lunes, 16 de abril de 2012

Me salvé asido a un trozo de proa

Ilustración de la explosión de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes (1804), hundida por los ingleses. / LIBRO HISTORIA DE LA MARINA REAL ESPAÑOLA

http://cultura.elpais.com/cultura/ Tereixa Consteila, Madrid, 3/2/2012

Durante dos horas y cuarto, Pedro Afán de Ribera permaneció en el agua sobrecogido, aferrado a un trozo de la proa con el único brazo posible, el izquierdo, tras haber perdido el derecho en la explosión de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes. El navío acababa de irse a pique con un tesoro de vidas (se salvaron apenas medio centenar de sus casi 300 tripulantes y pasajeros) y haciendas, incluido medio millón de monedas de oro y plata que dos siglos después extraería del fondo del mar una empresa de cazatesoros llamada Odyssey.
Pedro Afán de Ribera ignoraba aún que era el único oficial que había sobrevivido a la voladura de la fragata. Pero en esas horas aciagas del 5 de octubre de 1804, mientras continuaba el combate entre cuatro embarcaciones inglesas y la disminuida escuadra española frente al cabo de Santa María, a la altura de la costa del Algarve, cuando ya avistaban la sierra portuguesa de Monchique, el teniente de navío Pedro Afán de Ribera solo debió pensar que su vida se había acabado.

La cruda crónica de lo ocurrido fue firmada por el propio Pedro Afán de Ribera en una carta al rey Carlos IV, mediante la que solicitó un ascenso que le permitiese pasar sus últimos años con cierta dignidad tras el desastre que le había arruinado, física y económicamente. El documento, junto a los usados en este artículo, se conserva en el Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán y es una de esas joyas testimoniales que ha salido a flote gracias al pleito entre España y Odyssey por la propiedad de La Mercedes.

Como en todas las tragedias, el azar había repartido cartas marcadas. Afán de Ribera, embarcado hasta entonces en otra fragata, recibió la orden de transbordar a La Mercedes para la travesía que zarpó de Perú con “caudales” de la Hacienda real y particulares. Godoy había recomendado fletar una flota de guerra al ministro de Marina, Domingo de Grandallana, en septiembre de 1802 dada la inseguridad en la navegación, con Inglaterra al acecho. Un sabio consejo, que resultaría insuficiente: los ingleses apresaron las fragatas Fama, Clara y Medea y volaron La Mercedes.
“Solo tuvo la fortuna de salvarse milagrosamente el suplicante de la primera”, escribe el oficial Afán de Ribera, que relata su tragedia en tercera persona, “y como 48 hombres de la segunda, habiendo estado debajo del agua con parte de la artillería del castillo (cuyo puesto cubría) y otros fragmentos sobre sí (...) y después asiendo un trozo de la proa, se sostuvo sobre él como dos horas y cuarto, hasta que finalizado el combate, lo recogieron, habiendo padecido extraordinariamente, de cuyas resultas ha quedado cojo con parte del pie izquierdo menos, manco del brazo derecho por la clavícula, con un afecto al pecho continuado, y en general toda su máquina trastornada”.
El teniente suplica al monarca un ascenso a capitán de fragata para elevar su “retiro” y compensar la pérdida de sus ahorros (“se halla en una indigencia tal que le han cubierto las carnes sus compañeros de limosna”, se conduele) y un traslado a Montevideo por beneficiarle para sus achaques. Carlos IV accede a ambas peticiones el 23 de junio de 1805.
No fue el único testimonio de la batalla. Miguel de Zapiaín, a bordo de la Fama, aportó una minuciosa reconstrucción. A las 6.30 los españoles habían divisado cuatro navíos ingleses y habían mantenido el rumbo “con una confianza que daba conocer la ninguna sospecha que tenía nuestro general de un rompimiento de guerra con la Inglaterra”. Pero a las 7.30 se toca a zafarrancho. Las fragatas inglesas se sitúan estratégicamente, a barlovento de las españolas, a una “distancia de algo menos de medio tiro de cañón” (unos 50 metros). “El comodore inglés envió un oficial a bordo de la Medea, cinco minutos después tiró el mismo comodore un cañonazo con bala que pasó entre la Clara y La Mercedes, a los 15 minutos tiró otro cañonazo sin bala llamando según comprendimos a su bote”.
En ese tiempo, prosigue el relato, La Mercedes se había “sotaventeado bastante”, lo que hizo sospechar a los ingleses que pretendía huir. Poco después de las 9.30, tras el regreso del bote inglés a su fragata, los ingleses abrieron fuego. “La primera descarga nos hizo mucho daño (...) sin embargo ya habíamos contado con la primera descarga cuando de repente oímos una fuerte explosión. Creímos un instante que había sido la Medea, pero poco después conocimos que había sido La Mercedes”. No tardaron en arriarse las banderas españolas en dos fragatas. La tercera, Fama, trató de defenderse y huir a pesar de los daños y las bajas. “Seguimos el fuego esperando zafarnos de un enemigo bien superior a nosotros y de quien nos hubiéramos burlado si después de la rendición de nuestros buques no se hubiese destacado otra fragata inglesa que nos alcanzó a la hora y media”. Fama aún combatió hasta pasado el mediodía, cuando arrió la bandera y pudo contar sus bajas: 11 muertos, 40 heridos, cinco pies de agua en la bodega y timón y piezas auxiliares rotas. Un amargo anticipo de lo que aguardaba un año después: Trafalgar.
El ataque inglés le sorprendió en el castillo de la cubierta pasadas las 9.30. Un solo cañonazo. Certero. En la diana: el corazón de la santabárbara, el lugar donde se depositaba la pólvora del barco. La Mercedes voló por los aires sin que sus 34 cañones hubieran siquiera abierto fuego.



