domingo, 29 de marzo de 2009

El contramaestre al que no entendieron los españoles del Mary Rose

EMILI J. BLASCO LONDRES. ABC.es, 29-03-09

Lo que la Armada Invencible no pudo conseguir 43 años después lo lograron en parte un grupo de mercenarios españoles: hundir el buque insignia de la flota inglesa. Una de las teorías sobre por qué el 15 de julio de 1545 se fue a pique el Mary Rose, orgullo de Enrique VIII, es que los españoles enrolados no entendían bien el idioma y no supieron seguir las órdenes del contramaestre.
Ahora el aspecto facial de éste acaba de ser recreado de modo digital a partir de la excepcionalmente bien conservada calavera encontrada en su día entre los restos del pecio, sacado a la superficie en 1982. La prensa británica ha presentado esa imagen como la del hombre que podría estar detrás del misterioso hundimiento del buque. «Revelado: el hombre que pudo haber hundido el Mary Rose», titulaba estaba semana «The Guardian». No es que el contramaestre provocara un sabotaje, pero como responsable de las maniobras de la tripulación se le pueden atribuir los posibles fallos a la hora de afrontar un fatal contratiempo.
Ponerle cara a ese suboficial ha sido cautivador para una historiografía naval fascinada por el Mary Rose, denominado así en honor de la hermana favorita de Enrique VIII, con mención a la rosa, emblema de los Tudor. Fue uno de los primeros barcos construidos expresamente para buque de guerra, sin servir antes como mercante, y constituyó el orgullo de la flota inglesa. Fue botado en 1510 y tras sus últimas reformas vio ampliada su capacidad a 91 cañones y a 700 toneladas de desplazamiento.
Pero lo que sobre todo ha quedado en la memoria colectiva han sido las circunstancias de su desaparición bajo el mar. La flota inglesa se hizo a la mar para frenar una ofensiva francesa de Francisco I, que pretendía invadir la isla con 30.000 soldados transportados por 225 barcos.
En la llamada batalla de Solent, que tuvo lugar en el estrecho que separa Portsmouth y la isla de Wight, el Mary Rose se hundió de modo inexplicable cerca de la costa, a la vista del propio Enrique VIII, que seguía la evolución de la batalla desde el punto de observación de un castillo, y que pudo escuchar el desgarrador grito de los marineros que se ahogaban, según las crónicas del momento.
El hecho del hundimiento fue completamente inusual para su tiempo. La causa más común de la pérdida de un barco era entonces el fuego. La falta de poderosos cañones y la robustez de los barcos de madera hacían difícil que los daños provocados en la batalla enviaran a pique a una de esas embarcaciones.
Entre las teorías barajadas para explicar ese final están que la brisa o ciertas maniobras en la batalla descompensaran la posición del barco, de manera que el agua pudo entrar por los agujeros dejados a los cañones (la primera fila estaba muy baja y próxima al nivel de flotación). También la sobredimensión del navío (aumentado en 200 toneladas respecto a su diseño original) pudo desnivelarlo, o afectar gravemente a su estructura en el momento de recibir algún crítico cañonazo. A la rápida desaparición bajo el mar pudo contribuir igualmente la falta de entendimiento de las órdenes por parte de una tripulación en su mayoría española.
De los 400 hombres que había a bordo sólo se salvaron 35. Cuando el casco del barco fue sacado del agua en 1982, también se recuperaron los restos de 170 individuos. Entre los mejor conservados estaba una calavera de alguien que llevaba el silbato propio del contramaestre.
«Un maravilloso cráneo», según el artista forense Richard Neave, especializado en recrear el busto a partir de los huesos de la cabeza. «Un cráneo en mucho mejor condición que muchos de los especímenes modernos que me trae la policía. Fue un placer trabajar con él», declaró Neave a «The Guardian».

sábado, 21 de marzo de 2009

Aparece nueva información sobre el juicio a Goering

J. ANTÓN / AGENCIAS - Londres - 21/03/2009 ElPaís.com
Hermann Goering, uno de los principales criminales nazis, afrontó su juicio en Núremberg junto a los otros líderes del III Reich defendiéndose con inusitado vigor y habilidad. Es cierto que la obligada cura de desintoxicación de las drogas a que le sometieron los aliados en su cautiverio le había puesto en forma. Fue la personalidad dominante en el juicio y se quiso presentar como héroe y martir alemán. Sin embargo, no logró convencer y los jueces lo consideraron culpable y condenaron a muerte (escapó de la horca suicidándose con veneno en su celda).

Ahora, nueva información contribuye a ver cómo se desarrolló el pulso entre el mariscal del Reich y los acusadores. En unas cartas privadas nunca antes publicadas, dirigidas a su mujer Sylvia, el principal fiscal británico, David Maxwell Fyfe, alardea de que ha conseguido vencer dialécticamente a Goering, al que califica, pese al estricto régimen carcelario que había difuminado su oronda figura, de "fat boy", gordito.
"Creo que mi interrogatorio del viernes ha ido bien", escribe en marzo de 1946; "todo el mundo está aquí muy contento, creo que lo he tumbado de su percha razonablemente bien". La comparación del vanidoso y presumido Goering, jefe de la Luftwaffe y él mismo, viejo as de la aviación en la escuadrilla de Von Richthofen, con un pajarraco, un loro perchado, es bastante afortunada. Maxwell añade malicioso que a su colega estadounidense no le ha ido tan bien en su turno y "ha balbuceado".
Entre bambalinas
Las cartas, dos centenares, fueron descubiertas en 1999 por un nieto del fiscal, que las donó ayer, 63º aniversario del interrogatorio de Maxwell a Goering, al Churchill Archives Centre de la Universidad de Cambridge. Las misivas, destacan los especialistas, arrojan nueva luz sobre los pensamientos privados de uno de los principales fiscales en Núremberg y del ambiente del juicio entre bambalinas. Maxwell acertó en su decisión de focalizar la acusación a Goering en su responsabilidad en las órdenes de fusilar a los aviadores británicos prisioneros fugados.
Las cartas muestran también los sentimientos que tenían unas personas separadas de sus familias durante el largo tiempo que duró el juicio y obligadas a permanecer en una ciudad en ruinas en un ambiente claustrofóbico y moralmente miasmático. Algo que recuerda al personaje de Spencer Tracy en el filme Vencedores o vencidos.

