a la gente al alba.

15.- Ases

Balbuciente en 1914, la aviación militar conoció un desarrollo espectacular durante la guerra. Los bombarderos y los vuelos de reconocimiento fueron decisivos. Los cazas --el Spad francés, el Fokker alemán o el Sopwith Camel británico-- lucharon por el dominio del cielo. Las proezas de los pilotos causaban admiración y fueron un instrumento de propaganda que convirtieron a los Ases en héroes caballerescos. Fueron leyenda el inglés Edward Mannock, el canadiense William Bishop, el francés René Fonkc y el alemán Von Richtofen, el llamado Barón Rojo.

16.- Genocidio armenio

De todas las poblaciones víctimas de la guerra, los armenios del imperio otomano fueron los que sufrieron las mayores masacres. Esta minoría cristiana fue acusada de colaboracionismo con los rusos y víctima de deportación forzosa y exterminio por el gobierno de los Jóvenes Turcos. El primer genocidio sistemático moderno afectó a más de un millón y medio de armenios y se caracterizó por su brutalidad. Las deportaciones en marchas forzadas y en condiciones extremas llevaban a la muerte a la mayoría de los deportados.

17.- La Gripe Española

A los diez millones de muertos de la guerra hay que sumar los 40 millones imputables a la inmensa pandemia de gripe que se abatió sobre el mundo entre enero de 1918 y diciembre de 1920. Como España era un país neutral y no había censura de prensa que impidiera hablar de bajas, se llamó gripe española a la pandemia, que se cebaba sobre todo en los viejos y los niños pequeños; pero también murieron treintañeros como el pintor Egon Schiele o el poeta Apollinaire.

18.- Pacifismo

Hasta el estallido de la guerra muchos pacifistas trataron de evitarla, como Jean Jaurès en la Internacional Socialista. El comienzo del conflicto relegó al pacifismo a la marginalidad e incluso a la ilegalidad. La fuerza de los hechos lo redujo al silencio o al aislamiento. En cada país adoptó distintas modalidades: objetores de conciencia británicos, Comité para la Restauración de la Paz en Francia o militancia revolucionaria en los bolcheviques rusos y los socialistas alemanes de Karl Liebknecht.

19.- Huérfanos y niños

Sólo en Francia hubo unos 760.000 huérfanos. Los ejercicios escolares consistían en elogiar a los soldados, calcular la producción de obuses o tricotar calcetines para el frente de guerra. Fueron tiempos de riesgo y privaciones para los niños, sobre todo en las zonas ocupadas. Los recuerdos de aquella infancia atormentada marcaron el resto de sus vidas.

20.- Inflación

La economía de guerra supuso un alza considerable de los precios por la necesidad de aumentar la masa monetaria para financiar el conflicto. En Francia, sobre una base 100 en 1913, los precios llegaron al 315 en 1917. En Alemania y Austria-Hungría fue mucho peor. La inflación tuvo enormes consecuencias sociales, los trabajadores vieron hundirse su poder de compra y se extendieron las penurias. A partir de 1917 en Italia, Alemania o Rusia la carne y la mantequilla eran completamente inasequibles y hubo disturbios. Los rentistas se arruinaron y los deudores saldaron sus deudas a precios de ganga en perjuicio de los acreedores, que perdieron gran parte de su dinero.

21.- Artistas

El mundo de las artes se movilizó. Ricciotto Canudo --el autor de la expresión Séptimo Arte referida al cine-- publicó el 29 de julio una llamada a los artistas extranjeros en Francia a enrolarse en el ejército. En los frentes se encontraron Ernest Hemingway, Louis-Ferdinand Céline o Ludwig Wittgenstein. El escritor Blaise Cendrars y el pianista Paul Wittgenstein perdieron un brazo, el pintor polaco Moïse Kisling fue herido en el pecho en la batalla del Somme. En la misma batalla, Georges Braque fue gravemente herido en la cabeza y Fernand Léger sufrió una peligrosa intoxicación por gases. Al estallar las hostilidades los grupos de vanguardia, que habían sido cosmopolitas e internacionalistas, se volvieron de la noche a la mañana abyectamente chovinistas: expresionistas alemanes y austriacos, cubistas franceses, futuristas italianos, cubofuturistas rusos o vorticistas británicos.