La última unión ibérica

Mapa de la batalla de Alcántara que enfrentó a los ejércitos de España y Portugal en 1580

david valera -15/04/2012 http://www.abc.es/


Felipe II juró su cargo como rey de Portugal ante las Cortes lusas reunidas en Tomar el 15 de abril de 1581. Con este acto se ponía fin al proceso que llevó al monarca a unir ambos reinos por última vez en la historia. Esta situación solo duró 60 años. A partir de entonces, y con una cruenta guerra de por medio, cada país vivió su camino por separado, según publica «Diariosur.es».
El Portugal de la segunda mitad del siglo XVI era una potencia comercial que controlaba un vasto territorio. Desde Brasil en el nuevo continente, hasta enclaves en China, como Macao. Además, su influencia se extendía a gran parte de la costa africana. En 1578, el rey Sebastián I falleció en la batalla de Alzarcarvir, una absurda campaña militar en Marruecos. El joven monarca no dejó descendencia y provocó la lucha por el trono del país.
El cardenal Enrique, tío-abuelo del fallecido Sebastián, asumió la corona. Sin embargo, su condición de eclesiástico le impedía concebir un heredero. Conscientes de este problema, varios candidatos de la más alta nobleza o realeza se prepararon para la sucesión. El más poderoso de todos era Felipe II, que tenía derechos dinásticos gracias a su madre Isabel de Portgual, hija del rey luso Manuel I.
El cardenal Enrique falleció dos años después. Se formó un consejo de regencia favorable a entregar el trono al rey español. Sin embargo, las cosas no iban a ser tan fáciles. Antonio, un hijo bastardo del infante Luis de Avis y, por tanto, nieto de Manuel I, se proclamó rey en junio de 1580.
Este hecho no alteró la determinación de Felipe II de acceder al trono del país vecino. España organizó una expedición dirigida por sus mejores hombres de armas. Un ejército de 30.000 hombres comandado por el Duque de Alba se internó en Portugal. Por su parte, Álvaro de Bazán se puso al frente de una potente flota que atacó Lisboa.
La superioridad militar española, unido a la división en el bando portugués, condujo a la derrota de las tropas de Antonio I en la batalla de Alcántara. Felipe II tenía el camino despejado hasta Lisboa. Pero el rey «Prudente» sabía que si quería mantener el apoyo de la nobleza lusa debería conceder una amplia autonomía a sus nuevos dominios.
Portugal mantuvo sus Cortes, leyes y el monopolio comercial con sus colonias a cambio de la unión ibérica. E incluso se planteó la posibilidad de trasladar la capital de Madrid a Lisboa.
Sin embargo, la nobleza portuguesa pronto descubrió que los supuestos beneficios de su anexión a la Corona española no eran tantos y proclamaron al duque de Braganza como su nuevo rey. Era el año 1640. Tras casi tres décadas de conflicto, Portugal recuperaría su independencia.