domingo, 15 de marzo de 2009

A vueltas con los huesos de Colón

Posible retrato del navegante genovés. EL MUNDO

Efe Marbella (Málaga). El Mundo.es

Los monjes que custodiaban los restos de Cristóbal Colón en la Catedral de Santo Domingo, en la República Dominicana, suplantaron en el siglo XVII las cenizas del navegante por el esqueleto de otra persona, según ha asegurado el sociólogo de esta isla caribeña Mario Bonetti.
Bonetti, que ha participado en las "Jornadas Histórico-Científicas Colombinas" que se celebran en Marbella (Málaga), ha explicado a Efe que testimonios históricos establecen que los restos de Colón se encontraban reducidos a cenizas y, sin embargo, la urna hallada en Santo Domingo en 1877 presentaba un esqueleto completo.
Este catedrático de Sociología General y del Subdesarrollo Iberoamericano de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, experto en la figura de Colón, mantiene que cuando en 1655 se procedió al cambio de la urna procedente de España con los restos del almirante, debido a su deterioro, los religiosos también alteraron su interior.
"Aquellos monjes se encontraron que sólo quedaban cenizas y pensarían que era una pena para un héroe nacional, así que pusieron otro esqueleto", ha afirmado Bonetti.
El investigador dominicano ha defendido la necesidad de que las autoridades de su país permitan el análisis de los supuestos restos de Cristóbal Colón, sobre quien ha sostenido que sufría un trastorno de personalidad mesiánico por el que se creía un enviado de Dios.
"Era una persona narcisista, que quería reconquistar Jerusalén para la Cristiandad y pensaba que era el portador de Cristo, el que debía llevarlo a las Indias, pero en aquella época no era posible identificar un trastorno de personalidad porque los comportamientos patológicos eran tomados como naturales o se explicaban como señales de enviados de Dios", ha precisado.
Durante la clausura de este encuentro celebrado en Marbella, que ha reunido durante tres días a una decena de especialistas en la figura de Colón, el historiador y escritor José Luis Comellas ha ofrecido una ponencia sobre el navegante y la astronomía.
Por otra parte, el forense José Antonio Lorente ha expuesto algunos de los resultados del estudio del ADN de la familia del almirante.
Además, el antropólogo y arqueólogo Juan Manuel Guijo ha disertado sobre los huesos de Colón y sus familiares en una ponencia en la que se han mostrado fotografías inéditas de los supuestos restos del descubridor que reposan en la República Dominicana.
Las imágenes fueron tomadas en 1945 por el historiador cubano Álvarez Pedroso, que obtuvo permiso del dictador Rafael Leónidas Trujillo para examinar la tumba en la que descansaban los huesos del navegante.
En 1959, el antropólogo estadounidense Charles W. Goof tuvo la oportunidad de estudiar los mismos restos, aunque únicamente de forma visual, a través de un estuche de cristal en cuyo interior se depositó la urna de plomo en la que reposan los huesos.
Sin embargo, las autoridades dominicanas entregaron a Goof algunas de las fotografías tomadas por Pedroso, imágenes que, junto con el resto de sus trabajos, los hijos del investigador donaron a la Universidad de Yale al fallecer su progenitor.
Guijo ha declarado a Efe que los estudios sobre los huesos de Colón realizados hasta la fecha y las citadas imágenes reflejan que el navegante padecía artrosis y quizás sufriera también artritis, además de mostrar distintas lesiones dentarias e "importantes" flemones a causa de las infecciones periapicales.
La controversia sobre si los restos de Cristóbal Colón reposan en Santo Domingo o en la ciudad española de Sevilla se mantiene desde hace décadas. El almirante falleció y fue sepultado en Valladolid en 1506, pero sus restos fueron trasladados posteriormente a Sevilla y en 1541 a Santo Domingo, al igual que los de Diego Colón, único hijo legítimo del navegante.
En 1795, cuando la ciudad dominicana pasó al dominio de Francia, las autoridades españolas enviaron los huesos a La Habana y catorce años después, cuando Cuba fue ocupada por los estadounidenses, los devolvieron a Sevilla.
Antes de este último traslado, en 1877, se descubrió en la catedral de Santo Domingo una urna de plomo con el nombre de Colón, por lo que desde entonces las autoridades dominicanas insisten en que los españoles se equivocaron de restos y trasladaron a La Habana los de Diego Colón, y no los de su padre.

La estrategia de la muerte

Ejecuciones a domicilio
El general Mola aisló el norte republicano de la frontera francesa. En Irún, las tropas rebeldes entraron en Irún y mataron a ciudadanos casa por casa
BIBLIOTECA NACIONAL - 2009-03-09

JORGE M. REVERTE 15/03/2009. El País.es

Se ha hablado de casi todo. Pero quizá, cuando se cumplen 70 años del fin de la Guerra Civil, uno de sus aspectos menos tratados sea el puramente militar. Un golpe que se convirtió en una larga partida de ajedrez. Un ejército republicano que se defendió mejor de lo esperado. El autor lo ha investigado durante años para su próximo libro. Éste es su relato en exclusiva, acompañado de fotos desconocidas.

