Thule Italia. Interrogatorio a cuatro niños de la Werwolf acusados de atacar las líneas de comunicación aliadas. (Osterburgo, 1945)
http://www.abc.es/ Guillermo Llona, Madrid, 28/01/2013
Cuando todo estaba perdido, cuando la posibilidad de ganar la guerra era ínfima, la Alemania nazi convirtió en terroristas a los niños que militaban en las Juventudes Hitlerianas. La Werwolf, una milicia secreta integrada en la sección de combate de élite Waffen-SS, tuvo como misión la de resistir al avance aliado empleando tácticas de guerrilla. Cuando el Tercer Reich empezó a desmoronarse, estos chavales se convirtieron en su última esperanza.
Según cuenta en «Berlín. La caída: 1945» el historiador británico Antony Beevor, «en septiembre de 1944, cuando los Aliados occidentales y el Ejército Rojo habían comenzado a avanzar hacia el Reich a gran velocidad, la cúpula nazi pretendía combatir a su implacable enemigo aún más allá de la derrota, por lo que decidió crear un movimiento de resistencia al que bautizó con el nombre en clave de Werwolf». Este estaba inspirado en una novela ambientada en la Guerra de los Treinta Años, obra de Hermann Löns, un ultranacionalista alemán muerto en 1914 que era adorado por los nazis.
En octubre de 1944, se puso en marcha el plan bajo la dirección del teniente general de las SS Hans Prützmann, que había estudiado las tácticas de guerrilla del Ejército soviético durante su estancia en Ucrania. Los jóvenes de la Werwolf -hombre lobo en alemán- fueron entrenados para matar centinelas con una soga de un metro con nudo corredizo. De acuerdo con Antony Beevor, «los programas de instrucción incluían técnicas de sabotaje con latas de sopa de rabo de buey Heinz que hacían explotar con detonadores en forma de lápiz capturados a los británicos».
Los comandos de la milicia clandestina actuarían en el futuro en grupos de entre tres y seis hombres y mujeres, utilizando como armas el sabotaje, el asesinato y, sobre todo, la intimidación. Mientras el Reich se venía abajo, las Juventudes Hitlerianas de la organización secreta, amenazantes, pintaban con tiza en las paredes del país: «¡Traidor, ve con ojo, la Werewolf te observa!». Además, la guerrilla nazi también explotó la humillación que aún sentían muchos alemanes desde la firma del Tratado de Versalles que puso fin a la I Guerra Mundial: «Sabemos que tras la derrota no habrá ninguna oportunidad de que Alemania vuelva a levantarse como hizo tras 1918», decía un comunicado de la organización secreta.
Tal y como recoge un informe del Service Historique de l'Armee de Terre (SHAT) -archivo del Ejército de tierra francés- fechado el 9 de abril de 1945, ese mes el régimen nazi llamó a todos los alemanes a unirse a las filas de la Werwolf con la siguiente advertencia: «Todo bolchevique, todo inglés, todo estadounidense que pise nuestro suelo deberá convertirse en objetivo de nuestro movimiento». Poco después, el líder de las SS Heinrich Himmler amenazó a sus compatriotas «derrotistas» con esta orden: «Debe abatirse a todos los varones que habiten en una casa en que se despliegue la bandera blanca. […] Todo hombre mayor de catorce años será considerado responsable de sus actos».
Aunque eran muchas las ganas de los chavales de la Werwolf por salvar al Tercer Reich, los resultados de las operaciones que llevaron a cabo no fueron todo lo buenos que esperaba Himmler. Ante su inoperancia, el líder de las SS decidió transformarla en mero órgano de propaganda. En opinión de Antony Beevor, la Werwolf sólo logró intimidar a la población alemana y asesinar a un par de sus objetivos. Tal y como explica el historiador, los soviéticos se reían de la «falta de espíritu revolucionario del pueblo alemán». Algunos de sus chistes decían que «los camaradas alemanes sólo tomarían al asalto una estación ferroviaria si lograsen comprar billetes para acceder a los andenes».
No eran más que niños asustados, y muy pocos hicieron uso de las cápsulas de cianuro cuando fueron arrestados. «Muchos de ellos aprovecharon para marcharse a casa cuando sus superiores los enviaron a preparar actos terroristas», afirma Beevor. Con el tiempo quedó demostrado que los alemanes no estaban hechos para la lucha de guerrillas. Pese a ello, la Werwolf logró crear el mito: tras la ocupación de Berlín, los soviéticos arrestaban a cualquier infante que encontraban jugando con un arma abandonada como sospechoso de pertenecer a la Werwolf. Pero lo cierto es que, acabada la guerra, los Aliados no tuvieron mucha dificultad para desarticular la organización.
Entre las escasas operaciones que la Werwolf ejecutó con éxito destaca el asesinato de Franz Oppenhoff, un abogado católico al que los Aliados escogieron para ocupar la alcaldía de Aquisgrán. Cuando el Tercer Reich tuvo conocimiento del nombramiento, la organización clandestina puso en marcha la «Operación Carnaval» por orden del líder de las SS Heinrich Himmler. Los jóvenes Josef Leitgeb y Herbert Wenzel, después de infiltrarse en territorio ocupado por las tropas estadounidenses, se dirigieron a la residencia de Oppenhoff en Aquisgrán y le pidieron auxilio haciéndose pasar por aviadores alemanes que habían caído tras las líneas enemigas. El recién nombrado alcalde los recibió en su casa, y allí mismo Leitgeb le pegó un tiro en la cabeza.
La Werwolf ha sido retratada en varias obras del mundo del cómic y el celuloide. De hecho, la película «Europa» recoge una peculiar versión del asesinato de Franz Oppenhoff. En la cinta, dirigida por el danés Lars von Trier, dos niños de la Werwolf se infiltran en el tren en el que trabaja el protagonista de la historia como revisor. En un momento del viaje los chavales acceden al camarote en el que se aloja el señor Ravenstein, que acaba de ser investido por los Aliados de alcalde de Frankfurt, y le descerrajan dos tiros. Tras el atentado, los pequeños terroristas mueren ametrallados por los militares yanquis que vigilaban el trayecto.