22.- Tratado de Versalles

El 28 de junio de 1919, en la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles, los representantes de 27 países firmaron el tratado de paz con Alemania poniendo punto final al primer conflicto mundial. Se devuelve Alsacia-Lorena a Francia amputando a Alemania el 13% de su territorio y, junto con otros tratados como el de Trianon, se redefinen por completo las fronteras del Este de Europa. Tras la creación de la Sociedad de Naciones, el tratado tuvo incidencia en el ámbito mundial. Ruanda y Burundi, por ejemplo, que eran colonias alemanas, pasaron a control belga.

23.- Colapso de los Imperios

Desaparecieron tres grandes dinastías --los Hohenzollern, los Habsburgo y los Romanov-- y cuatro imperios se derrumbaron: el imperio del zar quedó transformado en la Rusia comunista; el imperio otomano se disolvió dando paso a Turquía; el imperio austrohúngaro fue disuelto dando paso a los Estados de Austria, Hungría, Checoslovaquia y Yugoslavia como nuevos países independientes; el imperio alemán fue reemplazado por la República de Weimar.

24.- Reparaciones

El artículo 231 del Tratado de Versalles hizo responsables de los estragos de la guerra a Alemania y sus aliados. El artículo 232 preveía las reparaciones. El principio de que el perdedor indemniza al vencedor se impuso tanto más cuanto que el aparato productivo alemán estaba intacto mientras que el noreste de Francia estaba devastado. El economista inglés John Maynard Keynes alertó de los riesgos de fijar indemnizaciones excesivas, pero la Conferencia de Londres fijó en 132.000 millones de marcos-oro el montante que Alemania debía pagar a los vencedores. Las reticencias alemanas motivaron la ocupación del Ruhr en 1923. Alemania estuvo pagando esas indemnizaciones hasta el año 2010.

25.- Soldado Desconocido

La idea de enterrar y honrar el cuerpo del combatiente anónimo nació durante este conflicto. Se trataba de dar una sepultura simbólica a los cientos de miles de caídos que nunca pudieron ser encontrados, identificados y enterrados. El primer país en erigir una tumba del Soldado Desconocido fue Francia, bajo el Arco del Triunfo de París. El ejemplo francés lo siguieron Bélgica, Reino Unido, Italia, Austria, Estados Unidos y, más recientemente, Canadá que en el 2000 inhumó en Ottawa a su Soldado Desconocido.

26.- Carnicería equina

El 22 de agosto de 1914 el primer disparo británico de la guerra en Francia procedía de un soldado de caballería, Edward Thomas, de la Royal Irish Dragoon Guards. La Gran Guerra fue el último conflicto mundial en el que los caballos tuvieron un papel relevante. Desplazaron millones de toneladas de raciones y municiones hasta las líneas del frente, cargaron con las camillas de los heridos y prestaron apoyo logístico. Eran mejores que los vehículos mecanizados a través del barro y en terrenos escabrosos. Los caballos eran blancos más fáciles que los hombres, y los combatientes sabían que abatiéndolos podrían dañar las líneas de suministro del enemigo. Del millón de caballos británicos enviados al frente, sólo 62.000 regresaron a sus establos. Se estima que murieron ocho millones de equinos, entre ellos 7.000 mulas españolas.

27.- Gases

Aquella guerra global fue también la primera guerra química. Los gases venenosos eran una importante innovación militar y se llegaron a utilizar una docena de ellos, desde los lacrimógenos como la acroleína, hasta los incapacitantes como el gas mostaza, pasando por los letales como el fosgeno. El gas fue uno de los agentes más temidos por los soldados; aun así, su letalidad fue limitada gracias al desarrollo de contramedidas efectivas: mató a 85.000 soldados y afectó con diversas consecuencias a más de un millón. La secuela más común de los expuestos al gas lacrimógeno y al mostaza fue la ceguera: era frecuente ver líneas de soldados cegados, con la mano sobre el hombro del hombre que lo precedía, guiados por un vidente hasta la enfermería.

28.- Otros escenarios

En África, británicos y franceses atacaron desde todos los frentes las colonias alemanas. Sólo la de Tanganica, bajo el mando del general Paul Emil von Lettow-Vorbeck, resistió hasta el final de la contienda. Como el general ignoraba la rendición de su país, dos días después del armisticio derrotó a los británicos en la batalla de Kasama. En el Pacífico también hubo movimientos aunque no batallas de importancia. Japón se alineó con los aliados y ocupó el puerto chino de Qingdao, base alemana en Extremo Oriente, así como las posesiones en las Islas Carolinas y (junto a Nueva Zelanda) las Marianas. Por su parte, las tropas australianas estacionadas en Papúa ocuparon la Nueva Guinea Alemana.