El 1 de abril de 1939, el general Franco anunciaba el fin de la guerra que él mismo comenzara, junto con otros militares, en julio de 1936. El comunicado victorioso no significaba la llegada de la paz. A la sangría provocada por tres años de enfrentamiento armado le iban a seguir decenas de miles de fusilamientos decididos por tribunales militares, sin garantías para los procesados. La Guerra Civil comenzó como un golpe de Estado, se convirtió después en la confrontación de dos grandes ejércitos y acabó con una amplia matanza.
Todo empezó cuando una fracción, la principal, de la oficialidad del ejército español se puso de acuerdo para dar un golpe que acabara con el Estado democrático presidido por Manuel Azaña.
Aquella acción militar que pensaban completar los conjurados en pocas semanas mediante una limpia que costaría unas decenas de miles de muertos fracasó en sus inicios. Y ello provocó una cierta desorganización en las filas golpistas, que componían una temporal alianza de territorios. Muerto su jefe natural, el general Sanjurjo, en los primeros momentos, el general Emilio Mola quedó como rey del norte, mientras Gonzalo Queipo de Llano lo era del sur. Un tercer general, Francisco Franco, reinaba sobre las fuerzas africanas asentadas en Ceuta y Melilla y el resto de protectorado marroquí. Y eso afectó a la manera en que pusieron en práctica su primera andadura militar.
Mientras Queipo de Llano se dedicaba a pacificar su territorio con técnicas policiales, Mola y Franco coincidían en que la principal línea estratégica de su plan era la conquista de Madrid. Cada uno la emprendió a su modo: Franco, desde el sur, hizo caso omiso de los planes previos y eludió Despeñaperros para acercarse a la capital con sus columnas africanas vía Badajoz. Mola, que entendió muy pronto la débil estructura de la resistencia republicana en el norte, debido a la indecisión de los nacionalistas vascos sobre su papel en el conflicto, aprovechó esa circunstancia para lograr una de las más importantes victorias estratégicas de los rebeldes en toda la guerra: el aislamiento del norte republicano de la frontera francesa. Lo hizo con poco esfuerzo. Pero, al mismo tiempo, echó sus milicias de requetés y sus soldados de guarnición sobre Madrid. En la sierra norte le pararon las milicias antifascistas. A Franco, no, porque su ejército era el único preparado para hacer una guerra, por mucho que el estilo de la misma fuera primitivo, propio de un conflicto colonial. En lugares como Galicia y Asturias, los rebeldes ultimaron planes locales conectados poco a poco con los más importantes contingentes de Mola en Castilla y León, Aragón y Navarra.
En el bando leal, la desorganización que siguió al fracaso del golpe fue mayor aún. El ejército desapareció en pocos días, y un aluvión de milicias multicolores se echó a los caminos sin que hubiera una planificación militar del esfuerzo. En las primeras semanas, los más combativos militantes que se habían presentado voluntarios para acabar con la rebelión perecieron por centenares al paso de legionarios y regulares, que se los quitaban de en medio utilizando tácticas de envolvimiento y un armamento poco sofisticado. Los profesionales del ejército que habían permanecido leales a la República fueron sistemáticamente desobedecidos, juzgados muchas veces por asambleas de soldados y, en algunos casos, fusilados sobre el terreno si los hombres a su mando consideraban que no habían cumplido con sus obligaciones de manera eficaz, o sea, si decidían que se trataba de traidores. En cada zona se producía un fenómeno de resistencia diferente según las circunstancias políticas locales: los milicianos catalanes de la CNT, que habían desdeñado hacerse con la dirección política de Cataluña, luchaban por su cuenta con la intención de hacer la revolución en su tierra y exportarla a Aragón; los comunistas montaban sus unidades pensando en la defensa de la República del Frente Popular. Los socialistas, igual, aunque con una menor eficacia.
Durante los dos primeros meses del conflicto, no había una dirección clara de guerra en ninguno de los dos lados. Ni siquiera en el lado rebelde, donde los generales pactaban en función de su fuerza y sus logros. Franco, que fue muy pronto reconocido como el más eficaz, logró imponerse, ganándole por la mano a Mola la autoridad que le daba su casi impune avance sobre Madrid. Con eso y con la baza del apoyo de Hitler y Mussolini.
El general rebelde Franco fue el primero en conseguir la unidad de acción. Su decisión política de liberar el alcázar de Toledo contribuyó al retraso de la toma de Madrid, pero le aseguró la dirección indiscutible de su movimiento. El día 1 de octubre fue nombrado jefe del gobierno del Estado que se construiría cuando el golpe triunfara.
Poco después de esas fechas, el socialista Francisco Largo Caballero conseguía lo que había parecido imposible hasta el momento: construir un gobierno de Frente Popular en el que estaban representadas casi todas las fuerzas políticas y sindicales defensoras de la República. Una de las primeras, si no la primera, tareas de ese gobierno fue la de poner en marcha una nueva estructura militar que fuera capaz de defender al régimen legal. El tiempo perdido hizo a Largo y su gobierno considerar que Madrid no se podía defender, porque no había tiempo para poner en marcha con eficacia las nuevas unidades encuadradas en brigadas mixtas que se formaban en Levante y La Mancha, y esperaban la llegada del armamento proporcionado por la Unión Soviética.
Anarquistas y comunistas aceptaron, de mejor o peor grado, en el Consejo de Ministros la decisión de Largo: Madrid se quedaría con una Junta de Defensa presidida por el general Miaja, y las líneas de defensa eficaces se situarían en las orillas del Tajo.
Sin embargo, cuando la batalla de Madrid comenzó, se produjo en el seno de la República la primera desobediencia trascendente: con el apoyo de los soviéticos, los comunistas decidieron que había que defender Madrid, pese a las órdenes de Largo Caballero. La primera brigada mixta con alguna capacidad operativa, la mandada por Enrique Líster, apareció en el sur de la ciudad el día antes de que se iniciara el asalto. Las brigadas internacionales lo hicieron dos días después. Largo tuvo que tragarse el quebrantamiento de su autoridad. Los anarquistas reaccionaron moviendo sus unidades, el ejército de Cipriano Mera, que estaba en La Mancha y Guadalajara, y la columna Durruti, traída del frente de Aragón en una iniciativa en la que no participó el gobierno, para disputar la hegemonía militar a los comunistas en el frente de la capital. El general Sebastián Pozas, y su directo subordinado el coronel Segismundo Casado, al cargo de la zona central, tuvieron que soportar la humillación de ver cómo Madrid se defendía, y atenerse a las nuevas circunstancias.
