Algunos de los militares destacados en la conspiración del 18 de julio.
Veinte años antes de que se que el ejército se sublevara en Melilla iniciando, un día antes de lo previsto, el golpe de Estado que cambiaría la Historia de España, también en Marruecos, en Biutz, el teniente Franco fue herido en combate. Una acción heroica y una fea herida en el vientre que le valdría ser ascendido a Comandante. El consejo militar se opuso, pero acabó consiguiendo el ascenso por méritos de guerra, tras apelar al mismo Alfonso XIII.
Cicatrices que para el teniente Franquito, el capitán Varelita, -como se llamaban entre ellos en esa época-, o Millán Astray facilitarían su ascenso meteórico en el escalafón del ejército, saltándose la antigüedad, durante las campañas de la Guerra del Rif entre 1912 y 1922.
Así llegaría Franco al título de general más joven de Europa, un honor que en 1932 el entonces ministro de la Guerra, Manuel Azaña, decidió corregir, al considerar excesiva la promoción de dichos oficiales. El 1932 aprobó una ley que en la práctica suponía ignorar la antigüedad adquirida en los ascensos por méritos de guerra, una espinosa cuestión en el seno del ejército, que Azaña no había sido el primero en cuestionar, pero que impulsó definitivamente con la reforma del Ejército.
Franco pasaba de esa forma de ser uno de los generales con más antigüedad, al fondo del escalafón. Con él su amigo 'Varelita' y otros tantos veteranos de las campañas de Marruecos: Emilo Mola, Manuel Goded, Queipo de Llano, Yagüe, Alonso Vega...una lista que coincide casi milimétricamente con la de los conspiradores del golpe de Estado del 18 de julio.
No es una casualidad que fueran esos nombres y no otros, los de ambas listas, las de los militares que se sintieron agraviados, y la de los rebeldes que dinamitaron el orden democrático.
Franco y Mola trataron de convencer a Azaña en 1932 para hacerle cambiar de idea pero no tuvieron ningún éxito, lo que acrecentaría sin duda su rencor hacia el político. Es posible que a Azaña le pasara por la cabeza el recuerdo de aquella tarde cuando cruzó a pie con miles de soldados y los restos del gobierno de la República la frontera con Francia desde Cataluña mientras las tropas de Franco entraban en Barcelona.
Historiadores como Ángel Viñas han remarcado en los últimos años el hecho de que en el relato del levantamiento del 18 de julio, el inicio de la Guerra Civil, se solsaya que aunque la situación política fuera inestable, que hubiera conflictividad social, pistolerismo, asesinatos, amenazas y violencia verbal en el Congreso, ingredientes todos que, sin duda, abocaron a una rápida situación guerracivilista, la gente no salió a las tomar las calles. En último término ésta estalló por la actuación específica de este grupo de militares.
Aunque el propio Viñas remarca la trama civil del golpe, lo cierto es que las fuerzas mayoritarias de la derecha entonces no tuvieron un papel relevante después de él. La CEDA o el partido de Lerroux, desaparecerían casi inmediatamente al estallar la guerra. Su espacio político lo ocuparon partidos que eran minoritarios antes del 18 de julio como la Falange o los Carlistas, que a su vez acabarían 'intervenidos' por los militares del nuevo estado franquista, tras el decreto de unificaión de FET y las Jons.
El golpe de estado fue, por tanto una rebelión militar y de un grupo muy concreto de conspiradores, que pertenecían en su totalidad a los denominados 'Africanistas' y que en buena parte eran además de la misma generación -la excepción más notable era la del general Sanjurjo-.
Su trayectoria era común: el continuado servicio en el protectorado de Marruecos donde forjaron unos ideales y una visión de España similar y de donde surgió el termino que les identificaba en el ejército. En ellos pesaba, además, la decepción y pesimismo del desastre del 98 en la que se perdieron las colonias de Cuba y Filipinas y que puso al descubierto la evidente pérdida de estatus de España como potencia y la decadencia de su ejército.
La sombra alargada de las derrotas y un cierto auge del antimilitarismo en diferentes sectores políticos transformó al ejército, que se vio privado del prestigio que antes ostentaba. Todo ello incrementó la sensación de aislamiento.