29.- El fin de la neutralidad norteamericana

El conflicto parecía muy lejos para amenazar los intereses norteamericanos. Como dijo el presidente Woodrow Wilson, «no tenemos nada que ver con esta guerra, sus causas no nos conciernen». La mayoría de los americanos era partidaria de la neutralidad; pero Wilson permitió a los bancos conceder enormes préstamos a la Triple Entente. El 7 de mayo de 1915, frente a las costas de Irlanda, un submarino alemán hundió el barco de lujo inglés RMS Lusitania y murieron 123 estadounidenses. Para Estados Unidos fue un casus belli. Aun así, hasta el 2 de abril de 1917 el presidente Wilson no declaró la guerra a los imperios centrales. La contienda europea se convirtió en mundial. Si no entró inmediatamente en el conflicto fue porque tuvo que hacer frente a la formación de un ejército lo suficientemente poderoso como para decantar la balanza a su favor.

30.- Los españoles

La neutralidad española fue un gran negocio, una riada de oro llegó a las arcas de los industriales y comerciantes españoles. Aunque aliadófilos y germanófilos caldeaban la política interna, ni unos y otros torcieron el brazo del Gobierno, que permaneció neutral. Aun así unos cuantos miles de voluntarios se alistaron en la Legión Extranjera francesa. Para apoyarlos  se fundó el Patronato de Voluntarios Españoles gestionado por el XVII duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart. Por su parte, la Unió Catalanista creó el «Comité de Hermandad con los Voluntarios Catalanes», presidido por el médico y político Joan Solé y Pla.

martes, 17 de septiembre de 2013

La huelga obrera que perturbó a Franco

Franco a finales de 1967, al inicio de la huelga / ABC
ISRAEL VIANA  MADRID  13/09/2013 http://www.abc.es/
«Ayer la fábrica estaba cercada por la Guardia Civil. Nos han dicho que había 180 guardias. El autobús de las víctimas de Gondra sale escoltado por dos Jeeps de la Policía Armada. ¡Guardias! ¡Armas! Nosotros seguimos trabajando tranquilamente. Nuestra escolta es la conciencia del deber», podía leerse en una de las octavillas que diaria y clandestinamente distribuían los trabajadores de la empresa de «Laminación de Bandas en Frío» de Echevarri, en Vizcaya, a finales de 1966. De los 960 empleados, más de 800 participaron activamente, durante seis largos meses, en la que se convertiría en la huelga laboral más larga de la dictadura franquista.
La «Huelga de Bandas», como se la conoce, comenzó el 30 de noviembre de 1966, después de que la empresa desestimara las reivindicaciones de los trabajadores, molestos porque la dirección había disminuido su retribución salarial al tiempo que aumentaba su ritmo de trabajo.
Todo ello en una época marcada por la reorganización y modernización de los sistemas de producción de muchas de estas compañías y la soterrada activación de las protestas laborales, con la presión que conllevaba la persecución por parte de dictadura franquista.
La «Huelga de Bandas» se produjo seis años después de que se aprobara la ley de Convenios Colectivos (1958) y al tiempo que se creaba la Comisión Obrera Provincial de Vizcaya, que ABC calificó durante aquellos días de «organización comunista clandestina».
La movilización pilló por sorpresa a la dirección de la empresa, a las autoridades del régimen y al mismo Franco, que no podía comprender como un grupo de obreros vascos se había atrevido a desafiar la legislación vigente y envalentonarse a pesar de la represión que sabían que podían sufrir. Pero ocurrió, y se convirtió en todo un símbolo de la época en el País Vasco.
A lo largo del conflicto, del que se hizo eco tanto la prensa nacional como la internacional, los huelguistas fueron combinando acciones legales –valiéndose de los canales oficiales– con otras ilegales y clandestinas. Presentaron diversos escritos a la Delegación de Trabajo que llegaron hasta la Magistratura de Trabajo e hicieron uso del sindicato vertical. Pero después de que las autoridades se pronunciaran a favor de los intereses de la empresa y apoyaran el despido de 33 trabajadores, reforzaron su actitud y comenzaron a actuar en contra de la leyes.
Primero se encerraron durante tres días en el comedor de la empresa, siendo desalojados a punta de metralleta por la Guardia Civil. Después comenzaron a distribuir las famosas octavillas, que se convirtieron en una obsesión para la Policía. Eran impresas clandestinamente en diversas parroquias y en ellas se informaba a trabajadores y a los vecinos de cómo trancurría la huelga. «Qué no se raje nadie», podía leeerse en ellas.
Por último, desafiaron las prohibiciones convocando una gran manifestación el 4 de abril de 1967. Una movilización que contó con la solidaridad de los trabajadores de otras empresas, que secundaron el paro, y con otro sectores de la sociedad. La marcha transcurrió por las calles céntricas de Bilbao y acabó, como era de esperar, con la intervención armada de la Policía, que la reprimió con dureza.
Tras varios meses de huelga, aquella fue la gota que colmó el vaso. Tanto la empresa como el Gobierno, que no habían dado su brazo a torcer, se pusieron un objetivo: aplastar este «exceso» obrero cuanto antes. La empresa contrató a trabajadores de otras provincias, amenazó con desalojar a 450 familias de los empleados que vivían en las casas facilitadas por la compañía y aumentó la presión de la Policía y del sindicato vertical, así como los juicios contra los obreros de Bandas. Pero ni aquello les frenó.
Franco, al que el tema parecía írsele de las manos, terminó decretando el Estado de Excepción el 22 de abril de 1967. Eliminó las escasas garantías que tenía la dictadura y ordenó una ola de detenciones y destierros de muchos de los trabajadores que habían participado en la movilización, mandándolos a otras comunidades. Aquello fue el final de una huelga que terminó desconvocándose el 20 de mayo de 1967.
Los obreros tuvieron que presentar un escrito solicitando su reincorporación a la compañía. Un duro golpe que, con el paso de los años, se convirtió, sin embargo, en un símbolo de la lucha obrera. «Hoy en día se podría pensar, ¿es posible que una huelga durara tantos meses por un sencillo problema de rebaja de primas?», se preguntaba no hace mucho uno de los protagonistas de la «Huelga de Bandas». Pues sí, ocurrió.