En Madrid se dio el último combate de la fase del golpe. Fue una batalla repleta de imágenes épicas, de heroísmo y de condensación de la lucha universal entre el fascismo y el antifascismo. Pero siguió siendo una batalla dominada por las características más primitivas. El uso de la aviación y de los carros de combate tuvo una relevancia limitada al lado de las ametralladoras, la artillería y los asaltos de la infantería a cuerpo limpio. Mientras los combatientes hacían frente a los mercenarios moros y legionarios, hombres disfrazados como el ejército de Pancho Villa asesinaban a derechistas, sin juicio. Por toda España, una fiebre homicida se extendía. A un lado se mataba a curas y monjas, a tenderos y militares retirados, porque había desaparecido el Estado democrático; al otro, a jornaleros, a maestros, a militares leales y a poetas, porque los alzados querían construir un nuevo Estado nacionalcatólico.
El fracaso del asalto franquista a Madrid fue seguido por la primera batalla de cierta entidad en campo abierto: la del Jarama. En esa ocasión, Franco pudo mover ya unidades encuadradas en divisiones y utilizar masas apreciables de artillería. Su autoridad militar era en aquellos momentos indiscutible. La República pudo contestar a la ofensiva con sus nuevas brigadas, aunque todavía faltas de entrenamiento y suficiente material bélico. Mejor resultado obtuvo de las remesas de cazas soviéticos que equilibraron la balanza en el aire, que había sido favorable desde el principio, gracias a las ayudas alemana e italiana, a los rebeldes. Los carros rusos, aunque mal utilizados por falta de experiencia de los mandos, tuvieron un papel importante en el desenlace. Un papel que fue rebajado por la eficacia de las armas anticarro alemanas.
Aquella batalla acabó en empate. Fue una sangría y dejó a los dos ejércitos exhaustos.
La siguiente cita fue en Guadalajara. Una batalla en la que el CTV, el cuerpo expedicionario italiano, recibió un severo correctivo. Sus 40.000 hombres bien armados, alimentados y vestidos no fueron capaces de quebrar las líneas republicanas. Y hay indicios para pensar que Franco no lamentó que la derrota se produjera. Los militares italianos tenían instrucciones políticas muy explícitas de hacer la guerra por su cuenta, es decir, de ganarla para el Duce. Desde que desembarcaron, sin pedir permiso a sus aliados, en Cádiz durante el mes de diciembre, Franco no había podido imponer su autoridad sobre un ejército que le era imprescindible para lograr la victoria, pero podía, en cualquier momento, si alcanzaba la hegemonía en su bando, imponerle condiciones muy serias sobre el futuro político de España. La acción de Guadalajara tenía por objeto tomar Madrid y apuntarse un tanto propagandístico de primera categoría. En los cuarteles generales franquistas se llegó a brindar por el resultado que había humillado al aliado fascista. En los republicanos se brindaba por la eficacia de un hombre que había sido decisivo para salvar Madrid y, ahora, había derrotado al enemigo en campo abierto, el coronel Vicente Rojo.
Establecida su autoridad, Franco no volvió a sufrir ningún contratiempo que pusiera en cuestión el carácter único de su mando, aunque tuviera que imponer por la fuerza su visión de las cosas en la crisis que provocó entre los carlistas y los falangistas para conseguir la necesaria unidad política, el partido único y el Estado nuevo que Ramón Serrano Súñer diseñó a su medida. En la primavera de 1937, Franco era ya dueño y señor político de los territorios en su poder. La autonomía de la Legión Cóndor alemana no amenazaba su dirección, porque tan sólo afectaba al modo de utilizar las unidades en el combate.
Fue a partir de entonces cuando pudo ejercer con toda la fuerza su autoridad militar. Y decidió acabar con el frente norte. Hasta allí desplazó la mayoría de las unidades italianas y los efectivos artilleros y aéreos alemanes, y emprendió una áspera batalla que le permitió hacerse, semana tras semana, de forma lenta y progresiva, con todo el territorio cantábrico en manos de la República.
Este cambio de rumbo fue decisivo, aunque supusiera dejar de lado el primer objetivo: Madrid. Si hubiera tomado la capital, su popularidad se habría desbordado. Pero su Estado Mayor consideraba la empresa casi imposible.
Es discutible que la decisión fuera errónea, pero desde el punto de vista militar, y contando con la posibilidad de que la política inglesa de No Intervención pudiera cambiar, la liquidación del frente del norte tenía muchas ventajas para su bando: con su conquista, pasaría a controlar las zonas mineras y la industria pesada, y le permitiría agrupar sus fuerzas en una sola zona, sin tener a la espalda un ejército de 100.000 hombres, procedentes casi todos ellos de zonas proletarias con un alto nivel de conciencia. Aunque el duque de Alba y sus demás agentes le transmitían desde Londres, París y Roma garantías de lo contrario, no era descartable que pudiera haber alteraciones en los equilibrios políticos internacionales. Y si la política inglesa variaba, y Franco no tenía poder para influir en ella, el bloqueo de los puertos cantábricos podría romperse. En la primavera de 1937, Franco ya sabía, además, por sus privilegiados contactos con el Vaticano, que los nacionalistas vascos había intentado la mediación del Papa para conseguir un cese de hostilidades, sin contar con el gobierno ni con las otras fuerzas asentadas en el territorio controlado por la República.
¿Controlado por la República? Para entonces, el gobierno de Largo Caballero podía presumir de poco más que de controlar la región central, parte de Andalucía y el Levante. Cataluña seguía presidida por un gobierno fantasma que no gobernaba más que cuando le dejaba la CNT, y el País Vasco, Santander y Asturias se regían por gobiernos que no habían sido legitimados en las urnas y se afirmaban en fórmulas de taifa sin llegar a reconocer jamás del todo la autoridad del gobierno legal. La España republicana sólo tenía autoridad en el centro y Levante.
Para recuperarla, se produjo la intervención en Barcelona en mayo de 1937, después de que las unidades libertarias, por un lado, y los comunistas y nacionalistas catalanes, por otro, se enfrentaran durante una sangrienta semana que dejó cientos de muertos en las calles y la moral de la retaguardia catalana por los suelos.
Tras la crisis del desastroso gobierno de Largo Caballero, Manuel Azaña nombró a Juan Negrín presidente del Consejo de Ministros, y a Indalecio Prieto, ministro de Defensa. Ambos decidieron entregar al coronel Vicente Rojo la responsabilidad de las operaciones militares.