Como consecuencia, el protectorado de Marruecos apareció en el horizonte de muchos de los jóvenes que estudiaban para oficiales como Franco, Mola, Varela, Millán Astray como el bálsamo y la oportunidad de recuperar el prestigio perdido. Se produjo entonces una situación que marcaría definitivamente el ejército y la personalidad de unos oficiales que acabarían decidiendo la vida política española durante casi 30 años.
Todos los tenientes recién salidos de la Academia servían en Marruecos pero sólo unos pocos se quedaban. Además de las particulares querencias por el exotismo de la vida en las colonias, la razón fundamental para quedarse era que en África existía la posibilidad de ascender rápidamente en las campañas contras las harkas rifeñas que se oponían al protectorado español.
La estancia prolongada en Marruecos del reducido grupo de oficiales facilitó que se formara un grupo cerrado, que soportaba las duras condiciones a cambio de ascensos rápidos. Como cita Antonio Atienza Peñarrocha en su tesis Africanistas y Junteros: el Ejército español en África y el oficial José Enrique Varela Iglesias, estos militares se distinguieron de sus compañeros que servían en la península donde la promoción se conseguía sólo por antigüedad. Ya entonces había un cierto afán de protagonismo, entregados a su particular colonial, copaban acciones heroicas, medallas, crónicas e incluso fotos en algunos diarios.
Es fácil imaginar que pronto encontraron la resistencia de sus compañeros que consideraban desproporcionados los meteóricos ascensos de los oficiales de Marruecos. Al mismo tiempo los movimientos o suspicacias en contra de los africanistas, ahondaban entre sus filas el sentimiento de no ser reconocidos, de que no se valorara su verdadero esfuerzo lejos de la comodidad, cerca del fuego enemigo, del riesgo.
Entre ellos, Varela se erigió como uno de los cabecillas del movimiento contra las Juntas de Defensa que pretendían, precisamente, eliminar los ascensos en el campo de batalla, para no ver mermados los derechos de los militares que no estaban destinados en el Protectorado, tal y como explica Fernando Martín Roda en su biografía sobre el militar.
Aunque hubo algunas excepciones -Riquelme o Miaja, generales que en 1936 permanecieron fieles a la República- la experiencia en Marruecos estrechó los lazos de camaradería entre ellos sumándose al resto de condicionantes: al ideal de recuperar una gloria casi imperial de España a través de las colonias se sumó su oposición a las Juntas de Defensa, organismo de oficiales que abanderaron la oposición al sistema de ascenso de Marruecos, y, a partir de 1921, tras el desastre de Annual, su resentimiento contra una buena parte de la sociedad, por las durísimas críticas que sufrió el ejército colonial tras el Expediente Picasso.
La dictadura de Primo de Rivera, cuyo origen y estilo diferiría notablemente con la que surgiría tras la Guerra Civil supuso un cierto espaldarazo a sus pretensiones, ya que fueron abolidas las Juntas, pero la dirección de Primo de Rivera de la guerra en el Protectorado tampoco contó con el apoyo de los africanistas que consideraban que no era la forma adecuada de pacificar el territorio.
La crisis de la dictadura y el gobierno de Primo de Rivera primero y los de Berenguer -otro africanista y principal responsable del ejército de Marruecos durante el desastre de Annual- y de el almirante Aznar precipitaron la caída de Alfonso XIII y la proclamación de la Segunda República.
Lo más llamativo es que el cambio político no supuso un rechazo por parte de los africanistas, que no tenían un ideario político bien definido más allá de la exaltación de la patria, en gran medida el catolicismo, y el orden, en definitiva una actitud conservadora -aunque había excepciones- sin ninguna preferencia especial por el sistema de Gobierno.
La reforma de Azaña, sin embargo, reabrió las tensiones entre junteros y africanistas de antes de la dictadura. De hecho, la anulación de la antigüedad, la supresión de oficiar misa en los cuarteles, el cierre de la Academia de Toledo, donde Franco inculcaba los valores africanistas, predispuso contra el gobierno y comenzaría a sentar las bases de un descontento que tras el hiato del bienio derechista, se infló de nuevo.
Antes de los asesinatos de Calvo Sotelo, o el teniente Castillo, de los paseos en Madrid de la violencia y el deterioro progresivo de la convivenvcia y el orden legal, los africanistas ya habían puesto en marcha su particular plan para dar el vuelco que necesitaba España según su particular visión de la idea de nación.