domingo, 7 de julio de 2013

Brunete, sangre y muerte en una de las batallas más cruentas de la Guerra Civil.

wikimedia. El líder comunista «El Campesino» dirige las operaciones en Villanueva de la Cañada
 
Manuel P. Villatoro / Madrid http://www.abc.es/ 6/07/2013
Dolor, valentía, y una ingente cantidad de víctimas. Con estos términos se podría definir la batalla de Brunete, un choque de fuerzas en el que, desde el 6 julio de 1937, las tropas de la República se enfrentaron al ejército de Francisco Franco en las afueras de Madrid. Aquel caluroso verano, la actual capital española quedó consternada ante las casi 40.000 bajas que se produjeron, una cifra que, a la postre, convertiría este enfrentamiento en uno de los más cruentos de la Guerra Civil. [Galería de imágenes: el estado actual del campo de batalla]
Sin embargo, también se vivieron también grandes actos de arrojo y valor por parte de soldados de ambos bandos. Y es que, durante casi un mes, miles y miles de combatientes soportaron unas penosas condiciones de vida mientras trataban de obviar el temor a que una bomba cayera sobre su cabeza y oían como las balas silbaban a centímetros de sus orejas.
Para entender los sucesos que motivaron la cruel batalla de Brunete es necesario viajar en el tiempo hasta 1937, apenas un año después del inicio de la Guerra Civil. Concretamente, hace ya 76 veranos, el ejército de Franco había tomado posiciones en varios terrenos de la Península Ibérica tras declarar la guerra a la zona republicana.
«En julio del 37 la República tenía como terrenos propios, en primer lugar, toda Cataluña, Levante, buena parte de Andalucía, Castilla la Mancha y Madrid en lo que era llamado el Frente del Centro. Por otro lado, también disponía de la Cornisa Cantábrica, Santander y Asturias (el Frente del Norte)», explican en declaraciones para ABC Ernesto Viñas y Ángel Rodríguez, miembros del grupo «Brunete en la memoria» e investigadores -desde hace más de 12 años- de todos los sucesos relacionados con la batalla de Brunete.
Eran tiempos de guerra y duros combates, pues las tropas franquistas buscaban con ferocidad tomar Madrid, el símbolo de la resistencia republicana. «En esta etapa habría que hablar de una situación relativamente favorable para la República en el Frente del Centro, ya que primero rechazaron a las fuerzas del ejército de Franco en el asalto frontal a Madrid y después en las tres grandes batallas que acontecieron en torno a la ciudad», determina Viñas.
Al final, y tras varios ataques frustrados, las tropas franquistas decidieron poner sitio a la ciudad y dedicar sus esfuerzos a la conquista del norte. «Cuando llegó el verano de 1937 las operaciones más importantes ya no estaban en torno a Madrid. Franco fijó su objetivo en la cornisa Cantábrica ya que la ciudad resistía bien y era muy complicado, debido a la fortaleza creciente del ejército republicano de la zona centro, tener las ganancias territoriales que buscaba», completa el experto.
No obstante, no todo marchaba bien en el bando republicano. Y es que, aunque el centro resistió el envite de los franquistas a base de fusil y artillería, el Frente del Norte pronto acusó los continuos ataques. «El problema es que entre el Frente del Centro –conectado con los puertos a los que llegaba la ayuda soviética- y el del norte estaba la ancha Castilla la Vieja dominada por el ejército de Franco, y, por lo tanto, la República no tenía forma de operar directamente sobre él», completa Viñas.
Con el paso de los días, y como los mandos republicanos temían, la fuerte presión de las bien entrenadas tropas franquistas terminó por minar la Cordillera Cantábrica, que pidió ayuda a Madrid. «Sólo se podía hacer una operación de diversión estratégica, es decir, atacar en un escenario que no es aquel al que quieres ayudar. La República pretendía obligar a Franco a sacar sus tropas del norte a cualquier precio», determina el experto. 