Rojo, acreditado como el mejor militar republicano, emprendió una nueva organización de su ejército en torno a una idea central, la creación de un ejército de maniobra que fuera capaz de moverse disciplinadamente en acciones de gran envergadura que necesitaban de conocimientos técnicos y de un gran entrenamiento. Para mover grandes masas de hombres, no bastaba el valor miliciano. Y elaboró un plan de guerra que estaba marcado por la idea de conseguir victorias decisivas.
El ejército de maniobra se creó en torno a las brigadas internacionales y a las unidades nacidas del V Regimiento, el germen del ejército comunista. Rojo no sentía ninguna simpatía personal ni ideológica por los comunistas, pero se había bregado con ellos en el asedio de Madrid y confiaba en su disciplina y lealtad en el combate.
Esa elección creó algunas suspicacias entre otros mandos republicanos. No sólo entre los mandos. Las unidades donde se encuadraban los militantes socialistas y republicanos, por no hablar de los anarquistas, sentirían durante la guerra una hostilidad creciente hacia los hombres procedentes del V Regimiento.
La primera prueba de importancia para el germen del ejército de maniobra fue la batalla de Brunete, concebida por Rojo con dos objetivos de muy distinto alcance: el primero de ellos, el más limitado, distraer las tropas que iban consiguiendo, de forma lenta pero sistemática, rendir la resistencia en el norte. Indalecio Prieto consideraba que, además de la riqueza industrial que se concentraba, allí estaban los mejores luchadores republicanos, los mineros asturianos y los concienciados trabajadores industriales vascos de militancia anarquista, socialista y comunista.
El segundo de los objetivos de Rojo tenía gran alcance: cortar las líneas de abastecimiento del ejército franquista y aislar a los contingentes que asediaban Madrid en una gran bolsa que pudiera ser aniquilada.
Su aspiración era ambiciosa. Se trataba de dar una batalla decisiva que cambiara el rumbo de la guerra a favor de la República. En su optimista concepción, el plan tenía muchos elementos razonables: a mediados de 1937, la República no estaba en una gran inferioridad material frente a sus enemigos, porque los suministros soviéticos de armas habían aportado cuantioso material, y de muy buena calidad en lo que se refería a aviones de caza y carros de combate.
Brunete fue un fracaso. Acabó sin que ninguno de los dos bandos pudiera adjudicarse una victoria terminante, pero las unidades republicanas perdieron 25.000 de sus mejores hombres por 10.000 de las franquistas. Cuando los combates se extinguieron, Franco, que hubo de mover una parte de sus efectivos del norte para atender el combate, los reintegró a su lugar de origen y estabilizó los frentes en el centro.
¿Qué había fallado? El propio ejército. Las divisiones de choque habían estado mandadas por hombres sobrados de carisma y de valor, pero faltos de instrucción militar. Modesto, Líster o Tagüeña habían llegado a mandar grandes unidades porque habían formado parte de las primeras riadas de voluntarios que cubrieron el colapso del ejército republicano. Alguno de ellos había realizado con aprovechamiento cursos de suboficial en la academia Frunze, en la URSS, pero ninguno conocía las más difíciles tareas de la batalla, cómo mover las unidades, cómo organizar los abastecimientos, cómo desplegar las piezas de artillería, cómo tomar decisiones arriesgadas cuando se topaban con el éxito. Alguno de ellos, como el jefe de la división 46, el campesino, ni siquiera sabía leer un mapa.
En agosto de 1937, en la batalla de Brunete, se extinguieron muchas de las posibilidades de la República de ganar la guerra.
Eso no significaba que Franco la tuviera ya ganada, porque enfrente tenía un enemigo vigoroso. Tampoco significaba que quisiera hacerla durar para ir limpiando bien la retaguardia de los territorios conquistados. No es suficiente reconocer el carácter despiadado del caudillo para probar que sus decisiones estuvieron siempre encaminadas a ganar la guerra. Cuanto antes, porque no podía tener la seguridad de que la situación internacional le fuera siempre favorable, por mucho que el Comité de No Intervención jugara a su favor.
El año 1937 se cumplió el peor de los augurios para la República. Los nuevos intentos de Rojo, como el de Belchite, fracasaron, y el frente norte se desplomó de la peor de las maneras: los batallones del PNV se encargaron de que la industria pesada vizcaína cayera intacta en manos de Franco. Esos mismos batallones se rindieron en Santoña a través de una negociación realizada a espaldas del gobierno de Negrín. La República perdió un ejército de unos 100.000 hombres, y Franco ganó capacidad de movimiento para los 100.000 que tenía empeñados allí.
Franco diseñó entonces un nuevo plan de asalto contra Madrid, la ciudad que consideraba traidora y que seguía concibiendo como el alma de la resistencia republicana. El plan de ese ataque consistía en arremeter desde el noreste, desde Guadalajara, con toda la enorme masa de maniobra que había liberado desde la caída de los últimos reductos asturianos.
El Estado Mayor republicano intuyó esa maniobra, y Vicente Rojo, de acuerdo con el jefe del Gobierno, Juan Negrín, desarrolló un plan de gran estilo que fuera capaz de frustrarla y, además, le permitiera recuperar la iniciativa militar.
Entre finales de diciembre de 1937 y principios de 1938, de nuevo el ejército de maniobra se responsabilizó de la acción, y atacó Teruel. Lo hizo con gran eficacia en una primera fase. Fue una victoria militar y moral, porque Teruel se convertía en la primera capital de provincia que la República ganaba en toda la guerra. Pero las unidades rebeldes no sufrieron un castigo sensible. La República ganó territorio y moral. Nada más.
Aquella derrota, que era limitada, le planteó a Franco la necesidad de optar entre dos posibilidades. La primera, estabilizar el frente y continuar con sus planes de ataque sobre Madrid; la segunda, reaccionar y recuperar el terreno perdido. Se decidió por la segunda.
Si Franco hubiera optado por insistir en su asalto sobre Madrid en aquel momento, se habría encontrado con un ejército republicano en la región central que todavía contaba con unidades muy aguerridas para la guerra defensiva, que había continuado con la instrucción de sus soldados y que no se había desgastado desde la batalla de Brunete. Ésas eran las mismas condiciones con las que había tenido que contar al hacer sus planes sobre Madrid previos a la pérdida de Teruel. Pero, tras ese descalabro, el ejército de maniobra republicano quedaba en mejor situación para haber violentado su retaguardia.
Su plan resultó ser más ambicioso de lo previsto: recuperó terreno en torno a Teruel, y desde ese momento, aprovechando la excelente situación de aprovisionamiento de material alemán e italiano y su gran ventaja en unidades capaces de maniobrar, se lanzó hacia la costa y consiguió partir la zona enemiga en dos, dejando de paso maltrecho al ejército que se le opuso. Sus tropas llegaron a Vinaroz y tomaron una parte de Cataluña. El coronel Yagüe se apoderó de Lérida, afirmándose en una excelente plataforma para atacar por las estribaciones del Pirineo. La decisión, vistos los resultados, fue excelente. Cabe discutir si la alternativa habría sido mejor, pero resulta dudoso viendo los resultados.
