jueves, 15 de noviembre de 2012

Jayne Wilkins
 
Judith de Jorge 15/11/2012  http://www.abc.es/
 
El ser humano ha demostrado a lo largo de la historia su sobresaliente capacidad para crear armas. Con el fin de proporcionarse alimento, como amenaza o para aniquilar al enemigo, el desarrollo de estos instrumentos dañinos ha tenido una evolución exponencial desde las estacas afiladas que supusieron nuestro primer arsenal. Pero a alguno de nuestros antepasados se le ocurrió que en vez de un simple palo puntiagudo sería mucho más mortífero adosar a uno de sus extremos una piedra bien cortante. Esto, según nuevos hallazgos arqueológicos en Kath Pan (Sudáfrica), sucedió hace medio millón de años, 200.000 años antes de lo que se creía hasta ahora. Lo encontrado por los científicos son las puntas de lanza más antiguas utilizadas por la humanidad. Y no fue el ser humano moderno quien las empleó.
La colocación de puntas de piedra en las lanzas supuso un importante avance tecnológico para los primeros humanos. Las herramientas con mango o empuñadura requieren más esfuerzos y una planificación previa para su fabricación, pero una piedra afilada al final aumenta su poder mortífero. «Estas puntas cortantes son extremadamente letales en comparación con los efectos de un palo afilado. Los primeros humanos aprendieron esto antes de lo que pensábamos», afirma Benjamin Schoville, investigador de la Universidad Estatal de Arizona y uno de los autores del artículo, que publica esta semana la revista Science.
Las puntas de lanza con empuñadura son comunes en la Edad de Piedra 300.000 años atrás, pero nunca antes se habían encontrado unas tan antiguas. Los objetos hallados fueron utilizados en el Pleistoceno medio, un período asociado al Homo heidelbergensis, el último ancestro común de los neandertales y los humanos modernos, de lo que los científicos deducen que las dos especies humanas inteligentes utilizaron este tipo de armas no porque las dos las inventaran o una aprendiera de la otra, sino porque ya existían antes de que divergieran. Ambas las recibieron como una herencia cultural.
La función de las puntas se determinó mediante la comparación del desgaste que sufrían con el daño inflingido a puntas modernas experimentales utilizadas para atravesar el cuerpo muerto de gacelas africanas con una ballesta calibrada. Este método, que se ha utilizado con eficacia para estudiar armamento en contextos más recientes en el Medio Oriente y África del sur, demostró que el daño de las antiguas puntas de lanza era muy similar al de los experimentos. Esas fracturas distintivas no son fáciles de crear en otros procesos. Las puntas daban buenos resultados y penetraban adecuadamente el objetivo.
«Parece que algunas de las características que asociamos con los humanos modernos y con nuestros parientes más cercanos se remontan más atrás en nuestro linaje», afirma Jayne Wilkins, autora principal del estudio, de la Universidad de Toronto. Al menos, nos queda el dudoso consuelo de no ser nosotros los autores de todo lo destructivo.

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