Tras largas deliberaciones, y ante la urgencia de ayudar a sus compañeros en el norte, los mandos republicanos decidieron asaltar a las tropas de Franco. Sin embargo, en un principio no hubo consenso sobre el lugar en el que llevar a cabo la ofensiva. «Se pensó primero en una operación en Extremadura que cortara el territorio que dominaba Franco en dos. No obstante, eso implicaba mover las tropas mucho, lo que hacía perder el factor sorpresa y obligaba a alejar las tropas de Madrid», añaden Viñas y Rodríguez.
Finalmente, los altos mandos republicanos tomaron la decisión: iniciarían una gran ofensiva en las afueras de Madrid, lo que les garantizaba, entre otras cosas, poder retirarse a lugar seguro si algo fallaba. «El ejército de la República buscaba dos objetivos: El estratégico, que consistía en aliviar al frente del norte; y el táctico –el más cercano-, que pretendía despejar el entorno de Madrid de la presión del ejército franquista alejando 20 kilómetros el frente de la ciudad».
Una vez decidido el lugar en el que se llevaría a cabo el asalto, se estableció que la operación estaría formada por
dos ataques que se realizarían de forma simultánea. El primero, a cargo de los cuerpos de ejército V y XVIII, buscaba romper las líneas franquistas en Brunete partiendo desde un sector ubicado entre Valdemorillo y Villanueva del Pardillo (a unos 30 kilómetros de Madrid), Por su parte, la segunda acometida –al frente de la cual se encontraba el Cuerpo de Ejército de Vallecas- pretendía traspasar a las tropas de Franco desde Usera.
La finalidad, según Viñas, era que ambas tenazas avanzaran por la retaguardia enemiga y, tras recorrer unos 10 kilómetros, se encontraran en torno a Alcorcón, un pueblo ubicado aproximadamente a 13 kilómetros de Madrid. Este movimiento dejaría a las tropas de Franco rodeadas de enemigos y permitiría a los republicanos cortar sus suministros.
Sin embargo, el plan era más que arriesgado, pues frente a ellos se situaba un ejército curtido en mil batallas. «En el bando franquista la mayoría de sus oficiales eran gente capacitada, personas que habían hecho su vida profesional en el ejército y que, además, venían en muchos casos del ejército del norte de África, o sea que tenían una experiencia bélica relativamente reciente. No eran como los mandos peninsulares, que estaban más acostumbrados a una vida de cuartel, sino que habían tenido una experiencia militar directa y en primera línea en el Riff», completa Viñas.
En cambio, conseguir poner en práctica este plan de forma efectiva obligaba a la República a movilizar un gran contingente militar. «Por parte Republicana lucharon, sumando el Ejército de Maniobra y el Ejército de Vallecas, entre 80.000 y 85.000 combatientes -los cuales no estuvieron simultáneamente presentes en el campo de batalla-. En este número entrarían, además de la infantería, todas las unidades de apoyo», añade el experto.
A su vez, los oficiales tuvieron bajo su mando más de un centenar de vehículos blindados y unos 250 aviones entre cazas y bombarderos. Finalmente, también se ordenó el desplazamiento de 200 de piezas de artillería con las que bombardear el frente franquista. Por su parte, los defensores contaban al inicio de la ofensiva con unos pocos batallones que, con el paso de las jornadas, fueron aumentando hasta sumar unos 60.000 hombres. Además, no disponían en principio ni de tanques ni de artillería.
Tras la organización del operativo y el traslado de las tropas, los mandos dieron la orden de dar comienzo a la batalla en la noche del 5 al 6 de julio. Así, con el fusil entre las manos y varias granadas en los correajes, las tropas republicanas partieron bajo la protección de la luna. Todo estaba listo, y tenían a su favor el factor sorpresa.