Los generales de Franco vieron la guerra prácticamente ganada a partir de ese momento. Pero Franco, no. Desde su Estado Mayor se le urgió con una hasta entonces no vista insistencia en que atacara por el norte de Cataluña para acabar con la resistencia en la zona más industrializada de la República y aislar del todo a ésta de Francia, acabando así de una vez con el contrabando de armas cuando la frontera estaba cerrada o con el paso masivo de suministros cuando se abría.
Franco desechó la opción. Una nueva decisión discutible. Pero que tenía sus razones, sus poderosas razones, para tomar: en marzo de 1938 hubo varias reuniones del Estado Mayor del ejército francés para valorar la necesidad o no de entrar en la guerra de España. Los contingentes italianos y alemanes que acompañaban a Franco provocaban en Francia una racional desconfianza. La política de apaciguamiento de Hitler impuesta a los franceses por el Gobierno británico no tranquilizaba ni a sus políticos ni a sus militares sobre el peligro de una nueva guerra europea. Y la posible llegada de tropas alemanas e italianas a la frontera se veía desde París como un riesgo serio.
Franco supo de esas reuniones. Y, aunque conoció su resultado, favorable a sus intereses, liquidó la opción de continuar la guerra en las inmediaciones de la frontera francesa para no dar el menor motivo a Francia para una intervención que habría sido catastrófica para su causa.
Fue una decisión, de nuevo, con un marcado carácter político, que le obligó a replantearse la recurrente decisión de atacar Madrid o continuar la guerra por otros caminos. Y escogió arrojarse sobre Valencia para rendir a la capital por falta de suministros alimenticios y bélicos.
Esa ofensiva terminó con un fracaso rotundo. Fue una batalla que ganó el ejército republicano del Centro, dejando a las unidades mandadas por García Valiño en unas posiciones desde las que podían contemplar Sagunto, pero que no podían avanzar. El 24 de julio, el general Matallana, amigo de Rojo y uno de los mejores militares de Estado Mayor del bando republicano, había conseguido la más valiosa victoria para sus armas de toda la guerra.
Al día siguiente, Rojo ordenó, con el plácet de Negrín, que sus tropas del ejército de maniobra pasaran el Ebro. De nuevo, en su concepción, había dos posibles objetivos. El de corto alcance consistía en distraer la ofensiva franquista contra Valencia, lo que ya era innecesario. El de largo, romper la comunicación entre los ejércitos del norte y de Levante. Un plan que era, dada la fuerza disponible, auténticamente ilusorio.
Los dos primeros meses de enfrentamiento sólo sirvieron para contar muertos y despilfarrar municiones. Franco hizo su famoso comentario: "No me comprenden. Tengo a lo mejor del ejército rojo acorralado en 35 kilómetros". Su intención era muy clara: exterminarlo, al coste que fuera. De nuevo, una opción discutible. Pero no más discutible que la de su adversario. ¿Por qué se obstinó el mando republicano en mantener ese combate de exterminio? Podría haberse decidido la retirada al otro lado del río y evitar el desgaste de ese ejército. No se hizo.
Los dos ejércitos se desgastaban de forma brutal. Pero a quien más le convenía eso era a los rebeldes, que bombardeaban a placer las posiciones republicanas amparados en una abrumadora superioridad aérea y artillera. Negrín y Rojo, sin embargo, no ordenaron que se repasara el río para preservar a su mejor ejército. Y el jefe del Estado Mayor republicano hacía llamadas infructuosas para que pusiera en marcha desde Valencia una ofensiva que distrajera al enemigo. El general Matallana lo intentó, pero con escaso impulso y ninguna posibilidad de éxito. No tenía capacidad para actuar a la ofensiva.
En septiembre de 1938 se firmó el compromiso de Múnich, por el que Francia e Inglaterra daban vía libre a Alemania para anexionarse una parte de Checoslovaquia. La República podía dar ya por enterradas sus posibilidades de mejorar las circunstancias políticas internacionales. Ya sólo había dos políticas posibles: la de ganar tiempo hasta que estallara la guerra europea o la de intentar una negociación, amparada por las potencias europeas, para buscar una paz que tuviera el menor coste humano posible. El presidente Manuel Azaña sólo veía factible una solución así, frente a la preconizada por Negrín, apoyado por su jefe de Estado Mayor, Vicente Rojo, de resistir para forzar al enemigo a negociar. Ninguna de las opciones se podría poner a prueba ante la obstinación de Franco.
En Múnich se acabó la historia militar de la Guerra Civil. Aunque no las historias que implicaban a los militares. Las diferencias, las suspicacias, los rencores, habían crecido tanto en el bando republicano que la derrota anunciada no podía sino ampliarlas. La negociación era imposible, con un Franco crecido gracias al apoyo nazi-fascista. La resistencia a toda costa que pregonaban los comunistas y el gobierno de Negrín tampoco podía prolongarse, porque el ejército de maniobra se había quedado exhausto en las tierras del Ebro después de haber aceptado un pulso inútil siguiendo la estrategia de conseguir victorias decisivas.
Y el ejército del centro, mandado por Miaja, se había dividido, en consonancia con la descomposición política de las disgregadas y desalentadas fuerzas republicanas, y se preparaba para la definitiva confrontación interna. La batalla de Cataluña no fue sino el último capítulo de una derrota militar inevitable. Y el golpe de Estado de Julián Besteiro y Segismundo Casado contra el gobierno de Negrín, su más bochornoso acto. Ambos intentaron en vano negociar con Franco una paz entre militares, sin represalias.
Franco jugó sus cartas sin hacer ninguna demostración de genio militar, pero sabiendo siempre qué respuesta debía dar a las distintas situaciones políticas en las que se debía mover. La República, defendida de forma muy desigual por las distintas formaciones políticas, pagó su desfavorable posición internacional y las graves desafecciones internas. Pero también sus errores en el terreno militar.
La guerra había durado tres años porque millares de hombres leales a la República habían combatido contra un enemigo muy superior. Centenares de miles de españoles tuvieron que abandonar su país. Muchas decenas de miles que no lo consiguieron sufrieron la cruel venganza de Franco, apoyado por una Iglesia que le había regalado el nombre de cruzada para su guerra y un lema muy explícito: "España será católica o no será". Rendido el ejército republicano, ¿había algo que le impidiera a Franco proseguir la matanza?