No obstante, antes que el grueso del ejército ya había partido la 11ª División al mando de un antiguo cantero reconvertido en oficial: Enrique Líster. Esta unidad, amparándose en la oscuridad, consiguió atravesar varias posiciones franquistas sin ser vista y llevar a cabo uno de los primeros objetivos de la operación en aproximadamente una hora. «Las tropas de Líster hicieron 10 kilómetros de noche por campo enemigo sin ser descubiertas, se plantaron ante Brunete y lo tomaron», explica Viñas.
Una vez arrebatado el pueblo de Brunete, cuyos defensores fueron cogidos por sorpresa, comenzó el avance masivo. Sin embargo, lo que había sido un comienzo abrumador se tornó en desesperación cuando las tropas republicanas comenzaron a ser frenadas en masa, lo que ralentizó el ataque sorpresa e impidió la rápida llegada a Alcorcón.
«En Villanueva de la cañada las defensas, que estaban formadas por un batallón –unos 700 hombres- resistieron durante 12 horas. Este pueblo cayó a las 9 de la noche del 6 de julio. También hubo una posición en la sierra –llamada los Llanos- que, defendida por un batallón, aguantó hasta el 8. Villanueva del Pardillo empezó a ser asaltada el día 9 para caer el 11», determinan los expertos.
Tras varios combates, la férrea defensa franquista consiguió estancar el avance de los miles y miles de soldados republicanos. «Tuvo que ser desesperante para los defensores resistir en cada pueblo. Al fin y al cabo las tropas franquistas estaban rodeadas por todos lados y sabían que no iban a salir más que muertos o prisioneros», completa Viñas.
«La situación de los republicanos tampoco era mejor, pues atacaban desde campo abierto y sin un lugar donde protegerse o una posición fortificada. Además estaban urgidos por acabar con las resistencias del ejército de Franco para poder continuar con la ofensiva», añade el miembro de «Brunete en la memoria».
Repentinamente todo se complicó. La unidad de Líster fue abandonada a su suerte por los mandos republicanos, que prefirieron tomar todas las posiciones que encontraban a ayudar a la 11ª División en su avance. Por su parte, el oficial se atrincheró y se dispuso a resistir a ultranza ante la imposibilidad de avanzar hasta los siguientes pueblos: Boadilla del Monte o Sevilla la Nueva. Este suceso fue crucial pues, aunque se logró traspasar Brunete, la operación se retrasó demasiado para los intereses de la República.
«Falló que no se reforzó a Lister en el momento clave. El mando republicano, que estaba al mando de Miaja, consideró que era más importante dejar tomadas las posiciones de retaguardia que avanzar con el enemigo embolsado a sus espaldas. Miaja pareció sentir una especie de timidez operativa, lo que impidió avanzar a la vanguardia. Además, al no conseguirse la ruptura por parte del cuerpo de ejército de Vallecas, a las pocas horas de haber iniciado la ofensiva se había comprometido el objetivo máximo, que era encontrarse en un punto cercano a Alcorcón, cerca del actual barrio de la Fortuna», completa el investigador.
La suerte del Ejército de Maniobra cambió el día 12 cuando los mandos dieron la orden de pasar a la defensa. Tras casi una semana de avances limitados, la extenuación había vencido a los asaltantes, que renunciaron también a tomar dos posiciones de gran importancia táctica, los vértices Mosquito y Romanillos. De esta forma, los mandos daban por finalizada la fase ofensiva hasta nueva orden.
Todo lo contrario sucedía en el bando franquista que, tras defenderse a sangre y fuego, comenzaron a recibir refuerzos desde el exterior. «Llegaron a juntarse 5 divisiones del ejército de Franco: la Provisional del Guadarrama –que la mandaba Asensio-, la número 13 –que la mandaba Barrón-, la 150 –que mandaba Sáenz de Buruaga-, y las dos brigadas de Navarra (la 4º -mandada por Camilo Alonso Vega- y la 5º -que la mandaba Bautista Sánchez-). Eran todos militares de carrera acostumbrados a mandar grandes unidades y, seguramente, lo hicieron bien, pues primero frenaron a los republicanos, después les aplicaron un desgaste muy serio y finalmente pasaron a la contraofensiva», añade Viñas.