jueves, 12 de marzo de 2009

Hallados los restos de una "vampira" en Venecia

Excavación en la que fueron hallados los restos de una supuesta 'vampira' en Venecia, junto a una recreación informática del esqueleto desenterrado.- REUTERS

Cráneo de los restos hallados en Venecia, enterrados según el ritual medieval contra los vampiros, por el que se introducía un objeto en la boca del sospechoso.- REUTERS

ELPAÍS.com /REUTERS - Madrid /Roma - 12/03/2009

Un equipo de antropólogos localiza el entierro ritual de una mujer a la que se acusó de alimentarse de cadáveres en el siglo XVI.

Un equipo de investigadores italianos sostiene que ha encontrado los restos de una vampira en Venecia, enterrada con un ladrillo encajado entre las mandíbulas para evitar que se alimentara de las víctimas de una plaga que azotó la ciudad en el siglo XVI. Matteo Borrini, antropólogo de la Universidad de Florencia, ha señalado que el hallazgo, situado en una pequeña isla de Lazareto Nuevo, en la laguna de Venecia, apoya la teoría de que en tiempos medievales se creía que los vampiros eran los responsables de la propagación de plagas como la Peste Negra.
"Es la primera vez que la arqueología ha conseguido reconstruir el ritual de exorcismo de un vampiro", ha señalado Borrini a Reuters por teléfono. "Esto contribuye (...) a verificar cómo nació el mito de los vampiros". El esqueleto fue desenterrado en una fosa común de la plaga veneciana de 1576, durante la que murió el pintor Tiziano, en Lazareto Nuevo, que se sitúa a tres kilómetros al noreste de Venecia y que fue empleado como un sanatorio para enfermos de la plaga.
La sucesión de plagas que diezmaron Europa entre 1300 y 1700 alimentó la creencia en vampiros, sobre todo debido a que la descomposición de cadáveres no se comprendía bien aún, ha señalado Borrini. Los sepultureros que reabrían las fosas comunes a menudo se encontraban con cuerpos hinchados por gases, con unas cabelleras que seguían creciendo y con sangre que fluía de algunas bocas, lo que les llevaba a creer que muchos fallecidos seguían vivos. Las mortajas que se usaban para cubrir las caras de los muertos a menudo se descomponían debido a las bacterias en la zona de la boca, lo que dejaba al descubierto los dientes de la víctima. De este modo, los vampiros pasaron a ser conocidos como "comedores de mortajas".
Según textos religiosos y médicos medievales, se creía que los no muertos difundían la pestilencia para chupar la vida que aún quedaba en algunos cadáveres. Así se mantenían hasta que conseguían la fuerza suficiente para volver a las calles. "Para matar un vampiro había que retirarle la mortaja de la boca, que era su sustento, como la leche para un bebé, y colocarle algo incomestible", ha precisado Borrini. "Es posible que se haya encontrado otros cadáveres con ladrillos en la boca, pero esta es la primera vez que el ritual ha sido identificado".
Mientras que las leyendas sobre espíritus sedientos de sangre se remontan a miles de años atrás, la figura moderna del vampiro fue condensada en la novela Drácula (1897), del escritor irlandés Bram Stoker, que se basó el folclore del este de Europa del siglo XVIII.

lunes, 9 de marzo de 2009

Critóbal Colón se llamaba Pedro Scotto

Alfonso Enseñat de Villalonga

BLANCA TORQUEMADA . ABC.es 8/03/09

Al final de un túnel tan largo alumbra (y sorprende) la revelación de una genealogía coherente de Cristóbal Colón, resultado del minucioso trabajo historiográfico de Alfonso Enseñat de Villalonga en el que se revelan de forma documentada tanto su cuna como su trayectoria hasta los viajes que le llevaron al Descubrimiento de América.
En su nuevo libro, «Cristóbal Colón. Orígenes, formación y primeros viajes» (Ediciones Polifemo), Enseñat ha pretendido desbrozar, sistematizar y simplificar sus anteriores y prolijos trabajos de investigación y trazar con pulso firme y claro la verdadera historia del nauta. Que, para abrir boca, no era hijo de laneros, sino de comerciantes, y no fue bautizado como Cristóbal o Cristoforo, sino como Pedro. Pedro del linaje de los Scotto, adscritos al albergo Colonne. Familia que se llamaba «Scotto» porque procedía de los Douglas de Escocia. De ahí, también, el verdadero aspecto físico de Colón: «Era de ojos claros y pecoso -ilustra Enseñat-. También de pelo rubio, aunque encaneció pronto. Así lo describen sus coetáneos, Nada que ver con la iconografía tradicional, totalmente inventada».
Tenaz en su empeño de desmontar definitivamente la teoría «genovista tradicional» (la más divulgada, según la cual el descubridor era hijo del lanero Domenico Colombo de Quinto y de Susana Fontanarossa), Enseñat concluye que Colón era, en efecto, genovés, pero de otro linaje y de una extracción social más elevada. Son averiguaciones que el autor ya había avanzado en anteriores obras («La vida de Cristoforo Colonne: una biografía documentada» y «El Cristóbal Colón histórico: De corsario genovés a almirante de las Yndias»), y de las que ABC se hizo amplio eco, pero que ahora cobran mayor consistencia y solidez.
Enseñat estima que a lo largo de todos estos años los historiadores han cometido dos pecados capitales que les han apartado de la verdad: el primero, los sucesivos y casi perennes intentos de «apropiación nacionalista» por el que han tratado de convertir (aun «con calzador») a Colón en gallego, catalán, mallorquín o portugués, y, el segundo, el progresivo apartamiento de las fuentes originales; esto es, de los testimonios de los coetáneos del nauta. Así, el autor de esta teoría reivindica el valor extraordinario y la fidelidad a los hechos de la biografía del descubridor escrita por su hijo Hernando, la «Historia de las Indias» de Fray Bartolomé de las Casas y la «Crónica» de Gonzalo Fernández de Oviedo. En el apasionante capítulo V de su nuevo libro, explica Enseñat por qué cambió su nombre de pila el almirante: primero porque fue ordenado clérigo menor y en esa ceremonia recibió otro nombre (el de Cristoforo).
También explica en qué sustenta que originariamente se llamara Pedro: primero lo acreditan los documentos correspondientes al linaje genovés Colonne (en los que «Pietro» aparece como primogénito de Domenico Scotto Colonne) y, después, porque Lucio Marineo Sículo, cronista de los Reyes Católicos, se refirió a él en sus escritos como «Pedro Colón». Pero como en no pocas ocasiones se ha cuestionado el rigor de este personaje, hace constar también que el historiador portugués del siglo XVI Gaspar Frutuoso (tenido por sólido y fiable) relata que en Madeira el nauta era conocido como Pedro Colón.
Enseñat se ha visto obligado a «escarbar» minuciosamente en el Archivio di Stato di Genova, Archivo Histórico Nacional, Real Academia de la Historia y Biblioteca Nacional para aclarar los verdaderos orígenes familiares de Colón. Al desmontar la teoría «genovista tradicional» que coloca la cuna de Colón en el seno de la familia de laneros Colombo de Quinto, el historiador hace notar que «los defensores de esas tesis encajaron a Colón allí donde encontraron una familia con apellido asimilable en la que el progenitor se llamaba Domenico y su primogénito Cristoforo. Como todo lo demás que se fue averiguando de la trayectoria de esos oscuros personajes no encajaba se determinó simplemente que los datos eran falsos». Por ejemplo, «las biografías de los hijos del lanero no pueden en ningún modo asimilarse a las de los hermanos de Colón Diego y Bartolomé».
La trayectoria de Colón, en opinión de Enseñat, acredita que de ninguna forma pudo ser el hijo de un humilde tejedor. Hernando Colón recoge en su relato biográfico que el propio descubridor manifestó que no era él el primer almirante de su familia, con lo que un testimonio de primerísima mano (el suyo propio) le aparta de la genalogía «oficial». Enseñat aduce también que, nacido en el seno de los «Colonne» genoveses, trabajó después al servicio del pirata Vincenzo Colombo y en esa etapa de rapiña adoptó tal apellido («Colombo») para no «ensuciar» a sus auténticos allegados. Tan complejo es el auténtico linaje colombino que sólo Enseñat ha tenido la paciencia de tratar de desmadejarlo, mientras otros estudiosos, desalentados o movidos por prejuicios, se enfrascaban en el estudio de las cartas manuscritas del descubridor para intentar acotar sus orígenes en virtud de rasgos lingüísticos relevantes: el principal empeño ha sido el de hallar catalanismos, para afianzar las teorías que asignan esa cuna (Cataluña) al nauta. Aduce ahora Alfonso Enseñat que esas pretensiones «no se han se han saldado con datos concluyentes, y ni siquiera con indicios sólidos. Los catalanismos aparecen en esos escritos en una proporción normal, pues el catalán era idioma fuerte e influyente en navegación».
Hace Enseñat Villalonga la inmensa aportación historiográfica de describir y documentar los viajes de Colón antes del Descubrimiento, como pirata y corsario, por todo el Mediterráneo, el Atlántico norte, la cosa africana y los archipiélagos atlánticos de las Azores, Madeira, Canarias y Cabo Verde. Peripecias del navegante de ojos garzos y pelo rubio que encaneció muy joven. De Pedro Scotto o Cristóbal Colón.