Además, la superioridad aérea que había tenido el bando republicano terminó con la llegada de la Legión Cóndor, los aliados alemanes de Franco. «El ejército de la República gozó en un principio de una notable pero breve superioridad técnica sobre los franquistas, pues había incorporado varios cazas Polikarpov I-16 e I-15. Sin embargo, con la llegada del Messerschmitt bf 109 alemán –que era un caza superior en velocidad y altura-, el ejército de Franco tomó ventaja en Brunete», explica Viñas.
Las fuerzas aéreas de ambos bandos mantuvieron aquellos días fuertes combates que también sufrieron los soldados, temerosos ante el fuego continuo que los cazas abrían sobre ellos. La situación comenzó a ser desesperada también para los militares heridos que, atrapados en las infectas trincheras, no podían ser evacuados debido al incesante fuego enemigo. Además, el agotamiento comenzaba a asediar a los dos bandos, pues dormir se hacía imposible ante la caída constante de bombas.
«Pasada la primera semana de superioridad republicana la alianza con Mussolini y Hitler le dio a Franco superioridad material, pues dispuso de más suministros, más artillería y aseguraba la reposición de bajas. A la República esto le resultaba más difícil, pues los envíos soviéticos tenían que pasar por el Mediterráneo y saltarse el bloqueo, o pasar por Francia, cuya frontera tan pronto se abría como se cerraba», sentencia Viñas.
Tras varias jornadas, el 18 de julio fue el día en que los mandos nacionales decidieron pasar a la asalto contra las exhaustas tropas republicanas. Para ello, planearon una contraofensiva que protagonizarían las brigadas de Navarra, recién transferidas del norte por el del Ferrol al observar que sus líneas en el centro podían verse atravesadas. Sin embargo, y a pesar del ímpetu de las tropas de Franco -ansiosas por recuperar el terreno perdido y devolver el golpe a sus enemigos-, este primer contraataque fue detenido por el fuego combinado de varias unidades republicanas.
Todo cambió desde el día 22 de julio, jornada en la que las unidades franquistas, decididas a terminar con una batalla que ahora se les presentaba favorable, asaltaron varias posiciones republicanas del entorno del Guadarrama. Esta vez los republicanos tuvieron que retirarse inexorablemente, aunque lo hicieran combatiendo, dejando atrás a cientos de muertos y una parte de las posiciones que, con tanta sangre, habían conquistado en los primeros días. El repliegue, ordenado hasta el entorno de Brunete, llegó a ser huída cuando perdieron el cementerio bajo las bombas de la Legión Cóndor. Sin Brunete en manos republicanas, Franco recuperaba el pueblo símbolo de la batalla.
Los nacionales, por su parte, no siguieron avanzando y dieron por buena la conquista del territorio. El pueblo, que había sido centro de los combates 20 días antes, mostraba ahora un aspecto desolador. La guerra había llamado a su puerta para llevarse con ella miles y miles de jóvenes vidas.
Una vez acabada la contienda, quedaba por desgracia el trabajo más difícil, contar las bajas. Aquel aciago 27 de julio, el bando republicano perdió, entre heridos, desaparecidos y capturados, a casi 20.000 de sus compañeros. Por su parte, los franquistas sumaron un total de 16.000 bajas. Pero, sin duda, en esta batalla quien más perdió fue España, que vio fallecer a casi 7.000 de sus hijos.
A su vez, fue difícil atribuir la victoria a un bando. Y es que, por un lado, los republicanos consiguieron retrasar la ofensiva del Norte algo más de un mes y alejar el frente de batalla unos kilómetros de Madrid mientras que, por otro, el bando nacional logró poner en huída a su enemigo y retomar Brunete.