sábado, 7 de marzo de 2009

El caballo fue domesticado hace casi 5.500 años en Asia central

Joseph Corbella. La Vanguardia.es 7/03/09

El avance cambió la historia de la humanidad. Los botai empezaron a alimentarse de la leche de los caballos y a utilizar su fuerza.
Ocurrió en las frías estepas de Asia central hace 5.500 años. El pueblo de los botai, que había estado cazando caballos salvajes desde tiempos inmemoriales, consiguió domesticar aquellos robustos herbívoros que incluso en invierno podían comer hierba de prados nevados - algo que no podían hacer ni vacas ni cabras ni ovejas-.
El avance cambió la historia de los botai, que empezaron a alimentarse de la leche de los caballos y a utilizar su fuerza, al principio probablemente como animales de carga. Aunque los botai no lo pretendían, el avance iba a cambiar también la historia de la humanidad: los caballos revolucionaron el transporte, el comercio, la agricultura y la manera de hacer la guerra, afirma un equipo internacional de investigadores en la revista Science, donde ayer presentaron las pruebas más antiguas de domesticación del caballo. El avance también "está asociado a la difusión de la cultura y las lenguas indoeuropeas", añaden los investigadores liderados por Alan Outram, de la Universidad de Exeter (Reino Unido): si este artículo está escrito en castellano, y un caballo se llama caballo, o usted se llama Jordi, María o cualquier otro nombre, es porque hace 5.500 años unos valerosos botai les pusieron riendas a los caballos salvajes. Investigaciones anteriores habían sugerido que los caballos se domesticaron en algún lugar de Asia central unos 2.500 años antes de Cristo. Los nuevos datos demuestran que, mil años antes de esa fecha, los botai del valle del río Iman-Burluk, en el norte de Kazajstán, ya tenían caballos domésticos. La primera prueba la aportan restos de caballos de 5.500 años de antigüedad hallados en un asentamiento prehistórico de los botai. Las dentaduras presentan marcas inequívocas que prueban que ya llevaban riendas. Una segunda prueba la aportan piezas de cerámica que los botai utilizaban como recipientes. El análisis químico de los residuos de las vasijas ha detectado un tipo de grasa procedente de leche de yegua. Aun hoy, se ordeñan yeguas en pueblos de Kazajstán y se toma koumiss, una bebida alcohólica elaborada con leche de yegua fermentada. Finalmente, los investigadores han analizado la forma de los huesos de caballos hallados en el asentamiento de los botai y los han comparado con los de otros caballos prehistóricos de la zona. La comparación indica que los caballos de los botai eran esbeltos como otros animales domésticos de una época posterior, y no robustos como solían ser los caballos salvajes de la región.

viernes, 6 de marzo de 2009

El hombre de las nieves. Oetzi. Tatuajes de 5.000 años


La mayor momia natural de Europa puede ahora contemplarse desde 12 ángulos distintos y en tres dimensiones
R. C. El País. Madrid - 05/03/2009

Un hombre de 46 años fue asesinado a golpes y flechazos en la frontera de Italia y Austria, a 3.200 metros de altitud. Resistió a un primer ataque de los agresores, pero no al segundo. Iba por los Alpes con un aspecto más bien alternativo: llevaba piel de cabra, sombrero y más de 50 tatuajes en forma de palos y cruces en el cuerpo. La víctima se llama Oetzi, es la mayor momia natural no embalsamada conocida en Europa y murió hace poco más de 5.000 años.
Las peculiaridades del milenario suceso que mató el "hombre de las nieves" europeo son conocidas gracias a las investigaciones del Museo de Arqueológico del Alto Adigio, en Bolzano (norte de Italia). Las marcas que lleva en el cuerpo su más ilustre huésped pueden verse ahora en la web http://www.elpais.com/articulo/internacional/Tatuajes/5000/anos/elpepuint/20090305elpepuint_15/www.icemanphotoscan.eu gracias a dos días de sesiones fotográficas a seis grados bajo cero de temperatura y con una humedad relativa del 98%, las condiciones en las que se conserva.
Los fotógrafos Marco Samadelli y Gregor Staschitz han sacado más de 150.000 imágenes de Oetzi la momia en una iniciativa que forma parte del proyecto 'Iceman Photoscan', en cuya página se le puede ver con todo lujo de detalles. Encontrado en 1991 en los Alpes por un matrimonio alemán, Oetzi puede contemplarse desde 12 ángulos distintos y en tres dimensiones. Se ve incluso el punto de entrada de una de las flechas que le causó la muerte del hombre que vivió en los Alpes italianos en torno al año 3300 a.C., la edad del Cobre europea.